Es un castillo a la imagen de Versalles, un palacio de recreo como el del siglo XVIII. Tras la fachada clásica, la decoración rococó recuerda el apogeo de Suecia, la corte resplandeciente que le gustaba reunir a la Reina Luisa Ulrica, mujer del Rey Adolfo-Federico. Pero el castillo de Drottningholm no es solo un monumento histórico abierto al público todo el año, también es la residencia de los Reyes de Suecia. Allí la reina Silvia concedió esta entrevista al periodista Thomas Pernette de Point de Vue.
Para ti que te gusta
Lee 8 contenidos al mes solo con registrarte
Navega de forma ilimitada con nuestra oferta
1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Para acceder al sanctasanctórum —los apartamentos privados de Sus Majestades—, hay que mostrar las credenciales al llegar ante los guardias de turno y entrar por una puerta secreta, debidamente escoltados por el personal del palacio. Luego viene la breve espera en el salón Gustavo III, que es también el comedor de verano de los soberanos.
La Reina Silvia llega puntual a la cita, con una elegancia exquisita. Su apretón de manos es cálido y su mirada directa. Nos pregunta por nuestra salud y nos invita a sentarnos. Sus gestos y palabras son precisos, nunca rebuscados. La Reina conoce su oficio. La entrevista puede empezar.
“El pueblo sueco siempre fue muy amable conmigo y recibí una formidable acogida desde el primer día”
—Majestad, el Jubileo de Oro de su marido, el Rey Carlos XVI Gustavo, ha sido un gran éxito. ¿Le conmovió la efusiva acogida recibida en Estocolmo en septiembre pasado?
—Tengo que decir que el 50 aniversario de la ascensión al Trono de Su Majestad fue un momento muy especial. Nos conmovió mucho la espontaneidad y el calor del pueblo sueco que acudió en masa a las calles de la capital. Fue maravilloso ir a su encuentro y ver su alegría y el apego que sienten por su Rey.
—También ha viajado por todo el país con motivo de este acontecimiento.
—Las celebraciones del Jubileo de Oro empezaron en enero con una recepción en el Palacio Real de Estocolmo, a la que asistieron los gobernadores de los 21 condados y suecos que destacaron por sus servicios al país. Y entre febrero y septiembre, el Rey y yo viajamos a todos los condados. Aunque se trataba de visitas cortas, de un solo día, nuestra agenda estaba repleta. Aprendimos mucho y conocimos a gente maravillosa.
—¿Le sorprende lo popular que es tanto en su país como en el extranjero?
—Es muy considerado por su parte. El pueblo sueco siempre fue muy amable conmigo y recibí una formidable acogida desde el primer día. Crecí en Brasil y luego en Alemania, donde nací, pero como Reina de Suecia hago todo lo que puedo por mi país, por la monarquía y por el futuro.
Alemana de nacimiento, se ha convertido en el alma del país con el que se casó en 1976 a la vez que con su soberano, el Rey Carlos XVI Gustavo
Una estudiante seria
—¿Cómo definiría su papel? ¿Qué significa ser Reina de Suecia hoy en día?
—Suecia no tuvo Reina consorte durante más de diez años. La Reina Luisa [esposa del Rey Gustavo VI Adolfo] murió en 1965 y la madre de Su Majestad, la princesa Sibila, en 1972. Cuando me casé en 1976, no tuve más remedio que seguir mi propio camino, porque no existe un manual para aprender a ser Reina. Depende totalmente de una misma, de la personalidad, los intereses y de lo que una siente. En realidad, no había mucha gente que me guiara. El Rey tiene cuatro hermanas, pero, cuando me casé, tres de ellas vivían en el extranjero. Podía contar con la más joven, la princesa Cristina, que estaba aquí. La Reina Ingrid de Dinamarca, tía de mi marido, también fue muy amable conmigo y me ayudó mucho. Yo era una estudiante seria y ella una profesora excelente. Podía llamarla y siempre contestaba. Y, por supuesto, tenía al Rey a mi lado. Como saben, trabajé en la organización de los Juegos Olímpicos de verano de Múnich en 1972 y luego en los de invierno de Innsbruck, a principios de 1976. Me di cuenta de que a las personas discapacitadas les resultaba muy difícil acceder a los estadios. No estaban diseñados para personas con movilidad reducida. Inmediatamente se lo comenté al Rey y me dijo que había experimentado la misma sensación durante un compromiso, en el que había nadado con niños invidentes. El agua estaba turbia y él no podía ver mucho. Sin embargo, los niños estaban perfectamente a gusto en ese entorno. ¡Él, no tanto! Cuando nos casamos, unos meses más tarde, decidimos poner en marcha un fondo para hacer el mundo del deporte más accesible a las personas con discapacidad. Fue nuestra primera iniciativa juntos.
“Soy como cualquier mujer, madre o abuela y me intereso por lo que veo. Hay tantas cosas que puedes hacer cuando tienes la suerte de estar en el lugar en el que estoy”
—En 1999, fundó la World Childhood Foundation para combatir la violencia sexual contra los menores. ¿Puede contarnos más?
