Madame de Pompadour, la favorita del Rey
La Marquesa de Pompadour (1721-1764), amante, amiga y consejera de Luis XV (1710-1174), pese a sus modestos orígenes, llegó a convertirse en una de las mujeres más poderosas del siglo XVIII, como demuestra su relevante papel en la firma del primer Tratado de Versalles, en 1756, y que acabaría siendo clave en el estallido de la Guerra de los Siete Años. Pero Madame de Pompadour no solo destacó por sus estratagemas palaciegas sino que también fue una incansable madrina de las artes, la ciencia y la literatura.
Jeanne Antoinette Poisson nació el 29 de diciembre de 1721 en París, siendo la hija mayor de François y Louise-Madeleine Poisson. La pequeña Jeanne se educaría en un internado de las ursulinas donde sería instruida para convertirse en una madre y esposa perfectas, en el respeto a Dios, a la familia y al Rey. Serían precisamente las monjas del colegio las que destacarían en las cartas a sus padres el encanto y la belleza de Jeanne. Si bien sus padres pertenecían a la clase media, un curioso acontecimiento marcaría su futuro. Su madre, contraria a la conservadora formación que recibía su hija en el internado, prefería que su hija conociera la vida mundana de París. En una ocasión decidió llevar a su hija a una de las más famosas adivinas de la capital del Sena, Madame Lebon, para conocer el futuro de Jeanne. La pitonisa, después de inspeccionar la bola de cristal, sentenció que Jeanne, que por aquel entonces contaba con 9 años, se convertiría algún día en la amante del rey Luis XV. A partir de ese momento la vida de Jeanne cambiaría para siempre. Su madre, que comenzó a llamar a su hija “Reinette” (“Reineta”), convencida del futuro glorioso de su hija, haría todo lo posible para introducirla en los salones aristocráticos de París.
El acceso a los centros del poder galo no era tarea sencilla para aquellos que no pertenecían a familias de alta alcurnia. En el caso de Jeanne, que en la adolescencia se había convertido en una cantante y actriz nada desdeñable, su entrada en la nobleza se produciría a través del matrimonio. A los diecinueve años contraería matrimonio con Charles-Guillaume Le Normant d’Étiolles con el Jeanne tendría dos hijos, un varón que fallecería prematuramente y una niña que moriría a los diez años de una peritonitis.
El enlace matrimonial convirtió a la modesta Jeanne en Madame d’Étiolles. Pronto este nombre resonaría en todos los salones de París. Sus memorables fiestas, a las que acudían no solo próceres sino también hombres de letras como Voltaire, no tardarían en llegar a oídos del Palacio de Versalles. Tal era la fama de Madame d’Étiolles que el rey Luis XV, llevado por la curiosidad, decidió invitarla a uno de sus bailes, concretamente el celebrado el 25 de febrero de 1745. El encuentro solo se puede calificar como de flechazo. El monarca y la futura Madame de Pompadour hablaron, bailaron y rieron sin parar durante toda la velada. El Rey, completamente magnetizado por los encantos de su nueva amiga, no dudó en pretender hacerse con sus favores. Madame d’Etiolles, impertérrita, le espetó que solo accedería a tal cosa en el caso de que se convirtiera en “amante Real”, un puesto que nadie había ocupado desde la muerte de la Duquesa de Châteauroux. Luis XV, lejos de indignarse por la osadía de la dama, quedó todavía más prendado de ella y aceptó sus condiciones. Apenas unas semanas más tarde Jeanne se había instalado en Versalles y en poco más de dos meses se había separado oficialmente de su marido.
Sin embargo había un escollo que impedía que Jeanne fuera considerada como una igual por la exigente corte versallesca. Ser una plebeya no solo la impedía relacionarse de tú a tú con el círculo más cercano del Rey sino que además le impedía ser oficialmente amante Real, habida cuenta de que ese título estaba reservado a las mujeres de origen aristocrático. Finalmente, el Rey decidió terminar con esta traba y decidió comprar el Marquesado de Pompadour en junio de 1745 para, acto seguido, dárselo a su amante que desde ese momento sería conocida por el nombre de Madame de Pompadour. Una vez salvado el obstáculo del abolengo, Madame de Pompadour fue presentada en sociedad en septiembre. En poco tiempo Versalles se convertiría en su dominio.
A partir de ese momento Madame de Pompadour, sin formación alguna de estadista, se convertiría en una figura clave de la política gala por su cercanía al Rey. En este contexto intervendría como intermediaria entre el Rey y el diplomático austríaco Wenzel Anton Graf Kaunitz en las negociaciones que conducirían al primer Tratado de Versalles. Igualmente su creciente parcela de poder la granjearían no pocos enemigos, como, por ejemplo, Marie-Louise O’Murphy, otra de las amantes del Rey, que fue expelida de Palacio por órdenes de Pompadour. La privilegiada posición de la que disfrutaba la amante Real se achaca no solo a su idilio con el Rey, sino también a su afán por mantener una buena relación con la mujer de este, la reina consorte Marie Leszczyńska.
Mientras tanto, Madame Pompadour se entregó a sus grandes pasiones: la belleza y el arte. Ella sería, apoyada en su hermano, el Marqués de Marigny, la que transformaría París en una metrópolis admirable, con la construcción de la Escuela Militar o la Plaza de Luis XV (actualmente de La Concordia). Al mismo tiempo decenas de pintores, escultores se beneficiaron de su mecenazgo.
Cuando, pasado el tiempo, la pasión fue desapareciendo, el Rey y Madame Pompadour seguirían siendo amigos íntimos. Pompadour sería de hecho la persona responsable de introducir a nuevas amantes potenciales al Monarca. Éste le regalaría el Hôtel d’Évreux, el actual Palacio del Eliseo, donde Madame Pompadour residiría cuando no se encontraba en su castillo de Bellevue, en Meudon.
En la primavera de 1764, a la edad de 42 años, la Marquesa de Pompadour, aquejada probablemente de cáncer de pulmón, falleció en su apartamento de Versalles. La amante Real sería enterrada en el convento de los capuchinos de la Plaza Vendôme de la capital gala. Después de una misa en la iglesia de Nuestra Señora de Versalles, los restos de la Marquesa recorrieron las calles de París, con todos los honores. El Rey reaccionó desolado. No en vano acababa de perder a su “amiga por veinte años”.