Mira como canta: con el cuerpo entero. Estrella Morente tenía su destino, cantaora, impreso en cada minuto de su infancia. Caminó de la mano real y artística de su abuelo Montoyita; se aferra al consejo y al tesón del gran Enrique Morente, su padre; le sale el arte de sus manos gracias a la escuela de su madre, la bailaora Aurora Carbonell; los ojos se le iluminan cada vez que cita a la que considera fuente de inspiración Pastora Pavón, La niña de los peines.
Desde muy joven hizo la maleta y se dispuso a recorrer la geografía española paso a paso para mostrar, con los más grandes, que sabía aprender rápidamente en la sombra. Ya de cría se le escapó el arte en la cordobesa plaza del Cristo de los Faroles, donde su abuelo, Montoyita, y su abuela Rosario rodaban una escena en la película Pasodoble junto con otro grande, Fernando Rey. La pequeña Estrella saltó en mitad de una escena y se colocó ante las cámaras dándole a las palmas. Se paralizó el rodaje y la chispa iluminó un futuro prometedor.
En la adolescencia hizo de su padre un refugio y un maestro al que escuchar y, por qué no, rebatir. Seguiriyas, soleás, malagueñas y tarantas. Tantos palos desgranó en su debú ante el público madrileño, cuando contaba diecisiete años, que la posibilidad de promesa se hizo carne con nombre de Estrella.
Su primer trabajo en solitario Mi cante y un poema supone la confirmación definitiva. La sangre ha reverdecido en puro arte y mágica fusión. Y además, la joven cantante enamora. Su matrimonio con el torero Javier Conde, y el nacimiento de su hijo Curro, la impulsa, aún más, hacia la felicidad.