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Jorge Romanov evoca la Rusia imperial con su 'sí, quiero' cargado de simbolismo


Actualizado 1 de octubre de 2021 - 18:34 CEST
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La boda de Jorge Romanov y Rebecca Bettarini se ha convertido en uno de los acontecimientos del otoño. El enlace del hijo de la gran duquesa María Vladimirovna Romanova y el príncipe Francisco Guillermo de Prusia, y la escritora Rebecca Bettarini ha recordado el esplendor de la época de los zares. Nada mejor para este fastuoso enlace que la Catedral de San Isaac de San Petersburgo. 

Los novios han elegido este imponente escenario para su enlace religioso. El edificio destaca por sus impresionantes cúpulas, una de ellas se encuentra dentro de las más grandes del mundo, y en ella se profesa la fe ortodoxa rusa. La catedral se levanta en la plaza del mismo nombre y fue diseñada por el arquitecto francés Auguste Montferrand en el siglo XIX

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A pesar de no pertenecer a una dinastía actualmente reinante, Jorge Romanov ha hecho una entrada en San Isaac digna de su linaje. Con una gran expectación y varios fotógrafos, el Gran Duque ha accedido a la Catedral flanqueado por una corte de guardias perfectamente uniformados. Nacido en Madrid el 13 de marzo de 1981, usa los títulos de zarévich, heredero al trono ruso. Su tratamiento es de alteza imperial, por concesión de su abuelo materno. También ostenta el título de príncipe de Prusia, por vía paterna, al pertenecer a la dinastía Hohenzollern

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Más de una decena de sacerdotes han sido los encargados de oficiar la unión. La ocasión lo merecía y por eso han acudido vestidos con casullas doradas al interior del imponente templo, que deja boquiabierto al visitante. Además de los dorados, los estucos, las pinturas al fresco, los mosaicos y los mármoles de todo tipo y color lo impregnan todo. Sus columnas de malaquita, en total hay 16.000 kilos de este mineral, y lapislázuli son todo un espectáculo para los sentidos. San Jorge, San Pedro o San Alejandro Nevski están representados en enormes cuadros, que conviven con motivos del antiguo testamento 

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Durante su 'sí, quiero', los contrayentes han estado arropados por más de un millar de invitados, muchos fotógrafos y representantes de casas reales europeas como Luis Alfonso de Borbón y su esposa, Margarita Vargas. También los reyes Simeón y Margarita de Bulgaria, el duque de Braganza, don Duarte, o Manuel Filiberto de Saboya. Por razones de seguridad, la lista de ilustres asistenes, además del vestido de la novia, ha sido el otro gran secreto del día

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Esta ha sido la primera boda celebrada en su país de origen de los Romanov en un siglo. La última pareja en casarse fue la formada por el príncipe Andrei Alexandrovich y Elisabetta di Sasso-Ruffo. El enlace se ha producido días después de que los flamantes recién casados sellaran su amor en una ceremonia civil celebrada en el Ayuntamiento de Moscú. Con su paso por la Catedral de San Isaac, Rebecca se ha convertido a la fe ortodoxa, con el nombre de Victoria Romanova, lo que la convierte en princesa de Romanov y esposa del heredero al trono. Es tradición que en estas ceremonias se lleve a cabo la lectura de la historia del primer milagro de Jesús en una boda en Galilea

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La novia, toda una zarina del siglo XXI, ha lucido una larga cola donde estaba bordado en hilos de plata y oro el escudo de armas imperial ruso de la familia Romanov, que fue instituido el 3 de noviembre de 1882 durante el reinado del zar Alejandro III, reemplazando la versión anterior de 1857. Este escudo formaba parte de los símbolos nacionales. Está compuesto por una águila bicéfala, coronado por tres coronas. Por un día, Rusia ha vuelto a vivir el boato de la familia imperial que fue fusilada en 1917 por los bolcheviques en los Urales tras el derrocamiento de Nicolás, el último zar del país

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Este enlace ha estado cargado de un gran simbolismo y los contrayentes han participado de los vistosos ritos de los 'sí, quiero' ortodoxos. Rebecca, que ha lucido un vestido clásico y una impresionante tiara creada por la casa de joyería Chaumet, ha besado una de las cruces doradas que le ha sido ofrecido durante la celebración. En la ornamentación interior de este templo se emplearon cerca de cien kilos de oro. Además, casi 400 obras de arte entre las que se encuentran esculturas, pinturas y mosaicos embellecen sus paredes que pueden albergar a más de 10.000 asistentes

