La relación del rey Carlos II de Rumanía (1893-1953) con Magda Lupescu (1896 ó 1899-1977), de treinta años de duración, se cuenta entre los romances reales más apasionados del siglo XX, quizás junto a aquel del rey Eduardo VII de Inglaterra y Wallis Simpson. Al igual que el caso del Soberano inglés, Carlos II de Rumanía decidió renunciar al trono para defender el romance con su amada. La azarosa vida de esta pareja ocupa estas líneas.
Nace Carlos II de Rumania el 15 de octubre de 1893 en el Castillo de Peles, siendo hijo de la princesa María de Edimburgo (1875-1938) y el por aquel entonces príncipe Fernando de Rumanía (1865-1927). La educación del pequeño Carlos fue asumida sin embargo por sus tíos abuelos, el rey Carlos I (1839-1914) y la reina Isabel (1843-1916), quienes, quizás, vieron en él al hijo varón que jamás pudieron tener. Fue tal la sobreprotección de la que disfrutó Carlos que se convirtió en un pequeño tirano dentro de Palacio, temido por todos los sirvientes por su carácter altivo y antojadizo. La situación llegó al extremo que los Monarcas tomaron la decisión de mandarle a Potsdam, donde sería formado en la disciplina militar.
Pronto el pequeño Carlos se convertiría en un apuesto joven de considerable altura, rubio y con los ojos azules. En la corte comenzó la búsqueda de una candidata para el joven príncipe. La pretendiente elegida, la gran duquesa Olga de Rusia (1851-1926), apenas interesó a Carlos quien en aquellos momentos había comenzado un affaire con una atractiva mujer llamada Zizi Lambrino (1898-1953). Pese al hecho de que Lambrino fuera plebeya, el príncipe Carlos, locamente enamorado, terminó casándose con ella, haciendo oídos sordos tanto de su familia como de las autoridades políticas rumanas. La boda, celebrada en Ucrania en 1918, supuso la deserción del príncipe Carlos de sus obligaciones como militar por lo que incluso llegó a ser condenado a 75 días de cárcel. En 1919 la Corte Suprema de Rumanía sentenciaba que el matrimonio era inconstitucional —los enlaces morganáticos estaban considerados ilegales en Rumanía— y lo anulaba. Esto no impidió que el futuro Rey y Zizi persistieran en su relación y que incluso llegaran a tener un hijo, Carlos Hohenzollern (1920-2006).
Sin embargo la enorme presión familiar sobre la pareja hizo mella en la relación, que acabaría enfriándose y finalmente concluyendo con la marcha de Zizi y su hijo a París. Mientras tanto, el príncipe Carlos se enamoró de la princesa Elena de Grecia y Dinamarca (1896-1982). Ésta, popularmente conocida como Sita, era una mujer muy atractiva, espigada y de constitución esbelta. El matrimonio, visto con buenos ojos por las familias de ambos contrayentes, se celebró el 10 de marzo de 1921 en Atenas. Ya instalados en Bucarest, la pareja vivió un breve periodo de felicidad que acabó en pocos meses en la rutina y el aburrimiento más absoluto. El Príncipe, de hecho, terminó aborreciendo a su recién esposa. Pese al escaso afecto que se profesaban, los Príncipes engendraron a un hijo, el príncipe Miguel (1921) —los rumores llegaron a apuntar no obstante que la Princesa había contraído matrimonio ya en estado de gestación—, quien nació con una frágil salud. Su madre, deseosa de abandonar el asfixiante ambiente de Palacio, decidió llevar a su vástago a tierras griegas, donde esperaba que la amable climatología helénica ayudara a fortalecer al endeble bebé.
