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Entramos en la fabulosa boda del príncipe Rostislav Romanov en París: una novia coronada, una fiesta palaciega y la conexión con Picasso

El novio es bisnieto de la gran duquesa Xenia, hermana del zar Nicolás II. La novia, Foteini Maria Cristina Georganta, es una rica heredera griega


Actualizado 25 de septiembre de 2021 - 15:06 CEST

La realeza rusa siempre ha sentido debilidad por París. Durante el zarismo, los Romanov solían recalar en la capital francesa para comprar sus trajes y joyas en las mejores tiendas, cenar en los restaurantes de moda y disfrutar de los espectáculos. Tras la revolución de 1917, muchos familiares del zar lograron huir del comunismo y refugiarse en la ciudad de la luz. Más de un siglo después, París sigue siendo un lugar especial para la familia imperial. El príncipe Rostislav Romanov, de treinta y seis años, acaba de casarse con la heredera griega Foteini Maria Cristina Georganta en la catedral Alexandre Nevski, la iglesia ortodoxa más antigua y famosa de Francia.

Boda Romanov H+© @axenoffjewellery/ ANNA ROUSSOS/ THANOS ASFIS

El novio, que es un conocido artista afincado en Inglaterra, es bisnieto de la gran duquesa Xenia Aleksándrovna de Rusia, hermana de Nicolás II, último zar de Rusia, y del gran duque Alejandro Mijáilovich. Rostislav no solo desciende del zar Alejandro III, sino también de la legendaria Zoe Paleólogo, sobrina del último emperador bizantino Constantino XI y abuela de Iván el Terrible. Además, está emparentado con la princesa Sofía de Hannover y la realeza prusiana y, por lo tanto, con doña Sofía, madre de Felipe VI.

La novia es la única hija mujer del industrial griego Filippos S. Georgantas, dueño de un importante imperio de cosmética y perfumería, y de Charalambia Papathomas. Creció en Atenas y estudió francés y griego bizantino en St Anne’s College, en la Universidad de Oxford, y tiene una maestría en teatro de la Royal School of Speech and Drama. Ha trabajado en teatros de París y Reino Unido como escritora y dramaturga.

La pareja, que tiene un hijo de ocho llamado llamado León, se casó por lo civil en 2019. Ahora, finalmente, ha podido celebrar su boda religiosa por el rito ortodoxo en la catedral Nevski

La pareja, que tiene un hijo de ocho llamado llamado León, se casó por lo civil en 2019. Ahora, finalmente, ha podido celebrar su boda religiosa por el rito ortodoxo en la catedral Nevski, que tiene una conexión especial con España y el mundo del arte. El 12 de julio de 1918, el pintor malagueño Pablo Picasso se casó en ese templo con la bailarina rusa Olga Khokhlova. Jean Cocteau, Max Jacob y Guillaume Apollinarie fueron los testigos. El príncipe Romanov también ha elegido este sitio porque fue construido en honor a su antepasado, el zar Alejandro II, y porque fue el “corazón” de la inmigración rusa tras la revolución bolchevique.

La nueva princesa Romanov llevó un vestido creado por su prima, la princesa Chloé Obolensky, que es famosa por diseñar decorados y vestuario para teatro, ópera y cine. El traje, elaborado en seda otomana color crema, fue confeccionado por las petites mains del taller de Daniele Boutard, toda una institución en la alta costura de París. Madame Boutard, retirada desde hace años, volvió al trabajo solo para ejecutar este encargo.

Boda Romanov H+© @axenoffjewellery/ ANNA ROUSSOS/ THANOS ASFIS

La heredera griega completó su estilismo con un velo de cuatro metros hecho en seda vegetal, sujeto por una fabulosa tiara de estilo bandeau. La pieza, elaborada por el joyero ruso Petr Axenoff especialmente para esta ocasión, fue bautizada como ‘París rusa’ y es un homenaje a la conexión de los Romanov con la capital francesa. Realizada en una sola pieza de plata, está decorada con destellantes topacios azules y blancos. Axenoff también realizó las alianzas, dos anillos en oro amarillo clásico. La novia hizo un guiño a la familia de su marido llevando un pequeño broche con un diamante que perteneció a la gran duquesa Xenia, bisabuela del príncipe, y también lució su anillo de compromiso, una joya diseñada por su esposo con los colores de Rusia: un rubí rojo de Birmania, rodeado por dos zafiros azules.

Después de la ceremonia, los príncipes Romanov dieron una recepción para cien invitados en el exclusivo Cercle de l’Union Interalliée, un club privado en la elegante Rue du Faubourg Saint Honoré que fue fundado en 1917, año de la Revolución Rusa. El edificio, que antiguamente alojó el palacio de Henri de Rothschild, fue recientemente redecorado por el interiorista chileno Juan Pablo Molyneux, uno de los favoritos de la jet set internacional. El club tiene entre sus miembros a figuras de la política y la realeza internacionales.

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La celebración fue un gran homenaje a Rusia: cada mesa llevaba el nombre de un escritor ruso; las servilletas estaban bordadas con el escudo real de los Romanov; Maison Petrossian sirvió platos típicos de la tierra del novio; y un equipo de reposteros de Moscú viajó hasta París para preparar la tarta nupcial, una tort Medovik, el tradicional pastel de miel ruso.

Si bien su herencia está impregnada de la historia rusa, el príncipe Romanov visitó su país por primera vez en 1998 para el funeral de Nicolás II, el último zar, que se celebró ochenta años después de su muerte. Entonces ya tenía 13 años. Rostislav, al que cariñosamente llaman Rosti, nació en Chicago y pocos años después su familia y él se mudaron a Londres.

Los Romanov disfrutaron de un estilo de vida de prosperidad aparentemente interminable durante más de 300 años y a principios del siglo XX llegaron a gobernaron una sexta parte de la superficie de la Tierra. Nicolás II, el último monarca, gobernó desde 1894 hasta que se vio obligado a abdicar después de la revolución de febrero de 1917. Él y su familia fueron encarcelados por los bolcheviques y ejecutados al año siguiente. Fue una época de agitación social y guerra que finalmente conduciría a la caída de la dinastía Romanov tras más de tres siglos en el poder. Muchos familiares del zar lograron escapar y refugiarse en París. Más de cien después, la familia Romanov se ha vuelto a reunir en la capital francesa, esta vez para celebrar una boda. París bien vale una misa.