La noche eterna de Atenas cubre a Constantino de Grecia. El rey griego ha fallecido a los 82 años de edad,tras varios días ingresado en el centro médico Hygeia de Atenas. Dice adiós después de un crepúsculo no exento de dificultades, debido al desaliento de la enfermedad, pero tampoco de dichas, debido al deleite de la familia, de la tierra, de la estima de los suyos. Ante el empeoramiento de su ya delicada salud, a mediados de diciembre, el tío de Felipe VI fue trasladado incialmente al centro médico Kranidi, en Emionida, muy cerca de Porto Jeli, donde residía. Allí recibió la primera asistencia y su estado se estabilizó, después fue llevado en ambulancia a un hospital de la capital helena donde ha muerto. En todo momento, Constantinto estuvo arropado por sus familiares. Su mujer, Ana María; sus hijos y sus hermanas, la reina Sofía y la princesa Irene, llegadas desde Roma donde habían asistido al funeral de Benedicto XVI, hicieron piña en torno a él hasta el final.
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El rey Constantino, único varón del rey Pablo y la reina Federica, hermano mediano de nuestra reina Sofía y la princesa Irene, y nieto, bisnieto, tataranieto de Reyes y Zares, así como del Emperador de Alemania, nació el 2 de junio de 1940, en Villa Psychiko, Atenas. Era tercero en la línea de sucesión al trono y heredero por tanto de la misma honorable misión de las cinco generaciones anteriores a él (Jorge I, Constantino I, Alejandro I, Jorge II y Pablo I) de la Casa de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, también llamada Casa de Glücksburg, una rama de la dinastía danesa de Oldemburg: regir los destinos de Grecia y hacer grande su gloria. La inestabilidad política de aquellos tiempos convulsos de la guerra y la posguerra no se lo pondría fácil a su tío, el rey Jorge II, que fue exiliado de Grecia en el año 1941.
Fallece Constantino, último rey de Grecia
De hecho, poco después de su nacimiento, la Familia Real griega se vio obligada a abandonar la capital y a huir a Creta, que terminaría bajo la ocupación nazi y fuerzas del Eje. Como corrían grave peligro de ser capturados por las tropas alemanas, el rey Jorge II mandó a su hermano Esteban Pablo (luego Pablo I) y su familia escapar a Alejandría, Egipto. Permanecieron en la lucha pese a todo, durante la Batalla de Creta, entre mayo y junio de 1941, mientras el Monarca resistía el ataque junto a las tropas de Grecia, Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda, pero no pudo ser. Finalmente, aprovechando las treguas de la ofensiva aérea alemana, se fugaron a través de las montañas para llegar a la costa sur. El príncipe Constantino en brazos de su madre, la princesa Federica, y la pequeña princesa Sofía, con su niñera Cheila, tomaron uno de los últimos barcos que salían del puerto de Creta con rumbo a otras tierras. A otra vida.
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El primer recuerdo del príncipe Constantino
Hiltler declaró enemigos al rey Jorge y al príncipe heredero Pablo, que se unieron a los aliados en el frente de Creta para luchar contra el nazismo. Su condición de rivales desencadenó un exilio en constante movimiento, solicitando asilo político a un país y a otro según mudaban las alianzas políticas en todo el mundo y cambiaban las estrategias militares por la segunda gran guerra. Por esa razón, el príncipe y su familia se vieron obligados a abandonar Egipto, cuando les denegaron el asilo por temor a represalias, y se fueron a Ciudad del Cabo, Sudáfrica, donde se alojaron en GrooteSchuur, entonces residencia oficial del primer ministro sudafricano Yian Kristian Smats. De allí fueron los primeros recuerdos del rey Constantino: corría con el Primer Ministro sudafricano por el jardín de la propiedad, perfectamente bien cuidado, tras una vaca. Y allí vivió una de las mayores alegrías de la familia de aquel entonces: el nacimiento de su hermana pequeña, la princesa Irene, el 11 de mayo de 1942.
Acabada la Segunda Guerra Mundial, no acabó la agitación política en Grecia. Fue tras un referéndum en 1946, después de las elecciones generales, cuando Jorge II y su familia regresaron al reino, el Monarca al Palacio Real y el Heredero y los suyos a una villa en el barrio de Psychiko, en Atenas. Aquella vuelta a casa, el rey Constantino la recordaba así: “Cuando llegué a Grecia, lo primero que vi desde el barco fue un edifico que tenía una Corona y un ancla labradas en su puerta. Pregunté a mi padre si aquel era nuestro Palacio, y él se echó a reír. Era la Academia Naval de Grecia”. Apenas un año después, el rey Jorge, que estaba ya enfermo a su regreso, falleció el 1 de abril de 1947. Se había divorciado de Isabel de Rumanía en 1935 y murió sin dejar descendencia, por lo que ese día su hermano ascendió al trono de Grecia como Pablo I y su sobrino, el príncipe Constantino, se convirtió en el Heredero.
