Doña Sofia y Michiko de Japon© Getty Images

Así es la emperatriz Michiko: la ‘plebeya’ y escritora que abrió el camino a toda una generación de princesas y reinas

Con motivo de su noventa cumpleaños, recordamos todas las pruebas que tuvo que superar para ser aceptada en la Casa Imperial japonesa


22 de octubre de 2024 - 18:28 CEST

Once Upon a Time en el Imperio del Sol Naciente una mujer (aparentemente frágil, interiormente poderosa) rompió los moldes y se convirtió en la primera plebeya en ascender al Trono del Crisantemo, después de 2.500 años de historia. El pasado 20 de octubre, esa mujer, a quien acaban de operar de una fractura de fémur, celebraba en la intimidad de palacio su 90 cumpleaños. De soltera se llamaba Michiko Shoda, pero, a finales de la década de los cincuenta, se cruzó en su camino Akihito, el hijo de los emperadores Hirohito y Kojun. Lo que empezó con unas miradas furtivas en una cancha de tenis, terminó, después de muchas dificultades, en una tradicional boda sintoísta. Se celebró en Tokio el 10 de abril de 1959 y fue seguida con fervor por más de 500.000 ciudadanos, que flanquearon más de ocho kilómetros de calles para recibir al cortejo nupcial. A pesar de la férrea oposición al enlace de la emperatriz consorte –es decir, de la princesa Nagako de Kuni, una suegra poco dada a las concesiones–, acabó triunfando el amor entre el príncipe heredero y la elegante y discreta licenciada en Literatura Inglesa, que se ganó el cariño de sus conciudadanos.

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Michiko Shoda empezó a ser conocida como Mitchi y se la valoró como un soplo de aire fresco que venía a conciliar la modernidad con la tradición. La prensa de la época siguió con sumo interés la evolución de la historia de amor entre la joven, que adoraba el mundo de las letras, y el primer hijo varón de los Emperadores nipones. Cada día se sumaban más fans a, como titularon los medios, “la novela de la cancha de tenis de Karuizawa”, la pequeña localidad de la isla de Honshu donde habían coincidido por primera vez. El tiempo les ha dado la razón: Akihito y Michiko, hoy emperadores eméritos de Japón, siguen juntos sesenta y cinco años después de su boda.

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En 1990, tras la muerte de su padre, Akihito ascendió al Trono. De inmediato, su esposa Michiko se convirtió en la emperatriz consorte, su apoyo y guía. Después de dos décadas y media cumpliendo con su destino dinástico, el 8 de agosto de 2016 Akihito anunció su intención de abdicar a favor de su hijo, el príncipe Naruhito, aunque la abdicación efectiva se produjo el 30 de abril de 2019. Tanto Akihito como su mujer eran octogenarios y un profundo sentido de la responsabilidad les determinó a facilitar un relevo generacional. Desde hacía doscientos años, no se había producido ninguna abdicación en Japón. La emperatriz Michiko vivió toda esta situación histórica haciendo del silencio su mejor aliado. Finalmente, escribió unas palabras para responder a los periodistas congregados en la rueda de prensa que se celebró en Palacio: “Al leer las palabras ‘abdicación al trono’ en grandes letras, cubriendo las portadas de los periódicos, sentí una gran conmoción. Quizá porque nunca me había encontrado con tal expresión por escrito, ni siquiera en los libros de historia. Junto con la sorpresa, me sobrevino un instante de dolor. Tal vez reaccioné con demasiada sensibilidad”.

Con su ejemplo, la esposa del emperador Akihito ha abierto camino a las generaciones posteriores de princesas, herederas al Trono y Reinas que no nacieron con sangre azul. Llegó al corazón del imperio sin contar con el beneplácito de su familia política. Sufrió intrigas, críticas frontales, desprecios, pero la mano incondicional de su esposo, y su discreta manera de defender sus cotas de libertad dentro de la rigidez de la Corte, le hicieron ganar el respeto de todos. 

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Michiko perdió la voz, cayó en estados depresivos, batalló por defender lo suyo, pero lo hizo con una gentileza y elegancia exquisita. En los días más grises, cuando la incomprensión llenaba con su aire pesado el ambiente palaciego, ella se encerraba en sus libros, en sus pequeñas composiciones poéticas y en sus cuentos infantiles, como también hacía, a miles de kilómetros hacia el occidente, Fabiola de Aragón y Mora.

No es cuestión baladí mencionar en este punto a la futura Reina de Bélgica, quien tuvo un importante papel secundario en toda esta trama oriental.

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Antes de la boda de Michiko con el príncipe Akihito, su suegra, alentada por los sectores más tradicionalistas de la sociedad japonesa, realizó un último intento de separar a los enamorados. La familia de la joven –su padre era un acaudalado industrial harinero–, presintiendo lo que esta iba a sufrir en el futuro, accedieron a enviarla al Reino Unido para estudiar dos másteres. Mientras, la compleja maquinaria de la Casa Imperial se puso en marcha para cortar cualquier tipo de comunicación entre el joven príncipe y su enamorada.

