María Amelia Elena Luisa Elena de Orleans (1865-1951), Reina de Portugal, tuvo una de las vidas más azarosas que se recuerdan entre los reyes y reinas de su tiempo. Nacida y fallecida en el exilio, no solo tuvo que sobrellevar la muerte de su marido, Carlos I de Portugal (1863-1908), y de su hijo, el príncipe Luis Felipe (1887-1908), en un terrible atentado de la que ella fue igualmente víctima, sino que, años después, tuvo que abandonar Portugal tras la proclamación de la república en el país luso. En este artículo repasamos su biografía.
Nace María Amelia en la residencia de los Orleans del exilio londinense el 28 de septiembre de 1865, siendo la hija del príncipe Luis Felipe de Orleans (1838-1894) y de la infanta de España Isabel (1848-1919). Su padre era aspirante al trono francés, una vez que era nieto del rey Luis Felipe I (1773-1850) y que su padre, el príncipe Fernando Felipe (1810-1842) había muerto en un accidente. Su madre, nacida en Sevilla, era la hija del Duque de Montpensier (1824-1890) y de la infanta Luisa Fernanda (1832-1897). La infancia de María Amelia fue idílica, caracterizada por una excelente relación con su padre —no así con su madre, de carácter más severo— con el que compartía la pasión por la naturaleza y los animales. Tuvo tres hermanos y dos hermanas, con los que siempre estuvo muy unida. Dos de los varones fallecieron aun siendo niños, lo que supuso un gran mazazo para la futura reina portuguesa. Especialmente memorables eran los veranos, cuando la familia se trasladaba a España y María Amelia podía pasar los días de asueto con su idolatrado abuelo materno.
En 1884, durante una visita a su tío, el rey Alfonso XII, la prensa española se fijaría en la belleza de María Amelia —era muy alta, el pelo oscuro y los ojos marrones—, quien desde ese momento se convertiría en una candidata ideal a ser esposa de alguno de los príncipes casaderos europeos del momento. Así sería cuando su tía, la duquesa Clementina de Sajonia-Coburgo-Gotha, en un viaje a la corte real de Lisboa, enseñaría una foto de su sobrina al príncipe heredero Carlos, que, con solo verla, quedaría prendado de la joven hispano francesa. En enero de 1886, el Príncipe se trasladaría a Francia para conocer a María Amelia en el Castillo de Chantilly, propiedad de Enrique de Orleans. El flechazo fue mutuo. Durante la cena de gala que se organizó en honor del Heredero portugués, María Amelia no pudo resistirse y confesó al Príncipe sus sentimientos. Éste, entusiasmado, escribió una carta a su padre, el rey Luis, para comunicarle que había conocido “a la criatura más bella jamás vista”. Obviamente, la pareja se comprometió casi de inmediato en una fastuosa ceremonia en París —la familia Orleans había regresado del exilio en 1871 tras ser autorizados por el gobierno republicano francés— a la que acudieron miles de invitados de la alta sociedad gala y europea.
La ya Princesa de Portugal se despidió de sus padres y tras ser vitoreada por más de 10.000 ciudadanos en la estación de trenes de París, se dispuso a partir a su nuevo hogar. El 19 de mayo de 1886 la Princesa llegaba a la estación de Vimieiro para poner rumbo al Palacio de las Necesidades. La boda real se celebró el 22 de mayo de ese año en la Iglesia de Santo Domingo de la capital lusa. El día despertó espléndido y los lisboetas se lanzaron a las calles a saludar a la Familia Real. Especialmente aclamada fue la princesa Amelia que epató a propios y extraños con su vestido de boda. Tras una corta luna de miel en Sintra, los Príncipes se instalaron en el Palacio de Belém.
Los primeros años de matrimonio de los Herederos fueron muy felices. La pareja tuvo tres hijos. En 1886 la Princesa quedaría embarazada de su primer hijo, el príncipe Luis Felipe, que nacería el 21 de marzo de 1887. Ese mismo año daría a luz de forma prematura a su hija María Ana que moriría al nacer. En 1889 nacería el príncipe Manuel, quien pasaría a la Historia como Manuel II de Portugal (1889-1932), el último rey portugués.
