Naiara Briones es docente, fotógrafa y diseñadora (www.agujetasmaternales.com) aunque confiesa que el proyecto más exigente al que se ha enfrentado en la vida es la maternidad de sus tres hijos. Acaba de publicar su primer libro Agujetas maternales (Ed. Larousse), donde ofrece actividades fáciles y creativas para mamás ocupadas y sus peques. Son 60 opciones que van más allá de las manualidades tradicionales para darle un sentido a ese tiempo compartido con los hijos y que, seguro, te sacarán de más de un aprieto en muchas circunstancias. Hemos hablado con ella.
Estas actividades fomentan el diálogo, la cooperación, la paciencia y la creatividad, pero también nos ayudan a conocernos mejor como familia
Abogas por las manualidades como un tiempo de calidad con los hijos. ¿Qué les aporta hacer estos trabajos juntos?
En el libro no hablo solo de manualidades, sino de actividades creativas muy diversas: hay manualidades, sí, pero también experimentos sencillos, juguetes que se pueden construir en casa, juegos para tiempos de espera y actividades al aire libre. Todas ellas están pensadas para convertirse en una excusa para compartir tiempo de calidad en familia.
Cuando nos sentamos a hacer una actividad juntos, los móviles se aparcan, las prisas desaparecen un rato y se abre un espacio de conexión auténtica. Son esos momentos en los que los niños sienten que realmente estamos con ellos, no solo físicamente, sino con la atención puesta en lo que hacemos juntos. Y eso, a nivel emocional, es un regalo. Estas actividades fomentan el diálogo, la cooperación, la paciencia y la creatividad, pero también nos ayudan a conocernos mejor como familia: descubres qué le divierte a tu hijo, qué le frustra, qué le sorprende, cómo resuelve problemas o cómo se expresa… y ellos también nos descubren a nosotros desde otro lugar, más lúdico y menos adulto.
En tu libro dices que la creatividad es el 'verdadero superpoder' de la familia. ¿Por qué es así?
Porque la creatividad es una forma de ver el mundo. Nos permite encontrar soluciones nuevas, improvisar cuando algo no sale como esperábamos y transformar lo cotidiano en algo especial. No se trata solo de hacer cosas bonitas, sino de aprender a mirar con otros ojos, con curiosidad y con ganas de jugar.
En un entorno familiar, la creatividad se convierte en una aliada enorme: nos ayuda a afrontar imprevistos con humor, a conectar con los niños desde el juego y a convertir una tarde aburrida en una aventura. Por eso la llamo el verdadero súperpoder de la familia: porque no necesitas nada más que ganas de probar, explorar y disfrutar juntos. Mi libro quiere precisamente devolver la creatividad a las casas de una forma accesible, sencilla y realista, incluso para las familias más ocupadas. No se trata de hacer actividades perfectas, sino de crear recuerdos imperfectamente maravillosos.
Comentas que las actividades pueden ayudar a los niños a encontrar 'su elemento'. ¿Por qué es importante?
En el libro propongo cinco tipos distintos de actividades: manualidades, experimentos, juguetes para construir en casa, juegos para esperas y actividades al aire libre. Cada uno de ellos activa distintos tipos de inteligencia y habilidades. Aquí me gusta mucho hablar de dos referentes que han marcado mi visión del proyecto. Por un lado, el psicólogo Howard Gardner, con su teoría de las inteligencias múltiples, que plantea que no hay una única manera de ser inteligente: hay niños que destacan en lo lógico-matemático, otros en lo corporal, otros en lo visual, en lo musical…
Y, por otro lado, Sir Ken Robinson, que hablaba del “elemento” como ese punto en el que se cruzan lo que se te da bien y lo que te apasiona. Pues bien, cuando los niños tienen la oportunidad de probar cosas distintas, pueden empezar a descubrir qué les hace vibrar. Tal vez un experimento científico les despierte la pasión por la química, o una manualidad con cartón les haga darse cuenta de que adoran construir cosas. Si siempre les proponemos lo mismo, nunca sabrán todo lo que son capaces de hacer. Este libro es una invitación a explorar, a probar, a ensuciarse las manos, a equivocarse y, sobre todo, a disfrutar del proceso. Es una herramienta para acompañar a los peques en ese descubrimiento, sin presión, sin expectativas, simplemente abriendo puertas.