—Es un tema especialmente delicado. Pasé mis primeros años en Brasil. Allí, los abusos sexuales a menores son, por desgracia, frecuentes en las favelas. Fui allí, las visité y me di cuenta de que era absolutamente necesario actuar. Hay muchas asociaciones que hacen un trabajo fantástico para ayudar a los niños, sobre todo a los niños sin hogar. Pero ninguna de ellas se ocupaba específicamente de la violencia sexual. Simplemente porque es tabú. Recuerdo una conferencia en París con primeras damas de todo el mundo. Nadie hablaba de ello y yo planteé la cuestión. Fue un momento difícil. Todo el mundo estaba incómodo y yo misma me sentía incómoda, como Reina y como madre. Pero si ni siquiera podemos hablar de ello, ¿cómo podemos actuar? Así nació la World Childhood Foundation. La organización se creó en Suecia, pero tenemos equipos en Alemania, Brasil y Estados Unidos. Desde allí, montamos programas en distintos países como en Camboya o en Tailandia, pero también donde sea necesario intervenir. Es una estructura pequeña, pero somos eficientes e intentamos actuar lo más rápidamente posible.
—Los niños también son víctimas de los conflictos armados. ¿Qué opina de la situación en la que se encuentran muchos de ellos, en Ucrania pero también en Oriente Próximo?
—Trabajamos en Ucrania desde hace unos 20 años y, actualmente, tenemos ocho proyectos en marcha en el país. La situación es terrible. Pienso, por ejemplo, en los niños desaparecidos. Algunos han sido secuestrados y otros han sido llevados a Rusia, donde se les ha dado un nuevo estado civil. Han sido ‘adoptados’ y sus padres no tienen forma de encontrarlos. De hecho, a muchos de ellos les han dicho que habían matado a sus padres biológicos. ¿Cuántos son? Las estimaciones varían. ¿10.000? ¿20.000? ¿Más? Lo que está ocurriendo en Oriente Medio es horrible. Me es imposible hablar de política, pero puedo hablar de derechos humanos. Me temo que toda una generación está siendo sacrificada. Estoy extremadamente preocupada por los niños de esa parte del mundo. Pero, ya sabe, me preocupan los niños en general, en particular con lo que llamamos la «darknet». Es un mundo peligroso.
—Majestad, nos ha dicho que creció en Brasil. ¿Qué recuerdos tiene de sus primeros años?
—Fue hace algún tiempo. Cuando llegué a Brasil, tenía tres años. Recuerdo que mis hermanos me cuidaban mucho. Eran muy considerados, pero para la niña que yo era a veces podía ser un poco frustrante...
—¿Por qué?
—Porque hiciera lo que hiciera, ellos lo sabían todo mejor que yo. En cualquier caso, éramos una familia feliz. Me crié entre dos culturas, dos religiones. Mi madre era católica y mi padre protestante. Éramos muy respetuosos con ambas culturas y religiones. Esto me recuerda una visita de Estado que Su Majestad y yo hicimos a Jordania, en noviembre del 2022. Visitamos Ammán, por supuesto, pero también As-Salt, una ciudad fascinante donde la mezquita y la iglesia están la una en frente de la otra. As-Salt es una tierra de tolerancia que me impactó profundamente, porque la tolerancia es una parte importante de mi educación.
“Hemos procurado ser padres “normales” y una familia “normal”. Y sé que nuestros hijos hacen lo mismo con sus propios hijos, lo cual está muy bien”, cuenta la reina, que tiene ocho nietos
Un encuentro divertido
—En 1972, su vida cambia. Conoció a ‘alguien’, como se suele decir... pero ese ‘alguien’ era un futuro Rey. ¿Puede hablarnos de ese primer encuentro con su marido?
—Debo decir que fue un encuentro especialmente divertido. Fue durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972. Todo sucedía a la vez: la llegada de los atletas, de los oficiales. Me habían pedido que me encargara de la sala de las personalidades con la ayuda de otras tres jóvenes. El sitio estaba lleno de gente de la realeza, de jefes de Estado, de diplomáticos y de un importante servicio de seguridad. De repente, sentí que alguien me miraba y me di la vuelta. Era un hombre que me observaba con sus prismáticos... ¡a solo un metro de distancia! Era insólito. Nuestra vida juntos empezó con una carcajada. Y nunca ha parado desde entonces.
—Usted no es solo una Reina, es madre y abuela. ¿Cómo es el día a día de un miembro de la Familia Real sueca?
—Intentamos ser una familia como cualquier otra, y eso es muy importante para nosotros. Por supuesto, hay muchos momentos oficiales. Cuando tienes hijos, es vital mostrarles lo que eso significa y enseñarles a desenvolverse en esas ceremonias especiales. Hay que ayudarles a distinguir entre lo que es «público» y lo que es «privado». Para un niño no es tan sencillo. Es algo que se consigue transmitir si se está muy unido. Pero, por lo demás, hemos procurado ser padres ‘normales’ y una familia ‘normal’. Y sé que nuestros hijos hacen lo mismo con sus propios hijos, lo cual está muy bien.
“Ella siempre fue especial, incluso de niña. Era muy observadora y siempre miraba a los demás con simpatía”, dice de su hija mayor, la princesa heredera Victoria
—¿Cómo describiría a sus tres hijos, la princesa heredera Victoria, el príncipe Carlos Felipe y la princesa Magdalena?
—Creo que son personas afectuosas, naturales, que se interesan por los demás y los escuchan. Estar sinceramente atento es crucial si uno desea ayudar. Los tres tienen este don. El estatus de la princesa heredera es un poco especial, es cierto. Pero ella siempre fue especial, incluso de niña. Era muy observadora y siempre miraba a los demás con simpatía, pero también con mucha curiosidad. Y como heredera de su padre, también aprendió mucho.
—¿Cuáles son sus pasiones en la vida?
—Soy como cualquier mujer, madre o abuela, y me intereso por lo que veo. Hay tantas cosas que puedes hacer cuando tienes la suerte de estar en el lugar en el que estoy hoy. Intento ver esas cosas, llevar a cabo ciertos proyectos y ayudar. Quizá esa sea mi verdadera pasión en la vida.