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Las bodas religiosas ortodoxas gozan de una bonita puesta en escena, que hace que sean fácilmente reconocibles. A diferencia de las que se hacen bajo la fe católica, los novios sostienen durante gran parte de la misa una vela blanca que representa su espiritualidad y la voluntad de la pareja de seguir la luz de Cristo y de que su matrimonio sea iluminado por las doctrinas de la Iglesia. Colocar las coronas sobre sus cabezas también significa que el marido y la esposa son una bendición de Dios y simbolizan que ya están preparados para unir sus almas y para establecer su propio reino como cabezas de una nueva familia

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La felicidad y emoción de los novios en la parte central de su boda era más que evidente. Para su gran día, Rebecca Bettarini ha lucido la tiara Lacis de Chaumet, una revisión moderna de los kokoshnik, los tocados tradicionales rusos. Se trata de un homenaje a la base naval de San Petersburgo, donde sirve su ya marido. La pieza está engastada con unos diamantes de gran calidad y está montada sobre una malla de oro blanco realizada con la técnica del fil couteau, una técnica de esta casa de joyería que crea el efecto de hacer como si el metal desapareciera para que las piedras luzcan espectaculares

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En las bodas ortodoxas los novios tienen un papel muy activo. Además de ir andando hasta el altar, casi cuando la pareja ya está convertida en marido y mujer, el oficiante los lleva a realizar una especie de baile, la conocida como Danza de Isaías, que tiene lugar mientras se cantan los himnos. En ese momento, el patriarca sostiene el Evangelio y las manos entrelazadas de los novios. A ellos les sigue el padrino que sujeta las coronas. En total se dan tres vueltas sobre el altar. Este rito significa el símbolo del infinito y la eternidad de la pareja

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La gran duquesa Maria Vladimirovna no pudo evitar durante el enlace el orgullo y emoción de ver casar a su único hijo. La emperatriz eligió un conjunto en azul cielo con apliques de piel, un guiño al país de sus antepasados, y que completó con un tocado de estilo ruso. Desde la muerte de su padre es la pretendiente del trono ruso y es dos veces tataranieta de Alejandro II de Rusia (sus abuelos paternos eran primos). Para los legitimistas es María I de Rusia. Al igual que su hijo Jorge también nació en Madrid, ciudad en la que se casó hace 45 años en una ceremonia a la que acudieron los reyes Juan Carlos y Sofía. Su familia llegó a España tras la Revolución Rusa. A pesar de la ejecución del Zar y su familia, hubo otros miembros que lograron escapar y llegar a Europa. Sin embargo, el duque Kirill Vladimirovich, primo de Nicolás II, escapó a Finlandia junto a su esposa, la princesa Victoria Melita de Sajonia-Coburgo Gotha, con quien tuvo tres hijos. Uno de ellos, el gran duque Vladimir Kirillovich era el padre de María de Rusia, quien llegó a nuestro país gracias a su tío Alfonso de Orleans

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Al más puro estilo tradicional, los novios han sellado su amor con un romántico beso bajo un arco de sables de los guardias. Las celebraciones no acaban aquí. Tras la ceremonia ortodoxa celebrarán una cena de gala y el fin de semana ofrecerán un brunch en el palacio Constantine durante el cual habrá una subasta benéfica

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Jorge Romanov y su esposa han continuado con los gestos históricos y cargados de simbolismo tras su 'sí, quiero'. Después de sellar su amor con un beso a las puertas de la catedral de San Isaac, los ya marido y mujer se han trasladado a la catedral de San Pedro y San Pablo, donde han depositado una ofrenda floral ante la tumba de Pedro el Grande de Rusia, en lo que se ha convertido uno de los momentos más emotivos de la jornada

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Tras visitar la tumba de Pedro el Grande, los novios se han acercado hasta otras tumbas de los Romanov que hay en la Catedral de San Pedro y San Pablo. Con gran respeto y haciendo la señal de la cruz, la princesa dejó su ramo de novia, compuesto por orquídeas blancas, y que su marido colocó, con igual emoción, ante la tumba de sus antepasados. Este gesto también lo realizan las novias de la Casa Real británica, que tras sus bodas dejan el ramo de novia sobre la tumba del soldado desconocido de la Abadía de Westminster de Londres