La princesa Amelia no se limitó a ser una consorte al uso. Además de mantener toda su vida un diario y ser una apasionada de los caballos —era una excelente amazona—, desde su llegada a Portugal la futura Reina se interesó denodadamente por los problemas de la sociedad de su nuevo país y por el bienestar de los más desfavorecidos. Es sabido que la Heredera visitaba barrios marginales para estar al lado de los marginados, lo que provocó no pocas críticas de la aristocracia lusa, que consideraba inapropiado el contacto directo de una futura Reina con las clases bajas. Sin embargo, la Heredera se mostró inflexible en su deseo de ayudar a los excluidos e incluso fundó dos organizaciones sociales de gran relevancia en Portugal: el Instituto Princesa Doña Amelia y la Asociación Nacional contra la Tuberculosis.
En octubre de 1889 el rey Luis de Portugal fallecía de forma súbita en Cascaes. Menos de un mes después de la muerte del monarca, el príncipe Carlos era aclamado como Rey. Comenzaría así el reinado de Carlos I y de su esposa, la reina Amelia. Los primeros años de mandato de los nuevos Reyes transcurrieron con tranquilidad. Sin embargo, en 1902, la salud de la Reina, de 38 años, sufre un grave revés al ser víctima de un infarto. La relación con su marido asimismo se enfría y las disputas políticas entre republicanos y monárquicos en Portugal se acentúan.
En 1908, finalmente, la tensión en el país luso estalla de la peor forma posible. En febrero, la Familia Real sufre un atentado en la Plaza del Comercio de Lisboa. Dos republicanos disparan a sangre fría contra el carruaje real. El Rey muere de forma instantánea de un balazo en el cuello, mientras que el Heredero es herido de muerte al intentar defender a su padre. El príncipe Manuel recibe un impacto de bala en el brazo, mientras que la Reina, quien desesperada había intentado golpear a los asesinos con un ramo de flores, salió ilesa del crimen.
Pese al dolor indescriptible de perder a su marido y a su hijo mayor, la Reina fue consciente de que su deber era el de formar a su hijo Manuel en las labores de Rey, después de su investidura el 6 de mayo de 1908. Sin embargo, las habilidades políticas del rey Manuel eran escasas y todo el mundo era consciente de que el estallido de una revuelta era solo cuestión de tiempo. Así el 5 de octubre de 1910 fue proclamada la República de Portugal.
La Familia Real fue obligada a abandonar Lisboa. La reina madre Amelia, acompañada del rey Manuel, el príncipe Alfonso (1865-1920), hermano del rey Carlos, la reina María Pía (1847-1911), viuda del rey Carlos, y varios fieles a la causa monárquica se embarcan en el yate Amelia en dirección a Gibraltar. La Familia Real se traslada a continuación a Inglaterra, donde son acogidos por el hermano de la reina Amelia, el Duque de Orleans, en su casa de Woodnorton.
Tras varios años en tierras británicas —durante los cuales el rey Manuel se casó con la princesa Augusta Victoria de Hohenzollern-Sigmaringen (1890-1966)—, la reina Amelia decide regresar a Francia aconsejada por sus médicos, que la disuaden de residir en el frío y húmedo Londres. En Château de Bellevue, no lejos de Versalles, pasará la reina Amelia los últimos treinta años de su vida. Serán años de incansable actividad en favor de la Cruz Roja y de incontables obras de caridad. En 1932 el rey Manuel fallecía de una enfermedad sin haber tenido descendencia. El varapalo para la reina Amelia fue descomunal. El Rey fue enterrado en Portugal con todos los honores gracias a la intervención del dictador António de Oliveira Salazar (1889-1970).
Sería el mismo Salazar el que en 1945 invitaría a la reina Amelia a visitar Portugal. La Soberana aceptó y nada más arribar en tierras lusas quiso visitar las tumbas de su marido y de sus hijos en el monasterio de San Vicente de Fora. Después de pasear melancólicamente por sus antiguos palacios, la Reina regresó a París, tras ser aclamada por multitud de portugueses en la estación de tren.
Los problemas cardíacos de la Reina se agravaron en sus últimos años de existencia. En 1951 la Soberana portuguesa fallecía a los 87 años de edad. El primero de los funerales se celebró en la Catedral de San Luis de París con una prominente presencia de miembros de las Casas Reales europeas. Por orden de Salazar los restos mortales de la reina Amelia serían trasladados a Portugal donde fue enterrada junto a sus familiares. Fue tal la cantidad de portugueses que quisieron despedirse de su última reina que la capilla ardiente estuvo abierta treinta días. Por deseo de la Reina, su mortaja fue el vestido, manchado de sangre, que llevaba el aciago día del atentado que le arrebató la vida a su esposo y a su hijo Luis Felipe. En su tumba se puede leer la inscripción: “Aquí descansa en Dios, Doña Amelia de Orleans y Brabanza, Reina en el Trono, en la Caridad y en el Dolor”.