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Madre abraza a su hija© Getty Images

Crianza

Así impacta la educación emocional infantil en el futuro adulto

¿Cómo debe ser esta educación emocional para sentar las bases de una vida plena en la edad adulta?


25 de marzo de 2025 - 7:30 CET

Cada vez se habla más de educación emocional y cada vez más las familias son conscientes de la importancia de este aspecto en la crianza de sus hijos. Lo es en casa, pero también en el colegio o centro escolar porque, “la educación emocional en la infancia debe ser desarrollada como cualquier otra competencia académica”, afirma Sònia Méndez, mediadora familiar experta en inteligencia emocional y autora del cuaderno de ejercicios de educación emocional El viaje de Berna (Ed. Nadal).

“Al igual que a un niño se le enseña matemáticas, porque se considera que aunque tenga un talento (o no) innato para ellas, necesita el conocimiento y la técnica para poderlo desarrollar, debemos entender que con las habilidades sociales y las competencias emocionales pasa lo mismo”, añade.

Si en casa la base de esta educación es el acompañamiento emocional, tan necesario para el “buen desarrollo cognitivo y emocional” del niño, el papel de los docentes al respecto debe ser, según Méndez, el de enseñarles “técnicas que les permitan relajarse, controlar sus emociones, saber decir no o, por ejemplo, manifestar lo que necesitan con respeto pero de forma directa”.

El niño debe poder desarrollarse de forma tranquila, sin estrés y sintiéndose seguro

Sònia Méndez, educadora emocional

¿Cuál es el papel en la vida adulta de la educación emocional recibida en la infancia?

“Una infancia sin apego y sin el acompañamiento emocional necesario influye de forma decisiva en el desarrollo del cerebro infantil y, por tanto, en el adulto del futuro”, señala la educadora emocional. “El niño debe poder desarrollarse de forma tranquila, sin estrés y sintiéndose seguro. Estos son los ingredientes básicos para que pueda crecer adecuadamente y su rendimiento académico pueda ser óptimo”.

La experta nos explica que la relación entre el bienestar emocional y la manera en la que aprendemos, retenemos la información o tomamos nuestras decisiones está estrechamente vinculada. “De esta manera, un niño que crezca en un ambiente tenso y rígido, vivirá en constante presión. Esto supondrá que su sistema límbico (una parte estructural del cerebro) esté en alerta, impidiendo a este niño poder trabajar mentalmente con la misma rapidez y claridad que lo pueda hacer un compañero que se siente relajado y feliz”.

Sònia Méndez pone de manifiesto, para dar solidez a este argumento, que hay estudios que demuestran la potente relación que existe entre bienestar infantil y vida adulta funcional. En concreto, habla de estudios sobre psicopatía que demuestran que las personas que padecen este trastorno de la personalidad “pueden gozar de una vida plena y perfectamente alineada con el resto de personas” de su entorno siempre que, desde pequeños, haya recibido el afecto y el acompañamiento emocional necesario, dando pie así a generar en ellos un apego seguro.

“Así pues, el amor, el apego o la regulación emocional son herramientas necesarias para que nuestro organismo funcione correctamente y, por tanto, podamos disfrutar de una vida adulta plena”.

Sònia Méndez, autora de ‘El viaje de Berna’© Sònia Méndez

¿Cómo debe ser la educación emocional que transmitamos a los niños?

“¡Las familias debemos hacer algo histórico!”, dice Méndez con efusividad. “Y es que debemos aprender aquello que nadie nunca nos enseñó y aprender a transmitirlo con nuestro ejemplo y nuestras enseñanzas”. Para ello, la especialista nos revela una fórmula que, como ella misma reconoce, no es sencilla, pero sí muy útil a la hora de aplicarla en casa. Y esta fórmula consiste en la superación de cuatro fases por parte de las familias para poder ofrecer una coherencia emocional a sus hijos.

“Esta coherencia se basaría en que aquello que piensen (nivel cognitivo), aquello que sientan (nivel emocional) y aquello que hagan o digan (nivel motor) esté alienado y sea coherente”, detalla. “Esa es la clave de la serenidad con uno mismo, ¡pero conseguir esta coherencia no es nada fácil! ¡Eso lo sabemos bien los adultos!”.

Las cuatro fases que indica Méndez son las siguientes:

  1. Ofrecer a nuestros hijos un vocabulario rico en emociones. “Que puedan disponer de diferentes palabras que consigan expresar aquello que sienten, más allá de la alegría, tristeza o enfado. Así pues, palabras como decepción, frustración, ilusión, motivación, envidia, asco … les permitirán ser mucho más precisos en su autoconocimiento y en la manera como expresan a los otros cómo se sienten”.
  2. Validar sus emociones. La clave para ello es que, como adultos, aceptemos aquello que sienten nuestros niños pero sin juicios de valor. “Debemos partir de la premisa que toda emoción es válida”, subraya. “Donde debemos ayudarles o limitarlos es en su conducta a partir de la emoción”. La especialista en educación emocional pone como ejemplo que, si nuestro hijo está ofuscado y nos dice que odia a un compañero, evitemos cambiar esta expresión por una emoción más suave, como: “no lo odias, simplemente estás enfadado”… “El hecho de corregir emociones supone invalidar lo que el niño está diciendo y esto no quiere decir que deje de sentirlo, sino que, simplemente, aprenderá a no decirlo”.
  3. Conexión. “Conseguir empatizar con el niño o la niña para poder entender, comprender y aceptar lo que está viviendo y lo que nos está expresando. Parece sencillo pero no lo es”. El hecho de aceptar realmente lo que son, sin miedos ni prejuicios nos lleva a la cuarta fase, la de sostener el sentimiento ajeno.
  4. Sostener el sentimiento ajeno. “Sostener supone poder soportar la reacción que nos invade ante la emoción que pueda vivir nuestro hijo”, aclara Méndez que pone como ejemplo a un niño que llega del colegio muy triste porque sus amigos se han reído de él. “Su dolor, es nuestro dolor, por supuesto, pero debemos tener la capacidad para poder sostenerlo y reaccionar de la mejor manera”, propone, al tiempo que explica que la mejor manera siempre va a ser aquella que sea más beneficiosa para nuestro hijo. “Y no hay una sola opción; cada niño necesita una respuesta diferente según su personalidad, el momento en el que se encuentre o el contexto en el que esté viviendo”.

De ahí que la experta haga hincapié en la necesidad de que nosotros, como adultos, midamos muy bien la respuesta que damos, pues “si nos enfadamos en exceso, el niño puede agobiarse aún más o asustarse por las consecuencias. Por el contrario, si ignoramos su dolor, puede pensar que no nos importa”. Por eso es tan importante disponer de conocimiento, de técnicas y recursos que, en momentos críticos, nos ayuden a reconducir la situación.

Esto es lo que ha motivado a Sònia Méndez a crear el cuaderno de ejercicios de educación emocional El viaje de Berna, orientado a trabajar las habilidades que hemos citado hasta ahora. “Este cuaderno está creado con el objetivo de que el niño pueda mejorar su autoestima, pueda expresar cómo se siente ante los conflictos o con las relaciones con sus amigos y pueda aprender maneras de comunicarse de forma asertiva”, nos comenta. “Una herramienta que trabaja la empatía, la gestión del conflicto, la comunicación y el autoconocimiento”.

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