Doña Blanca de Borbón (1868-1949) posee una de las biografías más interesantes a la par que azarosas de la dinastía Borbón. Hija de Don Carlos, autoproclamado Duque de Madrid (1848-1909), pretendiente de la rama carlista al trono español con el nombre de Carlos VII, Doña Blanca, considerada por los legitimistas como Infanta de España, llegaría a ocupar el trono austriaco a través de su matrimonio con el archiduque Leopoldo Salvador (1863-1931). Sin embargo, los avatares históricos de la primera mitad del siglo XX obligarían a doña Blanca y a su familia a marchar al exilio, en un largo periplo caracterizado por las estrecheces económicas y la tristeza por la gloria perdida. Esta es su historia.
Nace Doña Blanca – su nombre completo era Blanca de Castilla María de la Concepción Teresa Francisca de Asís Margarita Juana Beatriz Carlota Fernanda Adelgunda Elvira Ildefonsa Regina Josefa Micaela Gabriela Rafaela de Borbón y Borbón-Parma – el 7 de septiembre de 1868 en la ciudad de Gratz, actualmente la segunda población en número de habitantes de Austria y por aquel entonces perteneciente al territorio del Imperio Austrohúngaro. Doña Blanca era la primogénita de don Carlos María de Borbón y de Margarita de Borbón-Parma, descendiente del rey Carlos X de Francia (1757-1836). Don Carlos, quien afirmaba ser Duque de Madrid y Conde de la Alcarria, era pretendiente al trono español por la vía del Carlismo, el movimiento político que defendía a Carlos María Isidro de Borbón (1788-1855), hermano de Fernando VII (1784-1833), y de sus descendientes, como legítimos herederos de la Corona española. Precisamente las pretensiones de su padre marcarían la infancia de Doña Blanca, una vez que Don Carlos jugaría un papel clave en el estallido de la llamada Tercera Guerra Carlista, que terminaría con la derrota de los carlistas y el definitivo exilio de Don Carlos y su familia, primero en Francia y Estados Unidos y definitivamente en Italia, entre Venecia y Viareggio.
Pese a la progresiva pérdida de influencia de Don Carlos y el movimiento carlista en el escenario europeo, el hecho de pertenecer a la prestigiosa Casa de Borbón permitió a Doña Blanca aspirar a desposar con alguno de los príncipes casaderos de la época. Era Doña Blanca una mujer de indiscutible atractivo. Las crónicas de la época la describen como aristocráticamente bella, en especial por sus expresivos ojos, y poseedora de una inteligencia notable. No es pues de extrañar que conquistara el corazón del archiduque Leopoldo Salvador de Austria, Príncipe de Toscana, hijo mayor de Carlos Salvador de Austria (1839-1892) y de la segunda esposa de éste, la princesa María Inmaculada de Borbón Dos Sicilias (1844-1899). La ceremonia de boda entre ambos jóvenes se celebraría el 24 de octubre de 1889 en el Castillo de Schloss Frohsdorf, situado en la localidad austriaca de Lanzenkirchen.
Los recién casados fijarán su residencia en el Palacio Toscana de Viena, propiedad de la familia del Archiduque. Según sus propios testimonios, los Archiduques fueron una pareja feliz que en más de cuarenta años de matrimonio crearía una gran familia formada por ellos mismos y sus diez hijos, la primera, Dolores (1891-1974), nacida en 1891, y el último, Carlos Pío (1909-1953), en 1909. Sin embargo, la estampa casi idílica de la familia de los Archiduques terminaría de forma abrupta con el estallido de la Primera Guerra Mundial, una vez que la derrota del Imperio Austrohúngaro frente a las fuerzas aliadas en esta contienda supuso no solo su desmembración como estado sino también el fin de la dinastía habsburguesa, al proclamarse la República de Austria. Para la familia de Doña Blanca, el varapalo fue inmenso al ser confiscadas todas sus propiedades y, tras negarse a reconocer el nuevo modelo de estado, a marchar al exilio en una situación de práctica ruina económica.
Para más inri, a los Archiduques se les negó la posibilidad de residir en Italia y en Francia, dos países que habían sido enemigos del Imperio Austrohúngaro durante la Gran Guerra. Desesperados y humillados, la única opción que parecía quedarles es llamar a las puertas del Reino del que provenían los ancestros de Doña Blanca, esto es, España.
