Su divorcio en 1901 fue la comidilla de la realeza. Su marido… ¿“amigo” de otro hombre?
Ducky, como se le conocía en familia, era la segunda de las hijas del duque de
Edimburgo y de la Gran Duquesa rusa María Alejandrovna. Nieta por tanto de la reina
Victoria y del zar Alejandro II, protagonizó un escándalo amoroso que hizo saltar por
los aires el puritanismo de toda una era. No era una mujer guapa, aunque sí decidida,
igual que lo fue su hermanala reina María, Missy, de Rumanía.
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Victoria Melita nació en Malta en 1876, donde su padre estaba destinado como
almirante de la Marina Real.Pasó parte de su infancia en la residencia familiar de
Clarence House hasta que en 1893 su padre tuvo que hacerse cargo del ducado de
Coburgo-Gotha como duque reinante: todo respondía a las políticas de sucesión
impuestas por su abuela, la poderosa reina Victoria, decidida a tejer los lazos
matrimoniales de gran parte de la familia.
Victoria Melita era bastante reservada,
aunque creativa y buena deportista.
La reina Victoria había visto como la boda de su nieta María con el heredero del trono
de Rumanía, se había tramado sin su mediación. Y no estaba dispuesta a que aquello
volviese a ocurrir. Así que fue ella la que organizó el “noviazgo” entre dos de sus
nietos, algo por otro lado bastante habitual en la época. Ernesto de Hesse, hijo de su
difunta hija Alicia -muerta de difteria bastante joven- debía casarse con la atractiva Victoria,
a pesar de que él tenía fama de ser poco varonil. Ella no mostró mucho agrado
ante aquella unión, pero ¿quién iba a desobedecer a la abuela? Ernie no sólo era un
príncipe apuesto, sino que desde la muerte de su padre había asumido la soberanía de
este ducado integrado en el Imperio Alemán. ¿Quería la reina-emperatriz limar
asperezas con su nieto el káiser?, ¿o respondía aquel compromiso a la tenacidad de
una mujer senil que llevaba más de seis décadas en el trono y buscaba la continuidad
de la estirpe?
Los preparativos para la boda en Coburgo resultaron extraordinarios. Por expresa
indicación de la Reina se dispuso el ajuar más primoroso. Todo el equipo, excepto la
sombrerería, fue confeccionado por madame Mainier, con taller en la londinense
Wigmore Street, siguiendo los dictados de la moda de París. Vestidos de tarde, de
corte y para el teatro, en muselinas, linos y terciopelos. Las esquinas de los pañuelos
de encaje estaban bordados con las iniciales V.M. El calzado y las botas de montar se
encargaron en Grundy, en el 74 de New Bond Street, el establecimiento proveedor
oficial de S.M. Se confeccionaron catorce pares en cuero negro, marrón nuez y tostado
mientras que los zapatos “delicados” se tintaron en las mismas tonalidades de la sedas
y complementos. La novia, destacaba la prensa inglesa, “has had one of the most
magnificent trousseaus even seen in Londres” (The Graphic, 28 abril 1894). Los regalos
fueron también extraordinarios. La Reina obsequió a su nieta con un colgante de
diamantes. Su primo el emperador, lo hizo con otro de zafiros. Sus padres con un collar
de perlas y esmeraldas, un brazalete de diamantes y un juego de pendientes
adornados con piedras preciosas. ¡Era un joyero fabuloso!
La mañana del 22 de octubre de 1894, todas las miradas estaban puestas en la capilla
del palacio de Ehrenburg, en el centro de la ciudad de Coburgo, donde iba a celebrarse
la ceremonia. Tímida, entró en la iglesia del brazo de su padre. El traje de boda, según
la prensa de la época estaba confeccionado en raso blanco con bordados de perlas
finas y flores de azahar (The Graphic, 28 abril 1894). En el cuello, se había puesto el
collar con el que le habían obsequiado sus padres y llevaba la tiara de esmeraldas
regalo de su ya esposo.
Pero ese matrimonio resultó desastroso desde el principio. Tuvieron una hija, que
murió muy niña, y juntos acudieron a la coronación del zar Nicolás II en Moscú y a los
funerales de su abuela. Sin embargo, siempre se llevaron mal sobre todo por culpa de
las amistades masculinas que rodearon a Ernesto, especialmente con algún sirviente.
Ella además se sentía atraída por uno de sus primos maternos, el gran duque Kyrill
pese a que las disposiciones para matrimonios reales Romanov, no autorizaban las
uniones entre parientes tan cercanos.
En diciembre de 1901, pocos meses después de la muerte de la reina Victoria, se
anunció el divorcio y se disolvió el matrimonio. Ella se fue a vivir con su madre a
Coburgo hasta que se reencontró con Kyrill. A partir de ese momento, ya nada pudo
frenar su pasión. Tras la participación militar de Kyrill en la guerra rusojaponesa en
1905, se casaron en Coburgo lo que supuso que el zar Nicolas II le retirase todos los
tratamientos y asignaciones: acababan de ser repudiados por los Romanov.
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Se instalaron en París, ella se convirtió a la iglesia anglicana y tuvieron tres hijos.
Cuando la primera Guerra Mundial amenazaba Europa, el zar requirió el regreso de
Kyrill.
El fuerte patriotismo del Gran Duque determinó su regreso a Rusia para instalarse
en San Petersburgo y enrolarse en las filas del Ejército Imperial. Pero la amenaza de la
Revolución Bolchevique, hizo que su posición peligrase: aunque aceptaron la Duma
con el convencimiento de que aquello salvaría a la dinastía, se equivocaron. Tuvieron
que huir a Finlandia donde pasaron carencias y amenazas hasta que lograron llegar a
Alemania por mediación, entre otros de Margarita de Suecia y de Jorge V.
Vivirán el resto de sus días en Coburgo y terminarán simpatizando con el partido
nacionalsocialista alemán. Victoria Melita falleció en Baviera 1936. El gran duque Kyrill
escribió sus memorias, Mi vida al servicio de Rusia.