Villa Byström, el pequeño palacio neoclásico que a principios del siglo XX fue el hogar del Príncipe Carl de Suecia y su “familia feliz”, se contempla desde la bahía de Ladugardslandsviken, en lo alto de una colina verde, en la isla de Djurgarden. Es uno de esos edificios con historia, que podría servir de escenario para una novela romántica.
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En 1908, el príncipe Carl adquirió la propiedad y se trasladó a vivir en ella junto a su esposa, la princesa Ingeborg (hija del rey Federico VIII de Dinamarca y Luisa de Suecia, hermana de su padre), y sus tres hijas: Margarita, de nueve años, Marta, de siete y Astrid, de tres.
Por respeto a su padre, el rey Oscar, Carl había renunciado al trono de Noruega -territorio recién escindido de Suecia- y se había propuesto disfrutar de una vida anónima, discreta y apacible en su nuevo hogar. Lo cual no era fácil, rodeado por esas tres alegres princesas, que llenaban la casa con sus voces y sus juegos. En invierno solían patinar sobre hielo, en verano bajaban a bañarse en las aguas cristalinas de la bahía, y aprendían, ruidosas, a cocinar, coser, y hacer las tareas del hogar, después de estudiar sus lecciones. Tres años más tarde, en 1911, nació un pequeño príncipe, al que llamaron Carl, y enseguida se convirtió en el juguete de sus tres hermanas mayores.
En las obras de reforma, se encontró un mensaje escrito con la punta de un diamante en el cristal de la ventana del dormitorio de las niñas.
Carl e Ingeborg formaron una pareja unida y enamorada hasta el final de sus días, a pesar de que tal y como reconoció el príncipe en el discurso que pronunció al celebrar sus bodas de oro, aquel matrimonio había sido arreglado por sus respectivos padres. La princesa Ingeborg, añadió entre risas: “Me casé con un completo desconocido”.
Una boda aristocrática y una calamitosa ruina
Con el paso de los años, las niñas se transformaron en tres jóvenes bellezas y fueron objeto de interés para los casamenteros de las cortes europeas. Nietas y sobrinas de reyes, con una educación exquisita, no tardaron en aparecer pretendientes para todas ellas.
La primera en abandonar el hogar familiar fue la princesa Margarita, que en 1919, a los veinte años, contrajo matrimonio con el príncipe Absalón de Dinamarca e Islandia, su primo segundo y atractivo oficial de caballería, con quien tuvo tres hijos.
Marta y Astrid, dos soñadoras adolescentes, compartían dormitorio en Villa Byström. Se asomaban juntas al ventanal que daba a la bahía e imaginaban su futuro de bailes y príncipes encantados. Pero un día, la familia reunida frente a la chimenea, el príncipe Carl y la princesa Ingeborg, con gesto de preocupación, les explicaron a sus hijos que habían perdido toda su fortuna. Habían invertido su dinero en un banco que había colapsado y no tenían otro remedio que vender su casa.
El disgusto fue grande, pero ni los príncipes ni sus hijos permitieron que aquel revés empañara su felicidad. Al contrario, se propusieron seguir siendo “la familia feliz” aunque fuera en otro lugar. Entonces, el rey Alfonso XIII de España , se ofreció para comprar la casa y ayudar a sus primos a superar aquel bache. Desde entonces; hace casi cien años, la villa Byström es la sede de la embajada de España en Estocolmo. Uno de sus mas ilustres embajadores; el duque de Cádiz, don Alfonso de Borbón, vivió cinco años en la villa; desde 1969 hasta 1973. Y pasó allí su primer año de matrimonio con Carmen Martínez-Bordiú .
El mensaje en la ventana
No fue fácil despedirse de la casa que había sido su hogar durante catorce años. La noche antes de partir- el equipaje cerrado, los muebles cubiertos por sábanas-, las princesas se retiraron temprano a su dormitorio. Querían asomarse a la bahía de Ladugardslandsviken para contemplar por última vez el atardecer desde su ventana. Melancólicas, las dos hermanas se sentaron el el alféizar, y entonces se les ocurrió una idea. Fueron a buscar una joya de su madre, y con la punta de un diamante, grabaron un mensaje en el cristal. Los constructores que se encargaron de la reforma del edificio, lo descubrieron y lo respetaron. El cristal se conservó intacto durante muchos años. Aquel mensaje decía: “Esperamos que los próximos habitantes de esta casa, sean tan felices como lo hemos sido nosotras”. Y lo firmaban Marta y Astrid.
Dos bodas reales
Tal vez las niñas; Marta, de 21 años y Astrid de 17, se angustiaron pensando que ya ninguno de sus pretendiente querría casarse con ellas. Pero estaban muy equivocadas: “Así estaréis seguras de que no les interesáis por vuestro dinero”, les señaló su madre. “Y podréis casaros sólo por amor”.
Los augurios de Ingeborg se cumplieron con creces. Durante un viaje por Escandinavia, el príncipe Leopoldo, heredero del reino de Bélgica, conoció a la joven y bellísima Astrid y se enamoró de ella . Se vieron durante algún tiempo en secreto y se escribieron muchas cartas de amor. Por fin, el 10 de noviembre de 1926 Leopoldo y Astrid - que formaban una pareja espectacular-, se casaron en la Catedral de San Miguel y santa Gúdula, de Bruselas. Ocho años mas tarde, ya padres de sus tres hijos: Josefina Carlota, Balduino y Alberto, se convirtieron en reyes de Bélgica, tras el fallecimiento del rey Alberto.
Los duques de Cádiz, Alfonso de Borbón y Carmen Martinez-Bordiu vivieron en la villa durante su primer año de matrimonio.
Astrid fue una reina muy querida por el pueblo belga, pero su vida terminó trágicamente sólo un año y medio después de proclamarse reina consorte; cuando el deportivo, conducido por el joven rey, en el que habían salido a pasear por las montañas suizas, sufrió un terrible accidente en el que perdió la vida a la edad de 29 años.
En el verano de 1928, Marta se comprometió en secreto con su primo hermano, el príncipe heredero de Noruega, Olav , (hijo del hermano de su madre, el rey Haakon), durante los Juegos Olímpicos de Amsterdam, en los que el príncipe competía en vela.
La boda se celebró el 21 de marzo de 1929 en la Catedral de Oslo. Fue madre de tres hijos: Los príncipes Ragnhild, Astrid y Harald . Durante la segunda guerra mundial se exilió primero a Suecia y después a Estados Unidos. Cuando regresó a Noruega fue recibida con mucha alegría por sus súbditos. No llegó a ser Reina consorte porque murió a los 53 años, víctima del cáncer, justo cuando Noruega se preparaba para celebrar las bodas de plata del desconsolado rey Olav y su querida Marta.