Para que los Archiduques pudieran entrar en territorio español era necesario que doña Blanca pidiera autorización al Rey de España. Doña Blanca era, después de todo, hija de don Carlos y hermana de don Jaime (1870-1931), los dos últimos pretendientes carlistas al trono español. Por ello, ella y su familia eran vistos con suspicacia cuando no temor en la Corte de Madrid. Es conocido que don Álvaro de Figueroa, Conde de Romanones (1863-1950) y Ministro de Asuntos Exteriores de la época aconsejó al rey Alfonso XII (1857-1885) que se prohibiera a los Archiduques su entrada en España. El Soberano, sin embargo, desoyó a su canciller y “confiando en la palabra de una Infanta de Castilla”, ordenó que se dejara atracar a la Teresa Taya, embarcación en el que se encontraban los Archiduques y sus hijos, en el puerto de Barcelona. El desembarco del equipaje de los Grandes Duques, en un gélido día de enero, no trascurriría sin problemas. Varias de las maletas, que contenían objetos de valor sentimental para la familia y una Venera de la Orden del Toisón de Oro del Archiduque, Caballero de la Orden, terminaron cayendo al agua, sin que pudieran ser rescatadas antes de hundirse.
La vida de los Archiduques en la Ciudad Condal fue en primera instancia extremadamente difícil. Sin apenas recursos económicos – Doña Blanca se vio obligada a malvender algunas de sus joyas- y viviendo en una casa de la Avenida Tibidabo, los entonces aristócratas vieneses rodeados de sirvientes y mayordomos se vieron obligados a plantar con sus manos en su exiguo jardín verduras que una vez maduras eran cocinadas humildemente por la Archiduquesa. Por las noches, Doña Blanca, pese a estar agotada físicamente, se encargaba de enseñar castellano a sus hijos, para que así pudieran acceder al sistema educativo español cuanto antes.
El Archiduque no cejaba en su empeño de encontrar un empleo que pudiera suavizar las estrecheces con las que vivía su familia. Gran aficionado a la mecánica y a la ingeniería desde su infancia, Don Leopoldo Salvador comenzó a retomar el estudio de estas materias. Casi por casualidad imaginó un sistema de tracción en las cuatro ruedas que terminó patentando. Para sorpresa de todos, el gobierno francés se interesaría por la idea y acabaría comprándola. El Archiduque recibió por ello la nada desdeñable cifra de un millón de francos. A partir de ese momento el Archiduque se convirtió en un reputado inventor que introduciría importantes innovaciones en el mundo de la automovilística.
La familia de los Archiduques, gracias a los ingresos de Don Leopoldo Salvador, pronto cambiaria de domicilio, Sarriá sería la zona elegida en este caso, y los hijos del matrimonio serían trasladados a la prestigiosa Academia Bonanova. Los Archiduques, asimismo, solicitaron la ciudadanía española, que les sería concedida en 1922. Después de las escaseces y la inestabilidad, la tranquilidad parecía haber regresado a la familia de los Archiduques. Y así sería hasta abril de 1931, momento en el que se proclama la Segunda República española. Durante unas semanas los Archiduques se plantean marchar de nuevo al exilio, siendo Londres o Viena los destinos posibles, pero el hecho de haber invertido en España la práctica totalidad de su fortuna y el hecho de que sus hijos estudiaran con éxito, les hace recapacitar para, finalmente, no abandonar España.
Pocos meses después, el 4 de septiembre de 1931, el archiduque Leopoldo Salvador muere a la edad de 68 años. La Archiduquesa, desolada, recibió el apoyo incondicional de sus amados hijos, que, ya convertidos en profesionales de prestigio, nunca dejaron de admirar el esfuerzo de su madre en los momentos más difíciles de la familia. La situación económica de Doña Blanca, si bien no opulenta, si era desahogada, gracias a las rentas que recibía de sus propiedades en Italia y Austria.
La Guerra Civil española obligaría a la Archiduquesa, temerosa de que ella o sus hijos fueran víctimas del odio de comunistas y anarquistas, a regresar a Viena. Allí a la Archiduquesa se la ofreció alquilar un par de habitaciones en el Palacio Toscana. Cuando Adolf Hitler (1889-1945) incorpora a Austria a la Alemania Nazi en 1938, la Archiduquesa decide emigrar a Italia, acompañada de dos de sus hijos. Allí, concretamente en su propiedad de Viareggio, en la Toscana, pasará los últimos años de su vida y fallecerá, a los 81 años de edad, el 25 de octubre de 1949.