Esta semana se cumplía el 80º aniversario del trágico fallecimiento de la reina Astrid de Bélgica (1905-1935). Su nieto, el rey Felipe (1960), se trasladaba a Suiza para asistir a una misa en honor a la Soberana en la Capilla Astrid de la localidad de Küsnacht, lugar en el que la Reina encontrara la muerte en 1935 en un accidente de tráfico. La vida de la reina Astrid estuvo marcada, por una parte, por el infortunio y, por otra, por su excepcional humanidad. Astrid de Bélgica consagró su corta vida a la defensa de los más desfavorecidos, de las mujeres y de los niños. Asimismo fue la primera Soberana que no tuvo reparos en mostrarse ante su pueblo como una esposa y madre afectuosa y cálida, renunciando así a la pompa y la flema propias de las Casas Reales decimonónicas. Por ello la reina Astrid recibió la admiración y el cariño de sus súbditos, los mismos que llorarían su muerte sin consuelo. Hoy repasamos la biografía de la reina Astrid de Bélgica.
Nace la futura Soberana belga –su nombre completo era Astrid Sofía Lovisa Thyra -en el Palacio Arvfurstens de Estocolmo el 17 de noviembre de 1905, siendo la tercera hija del príncipe Carlos de Suecia y Noruega (1861-1951) y de la princesa Ingeborg de Dinamarca (1878-1958). Su padre –que aspiraría por un tiempo a ser investido como Rey de Noruega- era el hermano pequeño del rey Gustavo V de Suecia (1858-1950) y su madre, la hermana del rey Cristián X de Dinamarca (1870-1947) y del rey Haakon VII de Noruega (1872-1957). La Princesa pasará una infancia feliz, especialmente en la residencia vacacional de sus padres en Fridhem.
Desde pronto, la pequeña Astrid destacará por su cálida personalidad, su simpatía y por ser una extraordinaria deportista –era una destacada nadadora, además de amazona y golfista empedernida-. Al no ser descendiente directa de Rey, la infancia y juventud de la Princesa destacaron sobre todo por la normalidad, hasta el punto de que en estos años juveniles era normal ver a la futura Reina belga paseando despreocupada por las calles de Estocolmo. También descubriría entonces la Princesa su vocación de mujer solidaria, después de trabajar en un orfanato de la capital sueca.
La princesa Astrid, al igual que sus hermanas Margarita (1899-1977) y Marta (1901-1954), serían pronto consideradas como ideales candidatas a contraer matrimonio con príncipes casaderos del continente. En el caso de Astrid se habló de su posible enlace con el futuro Eduardo VIII de Inglaterra (1894-1972) o con el que se convertiría en Olaf V de Noruega (1903-1991), quien de hecho terminaría casando con su hermana Marta. Sin embargo, el destino de la princesa Astrid quedaría decidido cuando en 1925 conociera al príncipe Leopoldo de Bélgica.
Los Reyes belgas, Alberto I (1875-1934) e Isabel (1876-1965), habían comenzado por aquellos años la búsqueda de una novia para su primogénito, el príncipe Leopoldo. Descartadas las hijas de Alfonso XIII de España (1886-1941) por edad, las candidatas predilectas eran las dos hijas del rey Víctor Manuel III de Italia (1869-1947) o las princesas rumanas María (1900-1961) –futura Reina de Yugoslavia- o su hermana Ileana (1909-1991). Sin embargo, la reina Isabel pensó que sería interesante viajar a los reinos escandinavos para conocer a otras posibles candidatas. Así, durante el otoño de 1925, la reina Isabel y su hijo, utilizando el nombre falso de “De Rethy” para evitar especulaciones en la prensa belga, pusieron rumbo a Suecia. En uno de las reuniones sociales a las que acudieron la Reina y el Príncipe belgas, asistiría igualmente la princesa Astrid –quien era prima lejana del Príncipe, al ser descendientes ambos del rey Maximiliano José I de Baviera (1756-1825)-. El flechazo entre los dos jóvenes sería inmediato y mutuo.
A partir de ese momento, comenzó un periodo en el que el príncipe Leopoldo viajaría en innumerables ocasiones a Suecia, la mayoría de las veces de incognito, para poder estar al lado de su amada, con la que se comunicaría asimismo a través de innumerables cartas.