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Tan pronto como Akihito se percató de ese bloqueo por parte de palacio, en uno de sus viajes oficiales acudió a Balduino de Bélgica y le solicitó, saltándose todos los protocolos, que fuera él quien recibiera todas las misivas destinadas a Michiko y que también se las hiciera llegar. El Rey Triste accedió a esta romántica misión. A tenor de lo anterior, no resulta extraña la cálida amistad que se mantuvo siempre entre los Emperadores de Japón y los Reyes de Bélgica. De hecho, en 2014, cuando Fabiola falleció, Michiko no dudó en realizar un viaje relámpago a Bruselas para dar el último adiós a una mujer que, como ella, llegó al trono sin quererlo, con una clara vocación por la escritura y por el servicio a los demás.

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Pero retomemos el hilo de la lucha de Michiko y Akihito por defender su deseo de contraer matrimonio sin romper por ello con la Familia Imperial. El carácter estricto y tradicionalista de la madre de Akihito produjo infinidad de tensiones en Palacio. Sin embargo, los japoneses veían con muy buenos ojos que Akihito y Michiko se convirtieron en sus príncipes herederos. Por mucho que la emperatriz Kojun proclamara como deshonra aceptar a una plebeya en la familia, el Consejo de la Casa Imperial aprobó el compromiso de la pareja y, por ende, la boda. Como dato curioso para valorar el apoyo popular que recibieron los príncipes, en las fechas previas al enlace en Japón se dispararon las ventas de televisiones. No era para menos: se trataba de la primera boda de un emperador nipón jamás televisada.

La emperatriz que supo pedir perdón

Después de la boda, llegaron una serie de cambios en las arraigadas costumbres de la Corte. Aunque la princesa Michiko siempre fue tremendamente respetuosa con las instituciones, logró que se aboliera el sistema de las amas de cría, lo que permitió que sus tres hijos, Naruhito, Fumihito y Sayako, pudieran vivir con ellos. Y todo esto entre las miradas desaprobatorias de la princesa Nagako de Kuni quien, hasta el 16 de junio de 2000, día de su muerte, no logró aceptar de buena gana el papel de su nuera.

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El 7 de enero de 1989 falleció el emperador Hirohito. Akihito, roto de dolor por la muerte de su padre, un año después protagonizó junto a su mujer la ceremonia de entronización que le coronó como el 125 emperador de Japón. Michiko pasó a ser emperatriz consorte de la era Heisei. El suyo ha sido un camino cubierto de trampas y baches. El 20 de octubre de 1993 sufrió un desmayo y perdió el habla tras una serie de feroces críticas dirigidos a su persona desde los medios de comunicación. La noticia de la tala de unos árboles en el jardín Fukiage Gyoen, para la construcción de una nueva residencia imperial, había suscitado incendiarios textos contra la emperatriz. Frente a las voces discrepantes, Michiko realizó un acto sin precedentes en la historia imperial de Japón: escribió un texto pidiendo disculpas y, a la vez, argumentando su postura: “Creo que debo prestar atención a todo tipo de críticas para reflexionar sobre mis propios actos. Pido perdón si hasta la fecha he pecado de falta de consideración o si mis palabras han herido a alguien. Sin embargo, las noticias que no se basan en hechos verídicos me provocan una enorme tristeza y confusión”.

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Después de ese incidente, Michiko perdió la voz. Los doctores que la trataron no encontraron ninguna anomalía física, por lo que determinaron que había enmudecido por la aflicción, la incomprensión y el dolor. Fueron pasando los meses y la Emperatriz seguía sin pronunciar palabra. Acudía junto a su esposo, como siempre había hecho, a los actos públicos, pero su silencio conmovía más que nunca. Como si fuera uno de los cuentos que ella escribía, o uno de los bellos wakas que componía –un tipo de poesía tradicional japonesa–, las primeras palabras que pronunció se las dirigió a unos niños, el 13 de febrero de 1994, que liberaban tortugas frente a la costa: “La próxima ola que llegue se llevará las tortugas de vuelta al mar”.

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Michiko y Akihito han envejecido con una dignidad encomiable. Después de sesenta y cinco años juntos, sus pasos se han hecho lentos al mismo ritmo y sus gestos, siempre comedidos, ocultan un amor que ha sorteado muchos escollos. Con su avanzada edad, han llegado las enfermedades, pero también la serenidad de mirar el pasado con orgullo y alivio. En otoño de 1992, durante un Festival, un hombre, entre amenazas, lanzó una bengala encendida a la tribuna donde se hallaban los Emperadores. Lo que ocurrió en los segundos posteriores define su historia de amor: Akihito cumplió con su responsabilidad y siguió con su discurso; Michiko se movió discretamente para cubrir y proteger a su marido, como siempre ha hecho.