Los habitués de St. Moritz hacen una broma recurrente sobre el Corviglia Club, el club de esquí más exclusivo de la estación invernal más exclusiva del mundo. Según ellos, la lista de personas que no logran formar parte de esta institución es casi tan impresionante como la de aquellos que sí forman parte. Creado en los años treinta del siglo pasado, el Corviglia se ha ganado la fama de ser la “hermandad” de esquiadores más elitista por una buena razón: solo cuenta con ciento treinta socios. El príncipe Augusto Ruffo di Calabria, sobrino carnal de la reina Paola de los Belgas, es el presidente de este club, al que solo se accede por invitación personal. Entre sus miembros hay príncipes de las casas reales de Liechtenstein, Yugoslavia y Grecia y miembros de las grandes sagas industriales de Europa, como los Agnelli, los Heineken, o los Niarchos.
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St. Moritz, el paraíso más elitista del esquí
St. Moritz lleva más de un siglo y medio siendo el destino de nieve predilecto de la realeza y la jet set internacional. Johannes Badrutt, fundador del Hotel Kulm y del Palace e inventor de los deportes de invierno, puso de moda esta estación de esquí en 1864, cuando invitó a un grupo de aristócratas ingleses a descubrir el valle de Engadina y la magia de los Alpes suizos. El zar Nicolás II y su familia también solían escaparse a este paraíso blanco antes del Octubre Rojo.
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A comienzos de la década de 1970, era común ver a Constantino de Grecia, último rey de los helenos, disfrutando del après ski en el restaurante de montaña Alpina Hütte junto al príncipe Víctor Manuel de Saboya, hijo del último rey de Italia. Ahora es el príncipe Pablo de Grecia quien frecuenta esta estación con su mujer, la princesa Marie-Chantal, y sus cinco hijos.
De hecho, los príncipes de Grecia han celebrado la Nochevieja y han recibido el año nuevo allí. La princesa Olympia, la hija mayor del matrimonio, ha compartido con sus seguidores una instantánea junto a Elektra Niarchos, la hija más pequeña del magnate naviero griego Philip Niarchos y de la aristócrata británica Victoria Guinness.
La familia Niarchos es la principal benefactora de St. Moritz desde mediados del siglo XX. Stavros Niarchos, archirrival de Aristóteles Onassis, comenzó a invertir en la zona después de la Segunda Guerra Mundial. En los setenta salvó al legendario Hotel Kulm de la ruina y en la actualidad sus descendientes también son dueños del Kronenhof, otra de las joyas arquitectónicas de la zona, y en su cartera de negocios cuentan con numerosas infraestructuras hoteleras y deportivas.
A St. Moritz se va a esquiar, pero también a ver. Y a dejarse ver. Al mediodía, los más afortunados pueden almorzar tranquilamente en la cabaña del Corviglia, donde los paparazzi están vetados. Y después de una larga jornada en la montaña, suelen entrar en calor bajando al pueblo, donde pueden tomar un chocolate en la pastelería Hanselmann's, o cenar temprano en La Baracca o el Chesa Veglia, un antiguo granero convertido en el restaurante con más encanto. Ya en la noche, el King’s Club, en el Badrutt’s Palace, y el Dracula Club, en el Kulm, son dos de los sitios más populares para las copas y el baile.
Muchos pueden pensar que St. Moritz es el paraíso de los alpinistas, pero, como dijo una vez un cronista del New York Times, en realidad es la peor pesadilla para los escaladores sociales. Porque allí no importa cuánto dinero o cuántos títulos nobiliarios tengas, sino a quién conozcas. Y eso no se puede comprar.