A mediados de 1926, la pareja coincide en Francia en el bautizo del príncipe Miguel de Borbón y Parma (1926). Los jóvenes Príncipes apenas intentan disimular su amor. Poco después, en septiembre de ese mismo año, la Casa Real belga anuncia el compromiso del Heredero con la princesa Astrid de Suecia. “La Reina y yo mismo queremos anunciar el próximo matrimonio del príncipe Leopoldo, Duque de Brabante, con la princesa Astrid de Suecia. Estamos convencidos que la Princesa traerá la alegría y la felicidad a la vida de nuestro hijo. Leopoldo y Astrid han decidido unir sus vidas sin presiones o razones de estado. Ésta es una unión sincera entre dos personas afines”, afirmaba la nota enviada por el rey Alberto.
La boda religiosa se celebraría el 10 de noviembre en la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas. Dos días antes la princesa Astrid había llegado a bordo del Fylgia al puerto de Amberes donde le esperaba su futuro marido. Cuando la Princesa vio a su prometido en el muelle, la joven corrió por la escalinata del barco y se fundió en un apasionado abrazo con su futuro marido. El corresponsal del New York Times llegó a afirmar con ironía que el beso que se dio la pareja no habría pasado el examen de la censura americana. Sin embargo, la espontaneidad y dulzura de la Princesa en aquel emocionante momento se ganaron el corazón de los belgas. Más de 200.000 ciudadanos acudirían a saludar a los Príncipes en el día de su enlace, una cifra inaudita hasta la fecha para una concentración pública en aquel país. La prensa internacional destacó el ambiente festivo y patriótico en las calles de la capital belga y calificó la historia de amor entre los Príncipes como de “cuento de hadas”. La luna de miel la pasarían los recién casados entre Namur, París y la Riviera francesa, donde utilizarían el nombre de “Señor y señora Losange” para pasar desapercibidos.
El 11 de octubre de 1927 la princesa Astrid daba a luz a la princesa Josefina Carlota (1927-2005), quien casaría en 1953 con Juan de Luxemburgo (1921). Tres años después nacería el príncipe Balduino (1930-1993), Heredero al trono. En 1934 le seguiría el príncipe Alberto (1934). Ese mismo año el rey Alberto fallece trágicamente en un accidente de alpinismo en la Roche du Vieux Bon Dieu, en las Ardenas. La conmoción es total tanto en Bélgica como en el resto del mundo. El 3 de febrero de 1934 los príncipes Leopoldo y Astrid son proclamados Reyes de los Belgas.
La popularidad de la Familia Real en estos años es extraordinaria gracias, sobre todo, a la labor de la reina Astrid, quien lejos de permanecer en palacio, se entrega en cuerpo y alma en la defensa de las personas más desfavorecidas de la sociedad. Suya fue la iniciativa en 1935 de hacer una recolecta de dinero, alimentos y ropas para los mineros belgas y sus familias, muy afectados por la crisis económica. Ella misma sería la encargada de visitar a las familias y hacer entrega de los suministros. La Reina se convirtió en un símbolo de la generosidad y la solidaridad. “Ella es nuestra hada madrina. Para nosotros no solo representa al poder, sino sobre todo la bondad”, afirmó uno de los mineros.
Sin embargo, la tragedia acechaba ya a la Reina. El 29 de agosto de 1935, contando la Soberana con solo 29 años de edad, los Reyes disfrutan de sus vacaciones en Suiza. Poco antes han enviado de regreso a sus hijos a Bruselas, por lo que el Rey propone a su esposa hacer una escapada a las montañas que rodean el Lago Lucerna. Cuando se dirigen en coche a su destino, el Rey, al volante, se despista y pierde el control del automóvil. El descapotable termina chocando brutalmente contra un árbol. La reina sale despedida del coche y muere instantáneamente. El Rey, quien apenas sufre unos rasguños, abraza a su esposa ya muerta mientras grita: “¡Astrid, Astrid ¿Por qué me las quitado Dios mío?!”
El funeral de estado, celebrado en Bruselas, echa a los belgas a las calles. El dolor del pueblo es indescriptible. Muchos ciudadanos visten de luto durante semanas en homenaje a la Reina. Astrid de Bélgica es enterrada en la Cripta Real de Laeken. En Küssnacht, cerca del lugar del aciago accidente, se erige una capilla su recuerdo. En 1941 el rey Leopoldo III casaría en segundas nupcias con Lilian Baels (1916-2002), quien, no obstante, no recibiría el título de Reina, sino el de Princesa de Réthy.