La combinación entre jerarquía, poder y familia no debe ser nada fácil. En muchas casas reales se repite el mismo patrón de las complejas relaciones entre hermanos, sobre todo, entre el heredero y el que no lo es. Sin embargo, en la Casa Windsor, es una norma que no parece dispuesta a saltarse ninguna generación. Mientras Carlos III lidia con un príncipe Andrés que se resiste a acatar las normas de una institución que ha cambiado, las relaciones entre los príncipes Guillermo y Harry parecen irrecuperables. En este escenario, cuando cualquier resquicio de relación parece perdido, siempre hay un querido primo Windsor dispuesto a pasarte un brazo por la espalda.
Lo vimos en las primeras fiestas de esta primavera en el Palacio de Buckingham y la imagen se viene repitiendo desde entonces hasta las recientes carreras de Ascot: los mismos primos que respaldaron al príncipe Harry en sus apariciones más incómodas tras su salida de la Casa Real, están ahora haciendo que el príncipe Guillermo se sienta querido, apoyado y acompañado ante la ausencia de su mujer, Kate Middleton.
Los primos Windsor, nietos todos de la difunta Isabel II, no tienen lugar en la jefatura del Estado ni en los actos de la máxima relevancia institucional, pero sí están presentes en aquellas veladas que tienen un fuerte componente social. Peter Phillips, Zara y Mike Tindall, Eugenia y Beatriz de York con sus respectivas parejas, Jack Brooksbank y Edoardo Mapelli Mozzi, y, en ese círculo también están, los actuales duques de Edimburgo. Todos ellos pendientes del príncipe de Gales, el centro de atención mediática de todas las apariciones desde la retirada de la princesa. Le dedican gestos de cariño, bromas y, en definitiva, rompen el hielo, igual que hicieron con los duques de Sussex, por ejemplo, durante el Jubileo de Platino o los funerales de Estado de Isabel II.
Tanto los hijos de la princesa Ana (Peter y Zara) como las hijas del príncipe Andrés se han presentado siempre como una figura de mediación, incluso entre generaciones, muestra de ello es que aunque Carlos III y el príncipe Andrés estén enfrentados (ahora a cuenta de la residencia oficial de los York pero su relación nunca ha sido fácil, porque uno era el heredero y el otro el favorito), Eugenia y Beatriz de York se mantienen al margen y conservan buena relación con todos sus tíos y primos.
Esta buena relación entre primos se viene dando en las generaciones anteriores, empezando por la propia Isabel II, a la que su única hermana, la princesa Margarita, le hizo muy complicado el comienzo de su reinado. Entonces se repitió el desafío de la heredera y de la que no lo es, de la que manda y la que no. Mientras la princesa Margarita aceptó a regañadientes acatar las decisiones, también sobre su vida personal, que ahora tomaba su hermana, los primos hermanos de Isabel II se convirtieron en discretos activos de su reinado. Esos fueron los nietos de Jorge V: los hermanos Kent y el duque de Gloucester, presentes hasta el día de hoy. Sin olvidar a Margaret Rhodes, prima hermana por parte de madre, que se crió con ella y era una de sus mejores amigas. También hay excepciones porque si entre Carlos III y el príncipe Andrés siempre hubo rivalidad, la princesa Ana y el príncipe Eduardo se lo han puesto muy fácil a su hermano, prestándole un apoyo discreto y sólido en un reinado que no le está resultando nada fácil. A la princesa Ana, por cierto, la vimos también en Ascot junto a su prima, Lady Sarah Chatto.
Aunque si hubo una relación entre hermanos mucho más complicada que la de Guillermo y Harry, esa fue la que tuvieron el carismático rey Eduardo VIII (después duque de Windsor) con el tímido príncipe Alberto (después Jorge VI). Fue una decisión unilateral e imprevista del duque de Windsor la que dejó en manos de su hermano un trono al que nunca pensó acceder, para casarse con Wallis Simpson. El biógrafo Alexander Larman, autor prolífico sobre la Casa Real y quien escribió un libro sobre esta crisis en la Corona, cuenta que la dinámica entre los dos hermanos era fascinante: “Había traición, intentos de comportarse de manera civilizada en ocasiones posteriores a la abdicación y, por supuesto, la influencia que las esposas de ambos hombres tuvieron sobre su forma de pensar”. Otros historiadores cuentan que Isabel II nunca perdonó a su tío el modo en el que en su plácida casa de duques de York recayó el peso de la corona cuando estaba a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial.