Los espaciosos salones de Real Alcázar de Sevilla se transformaron el 18 de marzo de 1995 en elegantes comedores para la celebración del banquete nupcial de una de las bodas más esperadas de finales del siglo pasado: el enlace real entre la hija mayor de don Juan Carlos y doña Sofía, la infanta Elena, con Jaime de Marichalar.
La mesa principal, en forma de U, se colocó sobre una impresionante alfombra granate delante de un tapiz de incalculable valor. El resto de las 170 mesas eran redondas y, en cada una de ellas, diez ilustres comensales disfrutaron de unos deliciosos platos cuidadosamente elaborados.
Cómo elegir un menú real
Meses antes del gran acontecimiento, varias personas de la Oficina de protocolo de la Casa Real mantuvieron una primera reunión con el conocido restaurador sevillano Rafael Juliá en la que le hablaron de la posibilidad de encargarle la confección del menú para el enlace. Le pidieron que elaborara doce menús singulares, que, de alguna manera, fueran representativos de toda España y de los que, posteriormente, se eligieron cuatro, presentados ante la Reina Sofía, quien se encargó de tomar la decisión final.
Lo más asombroso de aquella impresionante organización fue que Juliá funcionó al cien por cien como un catering: se utilizaron varios camiones-horno para trasladar los platos, de manera que no fuese necesario recalentarlos. Se instalaron catorce cocinas en el Real Alcázar y se movilizaron unas 300 personas para que todo saliese a la perfección.
De esta forma, los cientos de invitados pudieron degustar un menú realmente exquisito: ‘lubina al aroma de la trufa y la almendra’ como primer plato, ‘perdiz roja a la crema castellana’ como plato principal y ‘crema helada de café con almendras y salsa de caramelo’ para los postres. Sin olvidar, eso sí, la tarta nupcial (expresamente escogida por doña Elena), y los vinos de Jerez, blanco de Rueda, tinto de La Rioja y cava catalán que regaron estas elaboradas viandas.