La princesa Masako se convertirá pronto en la nueva emperatriz de Japón, pero no se puede decir que la ilusión y la felicidad la embarguen en este momento tan importante en su vida. La depresión que la recluyó en el palacio durante años aún hace estragos en la esposa de Naruhito, aunque lucha por estar a la altura y recuperar poco a poco la agenda institucional. Sin embargo, la historia ha mostrado que la vida no es fácil para las princesas japonesas. Repasamos la vida en palacio de las esposas de las tres últimas generaciones de emperadores, que prueban la dificultad de ser feliz conviviendo, y mucho más desafiando, a las rígidas exigencias de la dinastía del Crisantemo.
Masako
Masako quería ser embajadora y acabó la carrera diplomática con las mejores calificaciones de su promoción cuando en 1986 conoció al príncipe Naruhito en Tokio, en una recepción con motivo de la visita de la infanta Elena al país nipón. El Heredero era todo un soltero de oro que tenía el beneplácito de sus padres para casarse por amor, pero no le resultó fácil convencer a la joven Masako de que abandonase sus ambiciones para formar parte de una de las familias reales más herméticas que se conocen.
Finalmente, aceptó convertirse en la esposa del Príncipe Heredero, haciendo frente a la oposición de los sectores más conservadores que, igual que ocurrió con su predecesora, le reprochaban su origen plebeyo, su religión católica y su “avanzada edad” al tener más de 20 años. La princesa logró librar estas críticas y junto a Naruhito parecía formar un matrimonio moderno y aperturista partidario de acercar la institución al pueblo, pero nunca dejó de soportar las presiones de Palacio.
La pareja tiene una hija, Aiko, pero nunca tuvo un varón, por lo que según la ley sálica que aún rige en Japón, la joven no tiene ninguna posibilidad de reinar. Durante los años en los que se esperaba como agua de mayo la llegada de ese niño, Masako acabó sumida en una depresión que la recluyó en casa durante una década. En 2014 se fue reincorporando poco a poco a los compromisos oficiales y unos meses antes de convertirse en emperatriz confesó su inseguridad ante el reto que tiene por delante y su disposición a dedicarse “en cuerpo y alma” a la felicidad de la gente.
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Michiko
Si Masako tiene un espejo en el que mirarse, para lo bueno y para lo malo, es el de Michiko, mujer del actual emperador Akihito. Fue la primera princesa de origen plebeyo y formación católica y supuso una inyección de modernidad a la anquilosada Casa Imperial, pero igual que años más tarde sucedió con su nuera, nunca estuvo libre de críticas y presiones.
Conoció al entonces heredero al Trono en una cancha de tenis, y aunque el príncipe quedó obnubilado por aquella elegante joven formada en las mejores universidades, la pareja tuvo que hacer frente a la oposición, no solo de los férreos defensores de la tradición, sino de la emperatriz Nagako, lo que llevó a Michiko a sufrir su primera depresión. A pesar del rechazo inicial que se encontró la pareja, la determinación de Akihito y el fuerte apoyo popular que ya se había granjeado, les valió para conseguir la autorización para contraer matrimonio. La boda se celebró en 1959 y fue el primer enlace real retransmitido por televisión en el país del sol naciente.
Los príncipes, y después emperadores, cambiaron muchas de las viejas costumbres y la nueva princesa se convirtió en todo un icono y referente de estilo que revolucionó la percepción internacional de la Casa Imperial. Sin embargo, de puertas para adentro la realidad era muy distinta. En la década de los 90, ya como emperatriz, sufrió un trastorno depresivo que le llevó a perder la voz durante casi un año. Más adelante le diagnosticaron fatiga psicológica, unida a una gastritis crónica producida por los apretados cinturones para los kimonos que exige el protocolo.
Al cumplir 80 años, la emperatriz aprovechó para hacer balance de los 55 años de su matrimonio y Michiko quiso agradecer a su marido el apoyo brindado y su esfuerzo para superar muchas de las ataduras y corsés de la Corte y adaptarla al siglo XXI. "Siempre nos ha guiado, tanto a mí como a los niños (los príncipes), a veces de manera estricta, pero siempre con generosidad", aseguró quien, tal vez a costa de su salud, siempre será recordada como una mujer que rompió algunos de los moldes más rígidos de la Casa Imperial.
Nagako
La emperatriz Nagako nació a comienzos del siglo XX y, por aquel entonces ni siquiera se conocía la enfermedad de la depresión, pero la época que le tocó vivir tampoco le dejó mucho margen para la felicidad. Con tan solo 14 años fue elegida como la futura esposa del Príncipe Heredero y los siguientes cinco años los dedicó a prepararse para su nuevo papel con clases de historia, idiomas, pero también de costura y arreglos florales. A diferencia de sus sucesoras tenía sangre real, pero no pertenecía a las familias Kuge, que son los nobles de la Corte, por lo que no se libró de la oposición de los sectores ultraconservadores.
Su marido fue el primer emperador en eliminar la presencia de concubinas. Sin embargo al retrasarse la llegada del primer hijo varón, de nuevo las voces más tradicionalistas presionaron para que se restableciese el sistema de concubinato. Finalmente, Akihito nació en 1933, en medio de una de las épocas más convulsas del país del sol naciente.
El reinado de su esposo Hirohito comenzó en 1926, dos años después de casarse, y con él también arrancaron las décadas más sangrientas del siglo XX. Las ansias imperialistas de Japón chocaron con Estados Unidos, que tras el ataque al puerto hawaiano de Pearl Harbour entró en la II Guerra Mundial hasta que las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki acabaron con el emperador anunciando la rendición incondicional del país ante los aliados.
La dureza de esos años marcó el carácter de varias generaciones y Nagako no era ajena a ello. A pesar de tener que enfrentarse en muchas ocasiones a las presiones de Palacio, ella misma se opuso más adelante a la boda de su hijo con Michiko y no tuvo buena relación con una mujer con la que le unían muchas más cosas de las que le separaban. Finalmente falleció en el año 2000 como la monarca más longeva de Japón.