Cuando los peques se frustran o viven una situación en la que les invade el malestar, “lo canalizan como pueden, y es que no es que no sepan hacerlo, es que no pueden”, asegura Rocío Yllas, Asesora de crianza consciente y disciplina positiva, y experta en Altas Capacidades (@crianza_conectada).
Cuando los niños viven situaciones difíciles, que incluso para los adultos son complicadas de gestionar en ocasiones, como es una pelea con un amigo, su cerebro no sabe gestionarlo y tampoco tiene las herramientas para hacerlo. Por tanto, en primer lugar, debemos entender cómo funciona su cerebro para poder conectar con él y comprender su comportamiento y, en segundo lugar, como padres, saber cuándo intervenir y cómo hacerlo, cuando sea necesario.
La madurez de su cerebro
Recordemos que el cerebro de los niños es inmaduro y no termina de realizar todas sus conexiones hasta la adolescencia. “Pasados los 25 años es cuando nuestro cerebro se termina de formar, por lo que hay determinadas situaciones y emociones que no podrán gestionarlas correctamente porque no les es posible aún. Este factor es determinante en cómo un adulto afronta las peleas entre iguales, ya que en ningún caso podremos exigir un razonamiento ni un comportamiento que, por su momento evolutivo, aún no han desarrollado”, nos dice la asesora.
¿Debemos intervenir los padres?
Para saber si debemos intervenir o no en un conflicto de nuestro hijo con un igual, primero tenemos que calibrar la seriedad del mismo, nos dice la experta, así como la edad de los implicados y si ha habido algún agredido físicamente, o se ha desarrollado sin violencia.
“Mi recomendación es que evitemos las decisiones extremas del tipo: ‘Que se las arreglen solitos, tienen que aprender a resolver sus cosas’, o al contrario, la intervención constante e innecesaria sin dar opción a que ellos puedan gestionarlo sin ayuda. Hay toda una escala de grises entre una posición y otra, y la decisión del adulto sobre en qué tonalidad de gris posicionarse será importante a la hora de hacer de modelo para nuestros hijos e hijas”, explica la educadora.
¿Qué conductas debemos evitar como padres?
Lo importante, según señala la experta, es evitar las siguientes conductas:
- No ejercer de juez: no es aconsejable ponernos de parte de uno o de otro o, incluso, tratar de escuchar las versiones de cada uno con la intención de decidir quién lleva razón. Cuando buscamos un culpable también posicionamos a otro niño como víctima. Ninguno de los dos roles les enseñará nada valioso.
- No obligar ni forzar a que expliquen, hablen o se disculpen. Si están dispuestos a hablar, perfecto, pero forzar estas conductas sólo provocarán mucha confusión en cómo gestionar conflictos.
- No adoptar el rol de ‘el solucionador’: con nuestra mejor intención, a menudo, queremos que nuestros hijos no se peleen y solucionen el problema para que ninguno sufra, o por temor a que la pelea vaya siendo cada vez más tensa. Esta actitud de rescatar a los niños de sus problemas solucionándolos se traduce en una sobreprotección que acabará por no contribuir al desarrollo de la autonomía que tanto queremos que tengan. No abandonar ni ignorar: el típico “No me contéis nada, solucionarlo solitos”… Esta habilidad la irán adquiriendo progresivamente cuando les hayamos mostrado el camino. Solucionar conflictos desde la no violencia es una habilidad que han de aprender, por lo que dejarles solos (si esa no ha sido su opción o si no están siendo capaces de hacerlo sin ayuda), no contribuye a que adquieran los recursos necesarios para lograr que algún día, sí que puedan gestionarlo sin ayuda de un adulto.
Entonces, ¿cuál es la mejor manera de intervenir?
Es muy importante que una vez pasado el conflicto hablemos con nuestro hijo y validemos lo que siente, y en caso de que haya traspasado alguna línea roja “marcar los límites de manera firme y respetuosa”, sugiere la educadora. En este tipo de situaciones, si sentimos que tenemos que intervenir, debemos tener en cuenta:
- En un primer momento, podemos describir lo que estamos observando, de manera neutra y ofrecer nuestra ayuda. “Veo que tenéis un problema, chicos, os veo muy enfadados/disgustados… ¿os puedo ayudar?”
