Andrea Ros, actriz© Andrea Ros

Maternidad

Andrea Ros, actriz y educadora perinatal: 'Tomé la decisión de dedicar el resto de mi vida a que las mujeres dejaran de estar solas'

Puerperio, lactancia, violencia obstétrica… Dentro de su labor de divulgación sobre la maternidad, Andrea Ros acaba de publicar el libro 'Comadres', el secreto era estar juntas. Hemos hablado con ella


17 de marzo de 2025 - 12:06 CET

A la actriz Andrea Ros la maternidad le cambió, literalmente, su visión de la vida. Nos cuenta que sintió una soledad que nunca antes había experimentado, a pesar de tener una pareja presente y de contar con el apoyo de su familia. Esa sensación le hizo dirigir su mirada hacia el mundo y, en concreto, hacia todas las mujeres que se convierten en madres. ¿Qué pasa con aquellas que no tienen apoyo familiar y con las que no tienen pareja o esta no está verdaderamente involucrada en la crianza? ¿Y con las madres cuya situación económica o laboral no les permite pasar tiempo con sus hijos?

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Desde ese nuevo planteamiento vital, Andrea Ros es, además de actriz, divulgadora acerca de todo lo que tiene que ver con la maternidad a través de su proyecto digital Madremente. Además, ha abierto en Barcelona El refugi de les mares (El refugio de las madres), un centro de acompañamiento físico y emocional a las madres, y  acaba de publicar su segundo libro, Comadres, el secreto era estar juntas (Ed. Destino), en el que aborda las grandes preocupaciones de las madres: lactancia, puerperio, crianza respetuosa, conciliación… e incluso violencia obstétrica. De todo eso hemos hablado con ella.

Hacen falta políticas públicas que protejan el bienestar de las madres y de la infancia porque solas siempre dependerá de los privilegios que cada una tenga

Andrea Ros, actriz y educadora perinatal

Compaginas tu profesión como actriz con la divulgación acerca de todo lo que tiene que ver con la maternidad e incluso has abierto un centro de acompañamiento en Barcelona. ¿Qué te ha llevado a hacerlo? 

Mi propia experiencia de maternidad. Yo me di cuenta de que había una soledad nueva, una soledad que no conocía: esta soledad de estar rodeada de gente, pero sentir que nadie entiende el lenguaje del que hablas. Y lo que me pasó a mí es que sentí eso, pero yo estaba muy bien rodeada; tenía una pareja corresponsable, presente, una familia sana, estructurada, tenía dinero porque tenía trabajo... Y entonces empecé a pensar “si todo esto nos pasa a todas, ¿cuántas hay sin recursos, cuántas hay sin sostén, cuántas hay completamente solas y con una soledad mucho más real que la mía?”. 

La mía era una sensación, pero no era real, yo no estaba sola de verdad. Entonces empecé a pensar en todas las mujeres que no solo se sentían solas, sino que lo estaban. Y entonces tomé la decisión de dedicar el resto de mi vida a que las mujeres dejaran de estar solas, pero no de sentirse solas porque yo creo que sentirse solas forma parte del proceso de maternidad porque es una transformación muy grande. Cuando estás a punto de tirarte al vacío, hay algo de “nena, esto es solo tuyo, tienes que ir sola, es lo que hay”. Atravesar eso es sola, con esa sensación de soledad. Mi lucha es que no lo estemos, aunque lo sintamos. 

En tu libro, dices que es importante ser madre, que es importante parir, que es importante dar el pecho, pero que, además, también es importante ser feliz mientras haces todo esto. ¿Cómo lograrlo?

Yo creo que hace falta la intervención del Estado. Hacen falta políticas públicas que protejan el bienestar de las madres y de la infancia porque solas siempre dependerá de los privilegios que cada una tenga, de los recursos que cada una tenga para pagarse una terapia, para tener tiempo disponible, para quedar con amigas. Porque hablamos del dinero para la terapia, pero ¿qué pasa con el tiempo? ¿Cuántas mujeres tienen tres empleos y, además, están a cargo de personas dependientes mayores, no solo de sus hijos? 

