Los tres días de celebraciones nupciales comenzaban por todo lo alto con una 'Welcome Party' en el hotel 1904, un edificio de estilo art nouveau que despunta en la pintoresca ciudad costera de Ålesund. Y lo hacían alejándose de la tradición real, que suele incluir un dress code sobrio y protocolario en el que predominan los vestidos largos de gala. La pareja pidió, sin embargo, a sus invitados que se decantaran por un estilo 'sexy y cool' para su fiesta prewedding. No podía ser tampoco de otra manera: era la última que pasarían como prometidos antes de convertirse en marido y mujer.
Siguiendo esta divertida etiqueta, familiares y amigos llegaban a la celebración con una amplísima gama de imaginativos y atrevidos looks, en los que jugaban con todos los colores del arcoíris. Y también con lentejuelas, brillos metálicos y, por supuesto, estampados. Pero la expectación y el foco estaban puestos en otro lugar, en la entrada al hotel finisecular, en donde, al final de la escalera que le da acceso, se encontraban los protagonistas de la noche.
Cogidos de la mano, la pareja acaparaba toda la atención. Marta Luisa, con un vestido de cuello halter con una cola asimétrica, bolso de mano y chaqueta; Durek, con un traje sastre, y ambos, perfectamente coordinados en rosa chicle y blanco. Los diseños habían sido confeccionados a medida y en exclusiva para la ocasión por la marca Hest, la aventura 'fashionista' de Marta Luisa. "Son únicos", nos contaba Durek sobre sus outfits, en los que ningún detalle se había abandonado al azar, como era el caso, por ejemplo, de las hebillas del vestido de la novia con forma de corazón y que se completaban con sendos collares de piedras preciosas rosas de Kolours Jewelry.
La decisión de vestir un diseño de su propia firma tenía un significado muy personal y emotivo para Marta Luisa. Ella fundó Hest con dos de sus grandes amigas, Monica Sundt Utne y Anne-Kari Bohaugen, después de que esta última perdiera a su marido, un entrenador de caballos, íntimo de Marta Luisa, tras cinco año batallando con el cáncer. "Esta noche, estamos rodeados de amigos muy queridos, nos une a todos el amor", nos contaba la novia, a lo que Durek apostillaba: "Verlos a todos a nuestro alrededor nos llena de serenidad. ¡Es una fiesta de amor! Estoy feliz de estar aquí con nuestras familias y amigos, pero, sobre todo, de estar aquí con esta mujer increíble".
Sus invitados, entre los que se encontraban el hermano de la novia, el príncipe heredero Haakon, y su esposa, la princesa Mette-Marit, disfrutarían después de una cena de inspiración oriental y sabor nórdico a base de 'sushi' y marisco del Mar del Norte, seguido de tarta ópera y pasteles de chocolate blanco, acompañados de vino espumoso y sidra analcólica, antes de arrancarse a bailar con las actuaciones en directo que amenizaron la fiesta. Un espectáculo, por cierto, en el que no faltó de nada. Desde clásicos del pop y el musical, con Marieme Diop cantando Be The Change o Built for Greatness y Fredrik Juell y su banda, Holy Bastards, a la lírica con el tenor Rein Alexander, que saltó las lágrimas del novio con su interpretación de 'Caruso', del mítico Lucio Dalla. Después, con la emoción casi desbordada, la pareja salía a la pista de baile con un lento improvisado en el que, rodeándola entre sus brazos, Durek le daba un tierno beso a su chica.
Travesía en barco
Al día siguiente, Marta Luisa y Durek zarpaban con sus invitados para dar un paseo en barco por el impresionante fiordo de Geiranger, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO; un viaje que emprendían después de recibir el cariño del pueblo noruego en el puerto. A bordo, los recibía una comitiva de jóvenes que, vestidos con trajes tradicionales noruegos, cantaban temas tradicionales del país.
Durante el trayecto, entre montañas imponentes, desfiladeros y bosques, una sorpresa especial esperaba a los pasajeros: el yate real noruego, anclado también en el fiordo, saludaba a los novios e invitados con un bocinazo que resonaba a lo largo y ancho del canal marítimo. Y la excitación subía en decibelios instantes después, cuando los padres de Marta Luisa, el Rey y la Reina de Noruega, aparecían en la cubierta de la embarcación para darles la bienvenida también mientras, desde la orilla, vecinos de las localidades próximas agitaban banderas de Noruega y lanzaban salvas y felicitaciones a la pareja. Llegaba entonces uno de los momentos más románticos de la travesía, una visita a los senderos que conducen a las dos impresionantes cascadas que esconde el fiordo: una, la conocida como cascada de las Siete Hermanas, y la opuesta, la de El Pretendiente. Con las dos caídas de agua como telón de fondo, Marta Luisa y Durek eran la personificación del amor y de su fuerza indomable.
"He navegado por los fiordos desde pequeña y me encanta", nos contaba Marta Luisa, con un 'outfit casual' y urbano que contrastaba con la naturaleza salvaje que la rodeaba. "Todo es tan hermoso que estoy muy feliz. Ver a la gente salir a saludarnos es conmovedor. Me emociona". Tras la excursión, la comitiva volvía a embarcar y, con copas en las manos, brindar por la inminente boda. Era hora de almorzar y se sirvió un desenfadado pícnic que incluía un cóctel de gambas, salmón ahumado y tarta de queso, dentro de una fiambrera diseñada por Ferdaskrin y sellada con el monograma de la pareja.
Toda una multitud esperaba el desembarque de los novios a su regreso a puerto, donde una procesión de Rolls-Royce vintage los aguardaba también para conducirlos a su siguiente destino, el hotel Union, en Geiranger. Allí tendría lugar la última fiesta antes del gran día. Una soirée de temática latina en la que los novios dejaron boquiabiertos a sus invitados con sus dotes de baile. Entre ellos, a la propia Familia Real noruega: el Rey Harald y la Reina Sonia y su hermano, el príncipe Haakon, con esmoquin de terciopelo, y su esposa, la princesa Mette-Marit, con un elegante vestido rojo y blanco, acompañados de sus hijos, la princesa Ingrid Alexandra y el príncipe Sverre. La pareja no podía ocultar su alegría, ni la familia su cariño por los enamorados. Durek y su futuro suegro, el Rey Harald, se fundían en un cálido abrazo instantes antes de que Marta Luisa y su padre protagonizaran una tierna escena con el rostro de ella entre las manos del Rey.
'Last dance'
Marta Luisa estaba exultante con su vestido rosa de volantes, de Tina Steffenakk Hermansen, combinado con joyas de Caroline Svedbom, mientras que Durek, fiel a su estilo rompedor, llevaba una original chaqueta de Peart Octopussy y pantalones de Holzweiler. "Esta noche hemos hecho un pequeño cambio en la distribución de las mesas —anunciaba Marta Luisa micrófono en mano—. Vamos a hacer un sorteo de puestos de mesa. Lo siento por aquellos que quieran sentarse con sus parejas —añadía con una sonrisa refiriéndose a sus invitados norteamericanos—. En Noruega, o en Europa en general, nos sentamos lejos de nuestros cónyuges o nuestras parejas". Desconcertado por la reacción en la sala, Durek la interrumpía un instante: "Veo las caras de todos mis amigos estadounidenses diciendo: '¿Qué?'". A lo que Marta Luisa proseguía pícara: "¡Bienvenidos a Noruega!".
Tras el desconcierto y las risas, los invitados tomaban asiento y disfrutaban de la cena, creación del chef Odd Ivar Solvold, a base de cigalas noruegas con limón, rape con romero y ajo y koftas de cordero. El menú también incluía una pinsa romana —una modalidad de 'pizza', pero elaborada sin levadura— y, de postre, una selección de pasteles tradicionales, conocidos como sunmørsk kakebord.
El final de la cena se alertaba con un gong y, al son de los tambores, los invitados dejaban sus mesas para dirigirse hacia desde donde llegaba el estruendo: la pista de discoteca. Allí, Durek abriría el baile llevando a su prometida hasta el centro del salón dejándose llevar por la música. "Solía bailar salsa en un club de San Francisco", nos confesaba Durek. "Hace tiempo que no me pongo los zapatos de baile, pero cuando tienes el ritmo en el cuerpo, nunca te abandona". Damos fe.