Una elección excepcional. La duquesa de York fue una princesa de manual y empezó así desde el mismo día de su boda. Lo primero que llamó poderosamente la atención de su elección es que la novia que estaba a punto de convertirse en Alteza Real no llevaba una espectacular tiara. Sarah llegó a la iglesia con una corona de gardenias perfumadas, la flor favorita del príncipe Andrés. Lo que entonces no se sabía es que debajo de las flores aguardaba su tiara nupcial que solo brillaría tras pronunciar el “sí, quiero”.
El gran estreno de la tiara York. Terminada la ceremonia los novios, convertidos ya en marido y mujer, entraron en la sacristía para refrendar el acto con la firma de los testigos, familiares de ambos. Allí Sarah prescindió de las flores y dejó al descubierto la diadema que pasaría a la historia como la Tiara York. “Ese fue mi momento Cenicienta”, dijo Sarah Ferguson en sus memorias al recordar este momento. La Duquesa quería enfatizar así su transición a miembro familia Windsor. La joya, una pieza a estrenar regalo de la reina de Inglaterra, también gustó por ser un diseño atemporal, clásico y fácil de combinar. Muchos esperan que Eugenia de York luzca esta tiara el próximo 12 de octubre en el Castillo de Windsor.
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Cola sí pero con medida. La cola de su vestido fue larga pero no tanto como la que había llevado Diana de Gales, ya que ninguna novia de la realeza podía llevar una cola mayor que la que estaba llamada a ser Reina de Inglaterra. Al final de la cola brillaban una gran letra "A" bordada con hilos de plata. Fotos: Getty Images / Gtresonline
Abejas, anclas, olas, cardos y lazos, muchos lazos. La letra “A” del final de cola era solo un detalle más de un estudiado diseño que incluía todo tipo de alusiones. El corpiño había sido bordado usando la letra “S” (el ramo también parecía inspirarse en esa inicial) y estaba adornado con anclas y olas, en honor a la profesión del Príncipe, entonces teniente de la Royal Navy y piloto de helicóptero de la fragata “Brazen”. En este sentido, la leyenda urbana cuenta que Sarah quería incluir helicópteros en su vestido pero que la diseñadora se encargó de frenarla. Las abejas y los cardos (uno de ellos era el motivo central del corpiño) fueron sacados del escudo de armas de la familia Ferguson. De resto destacaban los lazos, como gesto de unión, uno grande en la cintura, dos medianos sobre los hombros y decenas de pequeños lacitos bordados en el velo.
El boceto. Estos detalles parcialmente pudieron quedar ocultos a simple vista en la abadía de Westminster pero se aprecian a la perfección en el boceto.
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¿Aprendiendo de Diana? “Elegí satén duquesa porque es el material más delicioso del mundo. Nunca se arruga. Es liso como el cristal y se cae bellamente, sin un solo bulto, hizo que mi figura aún se viera mejor”. En este punto de sus memorias, publicadas en 1996 bajo el título My Story, Sarah Ferguson no nombra a Diana de Gales pero hay que recordar que en aquella época, si se sacó alguna pega al vestido de tafetán de seda marfil de la mujer del príncipe Carlos, fue que dado a su tejido y volumen, se arrugó desde que se subió al carruaje de camino a la boda. Foto: Getty Images / Cordon Press
Más delgada que nunca. Tal y como la propia Sarah Ferguson contó en su libro había perdido 26 libras (casi 12 kilos) para ese día. En esas memorias, publicadas después de firmar el divorcio, reconoció que a pesar de que negaba en público el preocuparse por su figura e insistía en que solo iba a ser ella misma, de puertas para dentro subsistió a base de carne, naranjas y vitaminas hasta el “sí, quiero”. Años después le lloverían críticas por cuestiones de peso pero, dejando esto al margen, ella conserva un estupendo recuerdo de su vestido de novia. “Lindka (la diseñadora) era un genio, yo sabía que podía hacer el vestido más favorecedor del mundo y así lo hizo, ese corpiño se ajustaba como un corsé…”, escribió en la citada biografía.
Corría la primavera de 1986 y al príncipe Andrés y a Sarah Ferguson la prensa los llamaba “los príncipes de la eterna sonrisa”. En gran medida lo siguen siendo, ya que si algo caracteriza a esta pareja de divorciados es su buena sintonía. En marzo un comunicado oficial de la Reina y el duque de Edimburgo había anunciado “el compromiso nupcial de su amado hijo con la señorita Sarah Ferguson”, a la que la prensa ya se refería como Fergie. El Príncipe se había enamorado de joven pelirroja que trabaja como ejecutiva de ventas de una compañía de artes de gráficas y era hija del entrenador de polo del príncipe Carlos. La pareja anunció su compromiso oficial en los jardines del Palacio de Buckingham, en un ambiente distendido, espontáneo y, en definitiva, más relajado del que cinco años antes habían protagonizado los príncipes Carlos y Diana. Este fue el pistoletazo de salida para la gran boda que tendría lugar ese verano en la abadía de Westminster, una celebración cargada de símbolos, algunos ocultos y otros no tanto.
Rojo como su pelo. En ninguna boda real se dejan detalles al azar pero la de los duques de York fue llamativa porque todo tenía un marcado significado. Ya el anillo de pedida, una joya que recuerda precisamente a la que Jack Brooksbank regaló a Eugenia de York, encerraba simbolismo. El príncipe Andrés había diseñado un anillo con un rubí birmano, rodeado de diamantes, que hiciera juego con el pelo rojo de Sarah. De hecho durante su compromiso oficial la pareja fue preguntada sobre qué le había atraído del otro. Sarah dijo: “Del príncipe me atrajo su ingenio, simpatía y buena presencia”, mientras que Andrés afirmó: “De Sarah, lo mismo y la cabellera roja”.
¡Llegó el gran día! La boda se celebró el 23 de julio de 1986 y fue retransmitida en directo por televisión en 50 países. El secreto mejor guardado era el vestido que Lindka Cierach y cinco de sus artesanas habían confeccionado en secreto, incluso cubrieron las ventanas de su estudio, durante cuatro meses. A pesar de los comentarios negativos que había recibido Sarah Ferguson con anterioridad por su sentido de la moda, en general, el vestido sorprendió y gustó.