Hace falta una intervención en conciliación y eso nos beneficiaría a todos porque, en realidad, nadie puede conciliar, ni la gente que tenemos hijos con nuestros hijos, ni la gente con su vida en general. Yo creo que tiene que haber una intervención a nivel de conciliación y una intervención, por supuesto, a nivel de salud mental, a nivel de violencia obstétrica... Hay que mover muchas fichas que no son tan difíciles de mover. Los divulgadores vemos claro cuáles son las piezas que mover, pero sí hace falta una intervención externa, porque si no, de forma individual, es volver al discurso Mister Wonderful de “sé feliz porque tú puedes ser feliz”, de “¿estás triste?, sonríe”; esto no funciona.  

Media Image© Editorial Destino

¿Cuáles serían esas fichas a mover en lo que a conciliación se refiere?

Yo creo que es primordial trabajar menos horas; eso para empezar, pero para todo el mundo. Pensando en la maternidad, hace falta, por supuesto, que el Gobierno apruebe de una vez las ocho semanas de cuidado del menor retribuidas, que a día de hoy siguen sin estar retribuidas. De hecho, España ha tenido que pagar una multa a Europa por no retribuir esas semanas. 

Y luego pienso que falta conocimiento de cómo es el proceso de puerperio y demás porque, si me centro en la etapa 0-3, yo creo que la reincorporación al trabajo de las madres (y de los padres también, pero me gusta centrarme en las madres), debería ser una cosa mucho más paulatina, debería ser una cosa con mucha más flexibilidad. 

A mí me gusta empezar a preguntar y poner nerviosa a la gente, preguntando por qué los niños no pueden estar en el lugar de trabajo. Yo tengo un coworking donde las mujeres trabajan y los bebés están allí. Mi equipo son diez mujeres, muchas de ellas vienen muchos días a trabajar con sus hijos y el rendimiento sigue siendo el mismo. ¿Por qué hemos sacado a los niños de todas partes? Me apetece el debate sobre eso. Hay que replantear cómo ocupa el trabajo nuestra vida a nivel de tiempos y a nivel de importancia, y eso ya movería muchas fichas. 

¿Cuál es la posición de la maternidad en la sociedad actual?

Pues es un desastre porque, por un lado, socialmente lo que se nos dice es que ese es el destino único y exclusivo de la mujer, es el destino que te va a realizar. Si fuera así realmente, deberíamos estar colmadas de recursos, pero sorprendentemente, aunque te pasas toda tu infancia recibiendo el mensaje de que ese es tu deber y ese es tu deseo, cuando llegas, la realidad es que no hay ni un solo recurso. Hay muchos recursos sanitarios (de dudosa eficacia, algunos de ellos, la verdad); por ejemplo, hay un punto que, cuando te hacen la visita postparto en la matrona a los 40 días, te dan el alta y, si te he visto no me acuerdo. 

O sea, no hay ningún tipo de de propuesta. Las madres andan sin meta, sin objetivo. Yo veo muchas mujeres andar por la calle con un cochecito, con un bebé y pienso “¿pero esta señora dónde va?” porque no tiene donde ir: en los bares, no se puede estar; en las calles, no se puede estar; los parques están a pleno sol... Es estar echando a las madres porque, cuando estamos echando a la infancia de los espacios, automáticamente estamos echando a sus madres, porque las madres no vamos a querer separarnos de nuestros hijos; entonces, vamos a seguir renunciando para estar con ellos. 

¿Qué se puede hacer, más allá de la conciliación, para darle el lugar a la maternidad que le corresponde en la sociedad?

Yo creo que hace falta, primero, un ejercicio de toda la sociedad de luchar contra la niñofobia. Mientras los niños nos sigan dando pereza, mientras la gente sigue pensando “puf” cuando aparece un niño en un tren... las madres van a estar al margen. Yo creo que falta que la sociedad entienda que la crianza es colectiva: si tú quieres que mi hijo te pague la pensión, voy a necesitar que pongas algo de tu parte.

Comentas en el libro que ser madre no es lo mismo que la experiencia de maternar. ¿Cuál es la diferencia?

