Elena de Montenegro, la respetada Reina de Italia
Casada con Víctor Manuel III de Italia y madre de cinco hijos, repasamos la historia de su vida
Probablemente sea Elena de Montenegro (1873-1952) la Soberana italiana que más admiración y respeto cosechó en el país transalpino. A diferencia de su marido, Víctor Manuel III de Italia (1869-1947), quien, por razones políticas, está considerado como una figura histórica controvertida, la reina Elena sigue en el recuerdo de los italianos como una mujer discreta, generosa y profundamente solidaria, sobre todo en la lucha contra diversas enfermedades, como la tuberculosis o la poliomielitis. Hoy pues dedicamos estas líneas a esta consorte del Jefe de Estado de Italia durante más de cuarenta y cinco años, madre de cinco hijos e impulsora de infinidad de obras de caridad, la reina Elena de Italia.
Nace la futura reina italiana el 8 de enero de 1873 en la por aquel entonces capital de Montenegro, Cetinje. La princesa Elena Petrović-Njegoš de Montenegro era la quinta hija del rey Nicolás I (1841-1921) y de la esposa de éste, Milena Vukotic (1847-1923). La infancia de la Princesa transcurrió felizmente, una vez que sus padres, quienes se habían unido en matrimonio por razones estratégicas – la madre de Elena pertenecía a la familia más importante de latifundistas de Montenegro -, habían decidido, por el bien de sus hijos, llevar una vida familiar casi idílica y sin conflictos de ningún tipo.
UN AMOR A PRIMERA VISTA
Al igual que sus hermanos, Elena recibió una educación exquisita, una vez que sus padres aspiraban a que sus retoños, alcanzada la edad de merecer, casaran con otras casas reales europeas, como de hecho ocurriría. Existen dos versiones sobre el encuentro de la Princesa montenegrina y su futuro marido, el aún Príncipe de Nápoles. La primera refiere a un baile celebrado en Venecia, donde los dos jóvenes se habrían conocido, mientras que la segunda afirma que el primer encuentro se habría producido en San Petersburgo, concretamente en una fiesta organizada por Nicolás II de Rusia (1868-1918), quien en aquellos momentos se encontraba en busca de esposa. Si bien la elegida finalmente sería la alemana Alix de Hesse (1872-1918), durante un tiempo en las cortes europeas se escuchó el nombre de Elena como posible Zarina. Sea como fuere este viaje a Rusia le permitiría a Elena conocer a su futuro marido, Víctor Manuel. Todas las crónicas coinciden en cualquier caso que los dos jóvenes se enamoraron rápidamente el uno del otro.
En principio las dos familias aprobaron la relación de sus hijos. Es conocido, por ejemplo, que la reina Margarita Teresa de Saboya (1851-1926), madre del novio, habría animado a su hijo a casar con la montenegrina para, así, renovar la línea sanguínea de la dinastía italiana, repleta de matrimonios entre primos. Sin embargo, cuando se discutieron los términos del matrimonio surgió el problema de la religión de los contrayentes. Y es que Elena había sido bautizada y educada en la fe ortodoxa. La Casa Real italiana presionó hasta la extenuación para que la joven renunciara a su credo y se convirtiera al catolicismo, como así ocurrió finalmente. Este asunto fue tan espinoso que la madre de la novia, indignada por lo que consideraba una exigencia intolerable, se negaría a asistir a la boda de su hija.
El 24 de octubre de 1896 la pareja contraía matrimonio en Roma – en el viaje de la novia a Italia, realizado en barco, se produciría la ceremonia de conversión al catolicismo -. Desde un primer momento, la joven Princesa arrebató el corazón de los italianos, no solo por su exótica y sutil belleza, sino también por su simpatía natural y su humildad evidente. En 1900, el rey Humberto (1844-1900) moría asesinado por un anarquista en Monza. Su hijo Víctor Manuel se convertía así en Rey y Elena de Montenegro en Reina consorte.