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Cuestión de nobleza
La disciplina era una de esas virtudes de un Príncipe que el joven Constantino cultivaba desde temprana edad. Cheila Mac Nair, la institutriz inglesa de los pequeños, afirmaba que le suponía gran esfuerzo levantarse todas las mañanas para cumplir con el hábito de andar cinco kilómetros, pero que una vez se le explicaba el motivo de por qué se le exigía tal o cual conducta, obedecía sin rechistar: “A lo mejor me obedecía porque quería que fuésemos buenos amigos. Lograba amigos con facilidad y luchaba por conservarlos”. Así ha sido siempre. Le habrá faltado el título real, le habrá faltado el reino, le habrá faltado el palacio y las demás propiedades de la Corona expropiadas hasta que la Justicia le dio la razón y se las devolvió… pero jamás le ha faltado la amistad de quien lo ha conocido y lo ha tratado. Mucho menos aún en el seno de la gran familia de la realeza.
Pocos reyes reinantes pueden jactarse de tener confianza con Isabel II de Inglaterra; de ser uno de los mejores amigos, además de primo, del Príncipe de Gales; de ser uno de los seis padrinos de bautismo del príncipe Guillermo; de ser uno de los nombres incondicionales de las exclusivas listas de invitados a los grandes acontecimientos reales; de ser uno de los anfitriones con mayor poder de convocatoria en sus celebraciones en Londres o en Atenas; de ser el marido, el padre, el hermano, el tío... al que todos quieren.
El griego que hay en él
Sus primeros años de formación fueron en la propia villa Psychiko junto a varios niños de distintos estatus sociales de Atenas, seleccionados para acompañarlo en aquella escuela doméstica. Desde 1949, el príncipe Constantino asistió al colegio de Anavryta en Atenas, un centro masculino con los principios educativos del profesor Kurt Hahn, mentor del Duque de Edimburgo y otros miembros de la realeza, cuyo lema era “Hay más en ti de lo que piensas”. El mismo modelo de enseñanza del internado Salem que fundó en Alemania (o de Gordonstoun en Escocia) y que contó con la reina Sofía y la princesa Irene como alumnas. Siempre ha presumido del espíritu fraternal que reinaba en sus aulas y de las grandes amistades que forjó en aquellos años, algunas de las cuales perduran hoy en día. No fue su condición real, sino su autoridad moral la que lo convirtió en el más popular y lo proclamó Jefe de los estudiantes.
Parece que el olimpismo lo da la tierra y que en Grecia, cuna de los Juegos Olímpicos, lo propio era que el príncipe Constantino fuera un buen atleta con un talento especial para el hockey, el voleibol y los saltos de altura. Además, en 1960 ganó su primera medalla de oro olímpica en la categoría Dragon Sailing como timonel del barco Nereus en el Golfo de Nápoles en Italia. Su hermana mayor, la reina Sofía, era uno de los miembros suplentes de la tripulación, pero su entrenamiento fue igual de exhaustivo. También el teatro de la antigua (y la nueva) Grecia sacó al escenario el griego que hay en el Príncipe. Participó en muchas representaciones escolares y, de todas, recordaba con especial cariño Julio César, de Shakespeare, en la que interpretó el papel de Marco Antonio, del que aún podía recitar extensos extractos. No hay que profundizar mucho en la cadena de ADN para encontrar el gen artístico de su hija la princesa Theodora.
“Recuerda…”
Cuando el príncipe Constantino era aún estudiante, los fines de semana los dedicaba al entrenamiento militar, y al terminar el colegio asistió a las tres escuelas militares. Cursó estudios de Derecho en la Universidad de Atenas y en palacio con los mayores expertos en Constitucional, Economía, Relaciones Internacionales... Hizo un viaje a los Estados Unidos de América, donde visitó instalaciones militares e industriales, y acompañó en muchas visitas oficiales a los reyes Pablo y Federica por Italia, Gran Bretaña, Alemania Occidental, Líbano, Etiopía, India y Tailandia. Se reunió con los líderes internacionales del momento y asistió en directo a sus primeras clases diplomáticas, como en su encuentro con el presidente Tito de Yugoslavia. El líder yugoslavo lo había retado a una partida de ajedrez, que el príncipe Constantino estaba a punto de ganar en el tercer y decisivo juego, pero su padre le hizo una señal por debajo de la mesa para indicarle que abandonara la jugada de la victoria, porque debía dejarse vencer. Y desde entonces supeditó los intereses propios a los intereses de Grecia.
Todo este tiempo han guiado los actos del rey Constantino las palabras que en su mayoría de edad le dirigió su padre, el rey Pablo, durante la solemne jura de fidelidad del Heredero al Monarca: “Querido Constantino: Sé un trabajador honrado, bondadoso e infatigable por el progreso y la gloria de Grecia. Consagra tu vida a la felicidad del país. No hay tarea más noble ni más importante que esa. Recuerda siempre que es preferible que sufra el Rey a que los sufrimientos caigan sobre la nación. Saca tu fuerza del amor entre tú y tu pueblo. Repara las ofensas con el perdón. La discordia con la unidad. El error con la verdad. La duda con la fe”. Y eso fue lo que hizo al heredar el trono a la muerte de Pablo I en 1964. Asumió su error cuando en julio de 1965 estallaron los disturbios después de la renuncia de George Papandreou como Primer Ministro, que degeneraron en el golpe militar de los Coroneles poco antes de las elecciones programadas para mayo de 1967, y se vio forzado a aceptar fuertes presiones para mantener la seguridad de su gente como primera y última prioridad. Y sufrió las consecuencias: el exilio (en Roma, en Cambridge, en Londres) y la expropiación.