Haces mucho hincapié en que lo importante no es el resultado sino el camino juntos para realizar esa manualidad. ¿Es una forma de luchar contra el nocivo perfeccionismo que pueden tener algunos niños?
Sin duda. Vivimos en un mundo donde se valora muchísimo el resultado, la estética, lo “instagrameable”. Y eso cala muy pronto en los niños. Algunos empiezan a frustrarse si algo no les queda “como en la foto” o si no sale perfecto a la primera. Por eso en el libro hago mucho hincapié en disfrutar del proceso, en reírnos cuando algo se rompe, en buscar soluciones creativas cuando algo no encaja, en entender que lo realmente valioso es el rato compartido.
Las actividades que propongo no buscan resultados impecables, sino momentos significativos. Son una oportunidad para trabajar la tolerancia a la frustración, para reforzar la autoestima y para enseñar que equivocarse forma parte del aprendizaje. Y de paso, para que los adultos también nos reconciliemos con nuestra propia creatividad, sin miedo al ridículo.
¿Cuáles son las reticencias más frecuentes de los padres a la hora de lanzarse a hacer manualidades con sus hijos?
Lo más habitual es oír frases como: “No tengo tiempo”, “yo no soy nada creativa/o” o “es que luego hay que recoger”. Y son totalmente comprensibles. Muchas veces imaginamos que hacer una actividad creativa con los peques implica caos, manchas por todas partes y una recogida interminable. También hay padres que se sienten inseguros porque creen que no se les da bien o que no sabrán guiar a sus hijos. Por eso, en el libro me he propuesto romper con todos esos miedos y barreras.
La gran mayoría de las actividades están diseñadas para manchar poco y no requerir muchos materiales ni grandes preparativos. Para facilitar aún más que las familias elijan la actividad que mejor se adapte a su momento, en el libro incluyo varios iconos muy útiles: uno que indica si la actividad va a ensuciar mucho o poco (lo que siempre viene bien saber antes de lanzarse); otro que muestra el tiempo estimado de preparación, ideal para decidir si puedes empezar en cinco minutos o necesitas organizarte un poco más; un icono de edad recomendada, fundamental para evitar frustraciones (porque no hay nada peor que preparar con ilusión algo que tu peque todavía no está preparado para disfrutar); y, por último, un icono de secado, que te ayuda a prever si tendrás que esperar a que algo se seque antes de continuar con el proceso de la actividad. Mi idea es que el libro sea una herramienta flexible y amable, que puedas adaptar al día que tengas, al ánimo del momento y a la etapa de desarrollo de tu hijo. Porque hacer cosas juntos no tiene que ser perfecto ni estresante. Solo tiene que ser posible… y bonito.
¿Qué básicos de material aconsejas tener en casa porque son un buen recurso para cualquier manualidad?
Además de los materiales clásicos que todos conocemos —lápices y rotuladores de colores, tijeras, pegamento y cartulinas— hay otros menos conocidos que, una vez los pruebas, se vuelven imprescindibles. Uno de mis favoritos son las témperas sólidas. Tienen la intensidad de una témpera tradicional, pero sin necesidad de agua, sin goteos y sin complicaciones. Son limpias, rápidas y muy versátiles. Perfectas para cuando quieres hacer algo creativo sin montar una gran logística.
Otro descubrimiento genial, sobre todo si hay peques en casa, son los rotuladores de tiza líquida. Escriben sobre casi cualquier superficie —cristal, cartón, pizarras— y cubren fenomenal, incluso sobre fondos oscuros. Lo mejor: se limpian bien de la ropa y las manos. Son ideales para juegos de ventanas, pizarras reutilizables o decoraciones temporales.