En 1901, la reina Elena daba a luz a su primer retoño, la princesa Yolanda (1887-1977), a quien seguirían Mafalda (1902-1944), quien moriría trágicamente en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial, Umberto (1904-1983), futuro Rey de Italia, Juana (1907-2000), quien llegaría a ser Reina de Bulgaria a través de su matrimonio con Boris III (1894-1943) y María Francisca (1914-2001). Pese a los problemas políticos en Italia, los Soberanos siempre mantendrían una fidelidad extrema – el Rey enviaría rosas a su esposa todos los días de su vida – y se apoyarían mutuamente en todos los asuntos, algo que despertaría la admiración de sus súbditos.
UNA REINA SOLIDARIA HASTA EL EXTREMO
La reina Elena no se conformó con ser consorte, sino que se entregó a todo tipo de causas solidarias. Así, en 1908, cuando la ciudad siciliana de Messina fue víctima de un severísimo terremoto, la Soberana no dudó un instante en trasladarse al lugar de la tragedia, ayudando a los heridos en el terreno, como una enfermera más. La admiración de su pueblo fue desde ese momento máxima.
Durante la Primera Guerra Mundial, la Reina se involucró en el auxilio de las víctimas del conflicto bélico, llegando a convertir el Palacio del Quirinal, el Palacio Real de facto, en un hospital, aportando el dinero para su funcionamiento de su propio patrimonio – la Reina, mujer poco interesada en la opulencia, llegó a plantear oficialmente vender la colección de joyas de la Casa Real italiana y utilizar ese dinero en ayudar a los más desfavorecidos -. Durante más de una década la Reina sería la cabeza visible de la Cruz Roja italiana.
En el periodo de entreguerras, la Soberana italiana siguió implicada en la lucha contra un gran número de enfermedades y apoyó diversos proyectos que tenían como objeto mejorar las condiciones socio-sanitarias de los italianos. De hecho, la Reina llegó a estudiar medicina. Asimismo, se desvivió para que los veteranos de guerra y sus familias tuvieran una vida digna. Todos estos esfuerzos se verían recompensados en 1937, cuando el Papa Pío XII (1876-1958) le concedió la Rosa de Oro, condecoración máxima de la iglesia católica y cuyos orígenes se remontan al año 1049.
La Reina no simpatizaría con los fascistas italianos y se mantendría voluntariamente ajena a la política italiana desde la llegada de Mussolini (1883-1945) al poder. De hecho, el estallido de la Segunda Guerra Mundial supuso un enorme varapalo para la Reina, mujer de convicciones pacifistas. La Soberana llegaría a escribir una carta a sus homólogas europeas para intentar por todos los medios evitar el baño de sangre que se vaticinaba en el continente.
EL FIN DE LA MONARQUÍA ITALIANA
Muchos historiadores afirman que la Reina sería un factor clave en el golpe de estado que terminaría con la dictadura de Mussolini en 1943. Sea como fuere, una vez que el Rey anunció el armisticio con los aliados en septiembre de 1943 y temiendo represalias de los alemanes, la Familia Real abandonaba Roma, rumbo a Brindisi. El fin de la guerra supuso también el fin de la monarquía en Italia – el rey Víctor Manuel había abdicado en su hijo, con la esperanza de que este gesto permitiera la continuidad del modelo de estado -, tras un referéndum en 1946 que convirtió al estado en una República. Los reyes Víctor Manuel y Elena se exiliarían en Egipto. El Rey moriría apenas un año después, en Alejandría, siendo enterrado en la Iglesia de Santa Catalina de la metrópolis egipcia.
Los últimos años de la vida de la Reina discurrieron con estrecheces económicas y con el dolor constante del exilio. Elena de Italia moriría en la localidad francesa de Montpellier el 28 de noviembre de 1952 contando con 79 años de edad. Sus restos mortales aún descansan hoy en día en territorio francés.