Amor a toda vela
La empresa del reino se torcía (la Dictadura de los Coroneles concluiría con la proclamación de la Tercera República helénica el 24 de julio de 1974)…, pero la esfera de lo personal no pudo salir más redonda. Dicen algunas crónicas de sociedad que se enamoró de la reina Ana María de manera similar al rey Felipe de la reina Letizia: cuando vio su foto en una revista (en lugar de las noticias de las 3 de Televisión Española) y le confesó a su padre que aquella Princesa de Dinamarca sería su esposa. Las crónicas oficiales señalan que el Heredero griego conoció en Copenhague a la hija pequeña de Federico IX de Dinamarca durante una visita a los países escandinavos en 1959. La petición de matrimonio fue durante una romántica travesía en velero a Noruega, pero no podría poner su amor a toda vela hasta que su princesa cumpliera la mayoría de edad el 30 de agosto de 1964. Así que esta vez el novio tuvo una larga espera de semanas, en lugar de los minutos de rigor que se exceden todas las novias hasta aparecer blancas y radiantes en el templo, cuando aquel 18 de septiembre de 1964 finalmente la convirtió en su mujer en la Catedral Metropolitana de Atenas. La lluvia, augurio de felicidad en una boda, cayó torrencialmente a los recién casados en forma de confeti, la precipitación de la euforia, cuando se encontraron con los griegos.
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El pronóstico se confirmó. Constantino y Ana María de Grecia han sido felices para siempre en el reino o más allá junto a sus cinco hijos: la princesa Alexia, la primogénita, que convertía el matrimonio en familia el 10 de julio de 1965 en el palacio de Mon Repos en Corfú, la misma residencia en la que el Duque de Edimburgo llegó al mundo en 1921; el príncipe Pablo, el heredero, que daba continuidad a la dinastía el 20 de mayo de 1967 en Tatoi; el príncipe Nicolás, el mediano, que ponía la nota alegre al exilio el 1 de octubre de 1969 en Roma; la princesa Theodora, la muñeca de todos, que irrumpía una generación después que sus hermanos mayores el 9 de junio de 1983 en Londres, y el príncipe Philippos, el pequeño, que convirtió el “hogar lejos del hogar” en un lugar aún mejor el 26 de abril de 1986. Y, en los últimos tiempos, con sus nueve nietos.
De regreso a casa
Oportunidades de volver tuvo, pero no comprometió sus principios: Grecia. Mientras estaba en Italia, entre finales de los sesenta y principios de los años setenta, en plena Dictadura de los Coroneles, el rey Constantino recibió frecuentes peticiones para que regresara, pero se negó a hacerlo a menos que la democracia se restableciera. Fue en 1981 cuando, durante unas horas, volvió a casa con su familia para asistir en Tatoi al funeral de la reina Federica, que había muerto repentinamente en Madrid por un fallo cardíaco. A pesar de la protección de las fuerzas de seguridad, miles de griegos se apiñaron en el pinar de Palaiokastro para saludar a la Familia Real griega y para brindar a la reina Federica un último homenaje. Una década después, en 1993, haría una visita privada de dos semanas.
La otra cara la daba el Gobierno griego. Aprobó la ley de 1994 por la que se le confiscó sus bienes y se le revocó la nacionalidad. Después de dos años de juicio, la Corte Europea de Derechos Humanos le dio la razón a la Familia Real griega y el gobierno griego fue obligado a pagar una indemnización por las propiedades, dinero que se empleó para poner en marcha la Fundación Ana María, si bien la segunda parte de la letra, la que anulaba la nacionalidad griega a la familia, no se discutió en los tribunales. Tan pronto como terminó el conflicto judicial, regresaron a Grecia. El rey Constantino y la reina Ana María abandonaron el barrio residencial de Hampstead Garden Suburbm, en Londres, y se establecieron en tierra helena, en Porto Jeli, seguidos de los príncipes Nicolás y Tatiana.
Allí volvía a relucir el buen rey griego. Mantenía contacto cercano con sus gentes; leía la correspondencia que recibía, las más de 140.000 cartas al año de seguidores; ejercía como Presidente Honorario de la Federación Internacional de Vela y como Miembro Honorario de la Comisión Internacional Olímpica; se dedicaba a sus pasiones (la música clásica, la ópera, el ballet) y a sus meditaciones (en la fe ortodoxa y las causas solidarias en favor de los desfavorecidos griegos); pasaba su tiempo con sus nietos recorriendo sus rincones favoritos en su velero… Y siempre, en las cimas y en los baches, en la buena compañía de la reina Ana María, la mujer de su vida. Hasta que cayera la noche.