Siempre recomiendo tener una pequeña base de materiales reciclados. No hace falta convertir tu casa en un punto limpio, pero guardar algunos tubos de papel higiénico, hueveras, cartones o frascos vacíos puede inspirar un montón de ideas. Muchas de las actividades del libro nacen precisamente de objetos cotidianos que solemos tirar sin pensar. Y luego están esos materiales que hacen que cualquier proyecto se vuelva más divertido: pompones, limpiapipas, ojitos móviles… No son imprescindibles, pero cuando aparecen, los niños los adoran y los proyectos cobran vida.
Una herramienta que también uso mucho —hablando de un adulto o un niño supervisado a partir de los 8-9 años— es la pistola de pegamento termofusible. Ayuda a ensamblar materiales rápidamente y de forma duradera. Y un truco que nunca falla: el forro autoadhesivo. Sirve para impermeabilizar, dar un acabado más limpio o transformar superficies para poder reutilizarlas, como con esos dibujos que los niños pueden colorear una y otra vez.
Para quienes se animan con los experimentos, hay una base que nunca falla: vinagre, bicarbonato y colorantes alimentarios. Estos últimos, además de ser súper útiles y vistosos, nos dan tranquilidad si algún peque decide “experimentar” también con la boca. Y que no cunda el pánico: no hace falta tenerlo todo. En el libro incluyo un apartado específico al principio con ideas de materiales recomendados y sugerencias para organizar vuestro rincón creativo en función del tipo de actividades que queráis hacer en casa. Eso sí… para los más valientes, siempre queda la opción de sacar la purpurina. Pero aviso: una vez aparece, ya no hay vuelta atrás.
En los tiempos de espera cortos, como en la consulta del médico, se tiende a dar el móvil a los niños. ¿Qué alternativas propones para recurrir a otros entornos no digitales?
Sabemos que el móvil está ahí, a mano, y que puede ser un salvavidas en algunos momentos. Pero también sabemos —y esto lo digo como madre— que el tiempo de pantallas hay que gestionarlo con mucho mimo. Yo siempre digo que mejor dejarlo como plan de emergencia y, en cambio, aprovechar esos ratos de espera para estimular la creatividad y la observación, que a largo plazo les aporta mucho más.
En el libro propongo una sección específica de juegos ingeniosos para esperas, pensados para esos momentos en los que no tienes nada encima… salvo el entorno. Y ahí está la clave: mirar a nuestro alrededor y convertir lo cotidiano en juego. Por ejemplo, en una sala de espera podemos jugar a contar cuántos objetos rojos hay, a adivinar profesiones por los zapatos de la gente, a inventar historias a partir de lo que vemos… Esos juegos fomentan la observación, la atención plena y, sobre todo, ayudan a los peques a gestionar la frustración y el aburrimiento sin depender de estímulos externos constantes.
Una de las actividades que más éxito tiene en casa (y que está en el libro con descargable) son los bingos visuales adaptados a distintas situaciones como un viaje en coche o la espera en el médico. A mis hijos les encanta ir atentos, mirando a su alrededor a ver quién canta “línea” o “bingo” primero. También les propongo a menudo juegos de imaginación como “veo veo creativo” (buscar algo que parezca un animal o una letra), retos de lógica o acertijos sencillos, o dibujar con un boli y una libreta mini que llevemos encima. La idea es que, a base de jugar así, los niños vayan poco a poco generando sus propias ideas para entretenerse, sin depender siempre de nosotros… ni de una pantalla. No se trata de demonizar la tecnología, sino de no recurrir a ella por defecto. Si en esos ratitos dejamos espacio a su mente creativa, lo que sembramos va mucho más allá del entretenimiento puntual. Estamos cultivando autonomía, imaginación y una conexión más consciente con el entorno.