En las últimas horas la lucha contra el fuego en Grecia es desesperado. Las llamas se extienden por Varybobi, al noreste de Atenas, y amenazan la antigua residencia oficial de la Casa Real griega, el que fuera el hogar de los reyes de Grecia y en donde nació doña Sofía. Centenares de bomberos y soldados, con la ayuda de medios terrestres y aéreos, trabajan en el cementerio real, donde reposan los restos mortales de los abuelos del rey Felipe, los reyes Pablo y Federica. La historia se repite. Desde la Antigua Grecia hasta el día de hoy, este lugar ha sufrido todo tipo de calamidades y un declive del que parecía estarse recuperando. Sin embargo, la maldición de Tatoi nunca termina.
Ya en la Antigüedad estas colinas a 20 kilómetros del centro de Atenas fueron el escenario de cruentas batallas y, con el tiempo, la historia no ha sido más benevolente con este lugar. En la I Guerra Mundial sufrió incendios y saqueos y durante la II Guerra Mundial, con el rey en el exilio, se arrancaron los árboles para hacer combustible y se enterraron a los caídos en la contienda. De hecho, fueron los propios abuelos del rey Felipe los que en 1946 volvieron a levantar la finca y a recuperar los edificios desde cero, pero ese esplendor duró poco más de dos décadas.
Para explorar el abandono que sufre este lugar hay que remontarse a las vísperas de la Navidad de 1967, cuando el rey Constantino de Grecia –hermano de doña Sofía- fracasó en su intento de derrocar a la junta militar y él y su familia se marcharon al exilio. Entonces la residencia real se cerró y allí comenzó un largo debate nada exento de complejidad sobre qué hacer con este lugar y no fue fácil, ya que cada vez que cambiaba el Ejecutivo, cambiaba el plan. Así que durante años Tatoi quedó en un estado total de desprotección, en ocasiones, incluso se retiró toda vigilancia policial, fue entonces cuando comenzaron los saqueos, los destrozos y el expolio de muebles, materiales de construcción y todo aquello que permanecía en su interior.
Pasaron catorce años hasta que doña Sofía y sus hermanos, el rey Constantino y la princesa Irene, pudieron volver a pisar suelo griego y regresar a Tatoi. Lo hicieron de manera fugaz, con un permiso que duraba horas para asistir al funeral de su madre, la reina Federica, y lo que allí encontraron fue desolador. No es de extrañar que Constantino no pudiera reprimir las lágrimas. A la pérdida de su madre se unió el dolor de ver como la casa que guardaba todos los recuerdos de su infancia, los más felices según él, en la que nacieron sus dos hijos mayores y en la que un día se debatieron los asuntos de Estado estaba destruida.
Ventanas tapiadas, techos caídos, rejas oxidadas, pintadas en las paredes, garajes repletos de carruajes antiguos totalmente destrozados (se cuenta que uno de ellos es el que usaron don Juan Carlos y doña Sofía el día de su boda en Atenas) y un ejército de perros flacos completan un escenario desolador que fue empeorando año tras año ante los ojos de la Familia Real, que regresaba periódicamente a rendir tributo a la tumba de los reyes Pablo y Federica, unas tumbas que incluso sufrieron actos vandálicos durante el verano pasado. Una muestra más de esa concatenación de desgracias que se cierne sobre Tatoi.
Pero no todo ha sido sangre y fuego en el antiguo hogar de la Familia Real griega ya que, cuando parecía que nada se podía hacer tras años de abandono, el Ministerio de cultura se propuso limpiar el área circundante y rehabilitar alguno de los edificios para crear un museo y un hotel. La prensa helena contó que buena parte provenía de iniciativas privadas a modo de donaciones con el fin de proteger la naturaleza, el patrimonio y la arquitectura. El verano pasado comenzaron a restaurar alguno de los carruajes encontrados y también se inició un estudio arquitectónico para ver las posibilidades de una residencia compuesta, además de por el conocido palacio, por unos cuarenta edificios salpicados dentro de un frondoso bosque. Ahora, la lucha es contra el fuego, pero la historia indica que esta no será la primera vez que Tatoi tenga que resurgir de sus cenizas