Tras la marcha de su mujer y su hijo, el príncipe Carlos se quedó solo en Palacio. Sería en este periodo de separación en el que el futuro Rey conocería a la mujer de su vida, Magda Lupescu, una misteriosa y bella mujer de la sociedad rumana. Magda había nacido en 1896 o 1899 —en su biografía hay incontables enigmas— en Moldavia. Probablemente originaria de una familia judía, Magda Lupescu había sido educada en un convento católico de Bucarest en donde había aprendido a hablar perfectamente el francés y el alemán. No solo era conocida por su belleza mayúscula — tez nívea, cabello pelirrojo, ojos verdes y de formas elegantes —, sino también por su atractiva personalidad y su fino sentido del humor. Durante la Primera Guerra Mundial la Lupescu se había casado con un oficial del ejército llamado Ion Tampeanu, pero nunca había dejado de tener aventuras y de llevar una lujosa vida en los círculos más selectos de Bucarest. Cuatro años después del matrimonio, Tampeanu, profundamente infeliz por la vida disoluta de su esposa, decidía abandonarla.
El príncipe Carlos y Magda Lupescu se conocieron en un baile benéfico. El flechazo fue instantáneo—las crónicas cuentan que Magda se pasó toda la velada mirando fijamente a Carlos, hasta que éste le devolvió la mirada—. Durante dos años el príncipe Carlos mantuvo en secreto el romance, si bien dejó de interesarse por su esposa y por su hijo, ciego como estaba de pasión por su amante. Finalmente el Príncipe se reunió con sus padres y les anunció su relación con Magda. Comenzó así una crisis de estado. Su padre, Fernando, rogó a su hijo que terminara la relación con su amante, recibiendo tan solo una rotunda negativa. Finalmente se le puso en la disyuntiva de elegir entre su legítima esposa y su amante, perdiendo en este último caso todos los derechos dinásticos. El Príncipe no dudó y el 28 de diciembre de 1925 renunciaba al trono rumano pasando a llamarse Carlos Caraiman y condenado al exilio permanente. Su hijo Miguel, pasaba a convertirse en el Heredero de la Corona rumana.
El Príncipe y Magda se trasladaron inicialmente a París, en concreto a un modesto apartamento a las afueras de la capital gala, donde llevaron una vida discreta de paseos y reuniones con amigos. En 1927, sin embargo, el rey Fernando de Rumania fallecía y el hijo del príncipe Carlos, Miguel, le sucedía en el trono. El Príncipe comenzó a gestar un golpe de estado contra su hijo para recuperar el poder en Rumanía. Finalmente el 7 de junio de 1930 y con la ayuda del primer ministro Iuliu Maniu (1873-1953), el Príncipe se hacía con la corona rumana pasando a ser Carlos II de Rumania. Daría así comienzo el reinado de Carlos II, que se extendería por un periodo de diez años. Magda no se convertiría en Reina, sino que se mantendría en un prudente segundo plano, aunque siempre apoyando a su marido en sus decisiones.
En 1940, el rey Carlos decidió congraciarse con la Alemania nazi nombrando un primer ministro filogermánico y antisemita llamado Ion Antonescu (1882-1946). Éste, lejos de aceptar la autoridad del Monarca, le obligó a abdicar en su hijo Miguel, quien ya tenía dieciocho años. Carlos y su inseparable Magda huyeron de Rumania, primero a Yugoslavia y después a Portugal, pero el miedo a que la guerra los alcanzara los hizo cruzar el océano para instalarse primero en Cuba y más tarde en México. Magda, incapaz de aguantar la altitud de las tierras aztecas, fue la razón de que la pareja se trasladara a vivir a Río de Janeiro, donde la pareja contraería finalmente matrimonio civil en un hotel. Magda pasaba a ser Princesa de Rumanía.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial la pareja regresó a Europa para instalarse de nuevo en Portugal, donde la pareja se casaría por la iglesia y llevaría una vida tranquila y retirada de las cuitas políticas de Rumanía. En 1953 Carlos II de Rumanía moría de un ataque al corazón en tierras lusas. Magda fue incapaz de recuperarse de la pérdida de su marido y pasó la última parte de su vida en un casi total aislamiento. En 1977 Magda Lupescu fallecía. Los restos del Rey y la Princesa descansan hoy en día en el Monasterio de Curtea de Arges, donde están depositados los restos mortales de los miembros de la Casa Real rumana.