El 20 de octubre de 2010, en el lago Rutundu de Kenia, uno de los lugares más remotos e idílicos del planeta, Guillermo le propuso matrimonio a su novia, ofreciéndole el anillo de compromiso que perteneció a su madre. El inconfundible zafiro volvía a ver la luz. “Era muy especial para mí”, dijo el príncipe, al dárselo a Kate. “Fue mi forma de asegurarme de que mi madre estaría presente en ese día especial”.
La flamante reliquia era el símbolo de una promesa: a su futura esposa nunca le faltarían ni el amor ni la protección de su príncipe, la que Diana tanto echó en falta.
Siete años después, cuando Harry se comprometió con Meghan, también atrajo el recuerdo de su querida madre. El príncipe diseñó el anillo para su prometida con dos diamantes legados por la princesa de Gales, que fueron engastados a los costados de otro gran diamante procedente de Botswana.
Parece que los hijos de Diana, cada uno a su manera, encarnan versiones de una vida que ella pudiera haber imaginado para sí misma. El duque de Cambridge ha desempeñado un papel sobresaliente bajo el brillo de la Corona, una aspiración que la princesa abrazó durante sus primeros años como parte de la Familia Real. Pero, cuando ese sueño se desvaneció, una Diana liberada se embarcó en una audaz aventura ya sin el respaldo de la realeza, tal como lo llevó a cabo el duque de Sussex . El hecho de que Guillermo y Harry hayan encontrado una esposa afín a sus sueños y decididas a compartir el mismo viaje también es un mérito atribuible a ella.
Este año, la princesa, que nunca renunció al amor, habría estado exultante de compartir con Guillermo y Kate la celebración de su décimo aniversario de bodas.
En una década de felicidad compartida, Guillermo y Kate, a quien nunca conoció Diana, han rendido tributo a su memoria en incontables ocasiones: emocionantes giras por el extranjero, en la presentación de sus bebés recién nacidos en las escaleras del hospital y, por supuesto, en su firme apoyo a nobles causas como la lucha contra las adicciones y la indigencia.
Criados como los demás niños, tal y como hubiera querido la ‘abuela Diana’, los pequeños Cambridge son las versiones en miniatura de la madre de Guillermo; Charlotte emana gracia y dotes de estrella, George es heredero de una encantadora mezcla de carisma y timidez, mientras que el pequeño Louis ya posa con natural carisma ante la cámara.
Por otra parte, Harry se ha forjado una excitante nueva vida junto a su glamurosa esposa. Afincados en California, disfrutan y ven crecer a su familia. Como dijo alguna vez el conde Spencer, el príncipe ha decidido que, al igual que Diana, no necesita ningún título real para “seguir dando un particular toque mágico donde se necesite”. Ahora, la pareja planea continuar la cruzada de Lady Di para concienciar a la sociedad sobre temas como la salud mental, el sida, los problemas de los adultos mayores y los de la juventud.
“Es una decisión que ella entendería”, dice Penny Junor, autora de Prince Harry: Brother, Soldier, Son, Husband. “Diana conocía mejor que nadie las dificultades de vivir y trabajar como miembro de la Familia Real, y probablemente vería con buenos ojos lo que hacen Harry y Meghan. Ella amaba América y también era amada ahí, así que creo que habría aprobado el traslado de su hijo y su nuera a los Estados Unidos”.
“Estoy segura de que estaría encantada de que Harry haya encontrado a una mujer que lo ame y que él también esté profundamente enamorado. Diana estaría muy orgullosa de saber que él está siguiendo sus pasos”. La princesa enseñó a sus hijos el significado de la compasión, la bondad, así como el poder del amor. Este legado sigue vivo a pesar del tiempo. Mientras Guillermo se prepara para convertirse en un Rey del siglo XXI, junto a su elegante Reina, Kate Middleton, Harry y Meghan construyen su propia carrera en los Estados Unidos: él, como un príncipe moderno y ella, como toda una princesa de corazones.