Fue la figura social más destacada de la época de Napoleón III. Aunque vienesa de nacimiento, su matrimonio con el embajador de Austria en París la convirtió en la protagonista de más de una década de bailes palaciegos y veladas teatrales. Era una mujer cultivada y cautivadora, capaz de romper moldes. Amante de las modas y próxima a escritores y artistas, hizo una especial amistad con la emperatriz Eugenia de Montijo. Dicen que fue ella quien le presentó a la española a Worth, el modisto que marcará una época en los diseños de moda femenina y acuñará el modelo "princesa" en honor a la propia Paulina.
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Paulina nació en Viena en febrero de 1836, en los días en los que su abuelo, Clemente Metternich, llevaba el timón de Europa y de la corte de los Habsburgo. Era hija de Leontine, la pequeña de las hijas que el embajador había tenido con su primera esposa, la aristócrata Eleonore von Kaunitz. De niña se educó con las lecturas de una familia acostumbrada a la cultura, los buenos modales y los valses que animaban los salones de Viena. Pero lo cierto es que, a la hora de buscar esposo, todo quedó en familia: el elegido no fue otro que Ricardo Metternich, hermanastro de su madre e hijo también del gran estadista, con su segunda esposa, la condesa von Leykam, que había muerto de parto a los pocos días de su nacimiento.
Con el título de princesa por concesión del Emperador para la dinastía, la boda en 1856 acarreó todo el interés de su tiempo. No en vano, él empezaba a consolidarse como el digno heredero de su progenitor, con magníficas dotes como sagaz diplomático en unos destinos que le llevaron a Dresde y Berlín hasta asentarse, como embajador de Viena en la Francia de Napoleón III. Parecía que los nombres de Metternich y Bonaparte volvían a unirse tres décadas después.
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La llegada de Paulina a París fue recibida con expectación por la nueva corte imperial. Tenía fama de ser sofisticada, cosmopolita y la perfecta anfitriona de los salones literarios. Pronto trabó amistad con escritores de la talla de Próspero Merimée o el mismísimo Alejandro Dumas, autor, entre otras, de obras tan conocidas como Los tres mosqueteros o El conde de Montecristo. Mecenas de las artes y la música, se carteó durante mucho tiempo con Richard Wagner, al que trató de introducir en los elitistas círculos de la ópera francesa.
Aficionada a las joyas y el buen vestir, era la principal clienta de Charles Frederick Worth, el modisto francés cuyos diseños causaban sensación entre los más granado de las élites parisinas y precursor de la alta costura. Aunque no era guapa -se la llegó a conocer como "el monito mejor vestido de París"-, rompía moldes con su particular estilo.
Se cuenta que fue Paulina la encargada de presentar al diseñador a Eugenia de Montijo, convertida en Emperatriz de los Franceses desde 1853 por su matrimonio con Napoleón III. Ambas compartían gustos refinados y eran las auténticas influencers de la época. Paulina, fumaba puros y le importaba poco su reputación, que, por otro lado, permaneció intachable. Apodada “madame chiffon” por los tejidos empleados en sus vestidos, todas querían imitar el estilo inconfundible de la aristócrata.
El matrimonio de Paulina y Ricardo tuvo tres hijas. Tras sus años de gloria en ese París cautivador del alcalde Haussmann, regresaron a Austria en 1870, justo cuando la guerra franco-prusiana aniquilaba el II Imperio francés.Llegaban a la corte de Francisco José y de Sissi, con la que nunca se entendió. Paulina, impetuosa y atrevida, llegó a participar en 1892 un duelo a espada contra una aristócrata rusa, algo bastante inusual.
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Desde entonces, tras conocer el esplendor y la decadencia de los grandes imperios centroeuropeos, vivió en Viena, donde falleció en 1921. Austria ya no era un Imperio y los Habsburgo, derrotados en la Primera Guerra Mundial, habían tenido que decir adiós a los territorios danubianos. Paulina Metternich escribió sus Memorias, un fresco fabuloso para entender aquel mundo de ayer.