- En lugar de poner el foco en qué ha pasado, prestemos atención a sus emociones. Se trata de poder abrir un espacio para que expresen cómo se sienten. Seguramente será desde el grito o el reproche, son niños y están enfadados. “No sé lo que ha ocurrido, pero ninguno os sentís bien, ¿queréis explicar cómo os sentís?
- Y, por último, invitarles o ayudarles a buscar una solución (no lo soluciono yo). “Confío en que sois capaces de encontrar una solución. Quizás no ahora, pero la encontraréis… ¿se os ocurre cómo?”
¿Cómo intervenir cuando el niño se queda “solo”?
En las peleas de niños puede ocurrir que, de forma puntual (excluyendo la posibilidad de que se trate de algo continuado como es el bullying), nuestro hijo sea quien se quede fuera o se sienta solo. En esos casos, “la escucha y la validación es la mejor ayuda que podemos brindarle. Una vez hemos hecho esto, la manera más respetuosa de brindar consejos, posibles soluciones u opiniones, es preguntando si quiere recibirlas: ‘Cariño, ¿te ayudaría que te diera mi opinión?, ¿quieres que te cuente algo similar que me pasó a mí y cómo logré solucionarlo?’”, sugiere la educadora. Y, por último, “ confiar en él y en sus posibilidades de reconducir la situación puede marcar la diferencia entre que lo logre o no”, asegura.
Diálogos emocionales, ¿qué son?
La educadora nos cuenta la suma importancia de instalar en nuestras familias la costumbre de crear “ diálogos emocionales ”. “En mis formaciones y asesorías me encuentro a menudo familias que se angustian porque sus hijos no les cuentan las cosas. Siempre respetando su carácter, sus necesidades… sin presionar ni obligar hay que crear estos diálogos, pero los espacios de intimidad no se crean solos… somos los adultos los que tenemos que propiciar esos momentos”, dice.
Sé su modelo
¿Cómo hacerlo? Pues como casi todo lo que nos propongamos inculcar a nuestros hijos e hijas, nos contesta la experta, “siendo modelo”, sentencia. “Si no somos capaces de hablar entre nosotros en presencia de nuestros hijos sobre lo que nos pasa, lo que sentimos, de emociones , de preocupaciones… ¿cómo van a sentirse ellos cómodos para hacerlo?”, cuestiona.
Crea espacios enriquecedores de conversación
A menudo tiramos de preguntas que nos ayuden a averiguar qué están sintiendo: ¿qué tal el cole?, ¿cómo te sientes?, ¿qué te pasa?, ¿por qué estás disgustado?... y que, para el peque (o para cualquier persona, en general) pueden resultar interrogatorios, y sentirse presionados.
“Siempre invito a mis alumnos a cambiar estos interrogatorios por otro tipo de modelos o herramientas”. Y nos pone el siguiente ejemplo: “Imagina que os sentáis a cenar e inicias una conversación… ‘¿Sabéis qué chicos? Hoy no me siento muy bien. Estoy algo preocupada porque una amiga está malita… Hoy necesito un poco de cariño, ¿me ayudaréis?’”.
Con ello, nos explica la experta, abrimos un espacio muy enriquecedor para:
- Hablar de una emoción como es la tristeza, que la ven en ti no solo porque lo perciben, sino porque se lo has explicado también.
- Además, pueden surgir conversaciones acerca de la amistad, de las enfermedades, de la muerte, pues quizás tienen preguntas…
- Y hemos hablado de una necesidad, haciendo una petición.
“La familia es un espacio seguro”
Lo importante es transmitir al niño el siguiente mensaje: “ la familia es un espacio seguro”, y para conseguir eso, debemos ser el espejo en el que mirarse.
“El diálogo emocional abierto, sin juicios, validando y enfocado en soluciones será uno de los mejores recursos para que nuestros hijos sientan confianza en contarnos todo lo que les inquiete o preocupe”, asegura la experta.