Tradición, historia y realeza en la catedral de San Isaac de San Petersburgo, que acogía este viernes un enlace histórico: el de Jorge Romanov y Rebecca Bettarini. Se trata del primero de un heredero de los zares en un siglo y ha contado con todos los ingredientes de una gran boda real, perfecta para las ensoñaciones de los más nostálgicos. El hijo de la gran duquesa María Vladimirovna de Rusia y del príncipe Francisco Guillermo de Prusia, ha dado el 'sí, quiero' a la escritora italiana, que ha adoptado el nombre de Victoria Romanovna al convertirse a la fe ortodoxa antes de contraer matrimonio, y lo ha hecho ante la máxima expectación en un enlace que ha dejado también curiosas anécdotas.
Jorge Romanov evoca a la Rusia imperial en su 'sí, quiero' cargado de simbolismo
Baja una lluvia de flashes, las miradas de los curiosos, una impresionante cobertura mediática y flanqueado por los guardias, el Zarévich, título que adopta el heredero al trono ruso, hizo su entrada en la catedral arropado por representantes de casas reales, reinantes y no reinantes, de toda Europa. La novia, hija de un diplomático italiano, ha querido también rendir homenaje al linaje de su marido con el escudo de los Romanov bordado en la cola del espectacular vestido. Tras la ceremonia, los recién casados hicieron su salida bajo un paseo de espadas para encontrarse después con las cámaras y los micrófonos de la prensa, rusa e internacional, deseosa de obtener sus primeras palabras.
Tal era la expectación, que hubo quien no se conformaba con las espectaculares imágenes del servicio religioso y decidió optar por una estratagema un tanto peligrosa para tratar de captar una instantánea de los novios. Según ha contado, Rebecca poco después de dar el 'sí, quiero' al Zarévich, unos periodistas llegaron a subirse al tejado del hotel en el que se alojaban para intentar hacerles fotos. "Gracias a que intervino la policía", ha escrito la novia en un mensaje que ha compartido con sus seguidores. "Han sido 24 horas muy locas", ha asegurado. Afortunadamente, todo ha quedado en una anécdota y no ha empeñado en absoluto las celebraciones que se espera que se prolonguen hasta mañana.
La fiesta se celebra esta noche en el Museo Etnográfico ruso en San Petersburgo con alrededor de 550 invitados. El menú, a base de platos típicos de la gastronomía rusa, regados con vinos italianos y champán francés, es también todo un homenaje a los orígenes de los recién casados, pero la joya de la corona es el postre. Se trata de una apetitosa creación del chef Michael Lewis que lleva el nombre ortodoxo de la novia, Victoria Romanovna, que se ha cambiado de vestido para la ocasión. Al día siguiente, y como colofón a tres días de celebraciones, los recién casados ofrecerán un brunch en el palacio Constantine, anteriormente hogar de la rama Konstantinovichi de la familia imperial. Será un encuentro más distendido e informal en el que no habrá dress code y al que se prevé que asistan alrededor de 700 invitados que participarán en una subasta benéfica y asistirán a un concierto con motivo de la inauguración de la Sociedad Musical Imperial Rusia. Los novios despedirán así a sus invitados antes de partir rumbo a su luna de miel con destino desconocido.
El Gran Duque y Rebecca Bettarini han vivido por fin la boda real con la que siempre han soñado. Se conocen desde que eran adolescentes, pero empezaron a salir hace cerca de diez años, tras volver a coincidir en un evento en la embajada de Francia en Bruselas, en un momento en el que ambos trabajaban en la capital de la Unión Europea. El gran duque pidió a la escritora italiana, hija del embajador italiano Roberto Bettarini, que le ayudara a establecer su fundación en Rusia y, meses después, su amistad se convirtió en noviazgo. Tras vivir seis años en Bruselas, se han instalado en Moscú, donde los dos trabajan en el sector filantrópico.