Fue una deportista de élite, una de las mujeres más bellas de la época y protagonizó una boda prohibida con el hijo del último rey de Italia al que quiso hasta el final de sus días. Es Marina Doria, la viuda de Víctor Manuel de Saboya, quien murió en Ginebra el pasado 3 de febrero y cuyo funeral tendrá lugar este sábado. El príncipe y su esposa formaron un matrimonio atípico que aunque no fue visto con buenos ojos por el padre de Víctor Manuel, el rey Humberto II, fue de lo más sólido pese a las polémicas.
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Marina Doria, de 88 años, y Víctor Manuel de Saboya se conocían desde que eran unos niños, cuando ella tenía 12 años y el 10. Sin embargo, la chispa surgió en 1960, cuando ella destacaba como deportista de esquí acuático y ganó un campeonato de Europa y de Suiza. Precisamente este deporte les unió, ya que sus vidas se cruzaron en la Sociedad Náutica de Ginebra. Ella era hija de un industrial suizo de origen italiano muy bien posicionado dentro de la alta burguesía con raíces aristocráticas.
El heredero italiano de un país sin reino y la deportista se enamoraron perdidamente, pero la diferencia social entre uno y otro (ella no provenía de la realeza) crisparon al rey Humberto que se opuso a la relación durante los 16 años que la pareja estuvo de novios antes de formalizar su unión, prohibida por el monarca. Pese a la oposición paterna, Víctor Manuel y Marina se casaron civilmente en 1970 en Las Vegas (Nevada, Estados Unidos) no sin antes proclamarse Rey de Italia el 15 de diciembre de 1969 y emitir un ‘real decreto’ en el que le confirió el título de duquesa de Sana Ana De Valdieri para que el matrimonio tuviera el estatus royal deseable.
Tras esta boda vino la ceremonia religiosa el 7 de octubre de 1971 en la parroquia italiana de Consolata de Teherán ante 20 invitados y cargada de secretismo a la que no acudió el rey Humberto y que ¡HOLA! narró en sus páginas con un completo reportaje gráfico. Le siguió un banquete nupcial posterior que tuvo lugar en el Imperial Club al que siguió una recepción en el Palacio de los emperadores. Al no dar su consentimiento a esta unión, el rey Humberto transfirió los derechos al trono de Italia a Amadeo III de Saboya, según los partidarios de este último. Juntos tuvieron a su único hijo Manuel Filiberto, quien el pasado verano renunció a sus derechos dinásticos en favor de su hija Vittoria, la actual jefa de la Casa de Saboya, tras la muerte de su abuelo.
Marina acompañó y estuvo al lado de su marido durante toda su vida. En las buenas y en las malas. Especialmente luchó para darle la mejor cobertura legal cuando fue detenido por la Policía francesa tras un tiroteo en la isla de Cavallo (Córcega, Francia) en el que murió Dirk Hamer, un turista alemán de 19 años. Durante el tiempo que el Príncipe estuvo en prisión (finalmente resultó absuelto por los tribunales franceses), ella fue siempre a verle a la cárcel. Eso sí, lo hizo sola porque los amigos empezaron a alejarse. Concedió entrevistas defendiendo la inocencia de su esposo y buscó a los mejores expertos y peritos judiciales para intentar sacarle de la cárcel.
Tras seis décadas en el exilio y gracias a la intermediación del papa Juan Pablo II, Víctor Manuel de Saboya logró volver a pisar Italia en 2002. En este viaje de regreso a la patria estaba su esposa Marina y su hijo Manuel Filiberto, quien nunca había tenido la nacionalidad italiana ni había pisado el país. Toda la familia juró la Constitución republicana.
Este amor que lo tenía todo en contra ha tocado a su fin más de medio siglo despuésy deja a una mujer totalmente devastada. Hace unos días, el hijo del matrimonio aseguraba al Corriere della Sera: “Es un momento duro, sí, lloramos a los muertos, pero tenemos que cuidar a los vivos, a mi madre que está inconsolable porque ha perdido a su amor, el hombre de su vida”.