Como todos los miembros de la Familia Real británica, de nacimiento o de matrimonio, el príncipe Guillermo, como duque de Cambridge o como príncipe de Gales, ha ido ido evolucionando a largo del años y el apoyo que ha recibido por parte de los británicos no siempre ha sido constante y se ha visto sometido a los vaivenes de su propia popularidad. Si bien su papel como heredero de la Corona británica siempre le ha mantenido en un primera fila de la institución, es solo desde hace un tiempo que su figura se ha humanizado como nunca antes hasta el punto de que es ahora, a sus 42 años, cuando se ha convertido en el heredero del título no oficial que acompañó a su madre, Diana de Gales. ¿Qué ha ocurrido para que el príncipe de cuna de se convierta en el príncipe del pueblo? La respuesta corta es la emoción.
Desde que el pasado enero se anunció la retirada de su mujer, Kate Middleton, y después se confirmó que está atravesando un cáncer, el príncipe Guillermo ha dejado ver cómo nunca antes su estado de ánimo, sus sentimientos, su capacidad para sobreponerse y, en definitiva, su lado más humano. Esquivo, cambiante y desmejorado al principio y, desde que la noticia se hizo pública, sosegado, esperanzado y dando muestras de aplomo y multiplicando su presencia pública para evitar esa imagen de trono vacío que los Windsor dieron a comienzos del año.
A esta proyección se le han ido sumando otras emociones. El mundo (porque la Casa Real británica tiene una dimensión internacional que deriva del tiempo que fueron un imperio) celebró el fugaz regreso de la princesa de Gales durante el último Trooping the Colour y después llegó el concierto de Taylor Swift en Londres y vimos al padre divertido que se sacudía todo (la preocupación y el encorsetamiento) a ritmo del Shake if off. Bailó, río y saltó con sus hijos, los príncipes George y Charlotte, y los británicos bailaron con él, su imagen ocupó titulares, columnas de opinión y se viralizó en redes sociales.
Algo parecido ocurrió el pasado fin de semana durante los cuartos de final de la Eurocopa en los que Inglaterra ganó a Suiza. El príncipe Guillermo, sentado entre las autoridades, discutió las jugadas, estuvo tenso y eufórico, como todos los británicos que siguieron el partido. De nuevo el príncipe de cuna conectando de forma transversal con todos aquellos a los que le interese el fútbol y apoyen a sus selección. Pocos pueden entender las sensaciones propias de partido de polo, un deporte muy minoritario y tradicionalmente de las elites, pero el fútbol es una máquina de generar sentimientos y complicidades. En este sentido, hay que recordar que fue Diana de Gales la que lo supo ver y por eso se encargó de que sus hijos se aficionaran al deporte de masas.
La primera mujer del rey Carlos III y la madre de sus dos hijos pudo haber sido incauta o inexperta en un principio, pero pronto desarrolló un olfato único para conectar con la gente, incluso a través de las pantallas, de las fotografías y de los medios de comunicación. Fue tanto la elección que hizo de apoyar las causas que no eran propias de la realeza, como su capacidad para empatizar y transmitir emociones lo que le valió el título no oficial de la princesa del pueblo, un sobrenombre que con el tiempo ha resultado bastante más épico y atemporal que el propio de princesa de Gales.
Cuando en la noche del 31 de agosto de 1997 Diana de Gales murió en un accidente de coche, el príncipe Guillermo tenía 15 años y su pérdida, su dolor y su imagen, tras el ataúd de su madre, le convirtieron en el príncipe que nadie quería ser. Fue una moraleja: ni el nieto de mayor rango de la todopoderosa Isabel II podía escapar de una desgracia de ese calibre. Es de sobra conocido el sentimiento popular que generó la muerte de la princesa y, de algún modo, sus hijos durante un tiempo fueron intocables, pero eso no duró para siempre. El príncipe Guillermo también enfrentó críticas especialmente durante el tiempo que no se dedicaba a las labores institucionales, se cuestionaron sus largos permisos de paternidad o su decisión de emplearse como piloto de emergencias, mientras que era el príncipe Harry el que cumplía con los viajes oficiales en representación de Isabel II.
En parte por esas críticas y por una caída de popularidad que no se puede permitir como futuro rey, el príncipe Guillermo le dio un giro a su papel: se incorporó de lleno en la institución y con paso firme se convirtió en un miembro principal del reinado de su abuela. Después supo sacar partido de los acontecimientos, en contra de todo pronóstico salió reforzado de la batalla con su hermano Harry y de los constantes ataques públicos de los duques de Sussex. La pandemia también le dio un impulso nuevo, con Isabel II y el príncipe Carlos dentro de la población de riesgo, él y Kate se convirtieron en la imagen de la realeza británica en un tiempo confuso y, para cuando todo acabó, él ya tenía una posición predominante dentro de la casa y ella era la joya de la Corona británica.
Lo único que no tenía el príncipe Guillermo y en este complejo 2024 ya lo ha conseguido es el título The People’s Prince, el príncipe del pueblo, el príncipe de la gente… Hasta ahora los príncipes de su casa habían sido más o menos cercanos y habían tenido más o menos aceptación pero, como príncipes de cuna y Windsor de nacimiento, estaban muy lejos de entrar en esa categoría con la que algunos medios de comunicación británicos ya se refieren al heredero de la Corona. Él mismo que heredó tras la muerte de Isabel II el lucrativo y multimillonario patrimonio privado del ducado de Cornualles, el mismo que tiene en marcha para construir vivienda social y que va a estrenar un documental para dar visibilidad a las personas sin techo y que se mueve en patinete por el castillo de Windsor y en carruaje por los terrenos de Ascot. El príncipe 360.