De lo que me he dado cuenta acompañando mujeres es que una cosa es lo que las mujeres creen que es la maternidad y luego lo que es de verdad. Yo defino “maternidad” como el dogma, como lo que se espera de una madre, lo que esperamos que es la maternidad: quedarte embarazada, ser muy feliz durante el proceso, tener un parto placentero, dar el pecho a tu bebé... Eso es lo que la gente tiene en el imaginario colectivo cuando tú dices “maternidad”, pero la realidad, la experiencia materna, lo que las madres atravesamos y experimentamos, no suele parecerse en nada. 

Las mujeres debemos empezar a hablar entre nosotras para darnos cuenta de que no estamos solas y que no somos las únicas

Andrea Ros, actriz y educadora perinatal

Primero, no se parece en nada en cuanto a la profundidad. Yo siempre había visto la maternidad dulcificada, romantizada, como algo sin mucha profundidad y, cuando fui madre, dije “pero si esto es lo más profundo y lo más brutal que he vivido”. Y lo es a los dos lados: en lo positivo, es mucho más positivo de lo que me dijeron, y en lo negativo, es mucho más negativo de lo que me dijeron. Yo creo que que la gran diferencia es esa, que una cosa es lo que te dicen que será y otra cosa es lo que realmente es. 

Las mujeres debemos empezar a hablar entre nosotras para darnos cuenta de que no estamos solas y que no somos las únicas, que es el gran mal ahora mismo. Yo soy capaz de decir esto porque es que acompaño a decenas de mujeres todos los días y el sentimiento es el mismo: “es que pensaba que estaba loca” o “pensaba que estaba sola hasta que empecé a hablar con otras y me di cuenta de que no”. 

Aseguras también en el libro que la vida real de las madres ha sido secreta en los últimos siglos. ¿Qué es lo que se ha ocultado?

Se ha ocultado todo de puertas para afuera de las casas. Es decir, las mujeres siempre hemos estado juntas, las mujeres siempre nos hemos salvado las unas a las otras, siempre se han practicado abortos clandestinos, siempre entre mujeres se ha enseñado a dar el pecho, siempre nos hemos protegido, cuando nuestras amigas estaban en situación de violencia de género, siempre las hemos metido en casa... Las mujeres siempre hemos hablado entre nosotras. Ahora mismo, en un momento de un me too tan grande, la gente tiene que saber que las mujeres estamos hablando entre nosotras. 

Las mujeres siempre hemos hablado entre nosotras, pero solo entre nosotras, no ha sido sabiduría popular. Es una información que te llega cuando te toca vivir la experiencia y empiezas a hablar con mujeres y empiezas a descubrir eso. Pero la vida íntima de las mujeres, el relato de las mujeres, tiene que ser conocido por todo el mundo, igual que las mujeres conocemos el relato de los hombres. 

Otro de los temas que de los que es muy necesario hablar es el de la violencia obstétrica, que tratas en el libro, en el que das el dato de que España es el único país del mundo con sentencias de la ONU por esto. ¿Qué es lo que está fallando?

Sucede en muchos países, lo que pasa es que aquí hay mujeres, concretamente una abogada, Francisca Fernández, que se propuso ir a por esas sentencias. Pero la violencia obstétrica está bastante en todas partes. Lo que pasa en España, básicamente, es que no hay matronas suficientes y, cuando tú no tienes matronas suficientes, no estás dando una atención correcta a las mujeres. Y si no atiendes bien los partos, los partos se complican. Eso es lo que está pasando, básicamente y por simplificar porque claro que pasan otras cosas, como que los protocolos están obsoletos, como que se siguen haciendo prácticas y tomando decisiones que ya están demostradas que no funcionan.

En España, el protocolo es ley y eso no es verdad. El protocolo nunca puede ser ley y eso está pasando en cuanto a las inducciones, que estamos induciendo partos de forma protocolaria (“si cumples estos requisitos, te induzco el parto”), pero no se están individualizando los casos. O en la atención a los partos, con partos que se complican, partos muy largos porque tenemos a mujeres solas, asustadas, sin ningún tipo de sostén; y luego dicen “qué suerte que hubo una cesárea y salvó la vida del bebé”. Bueno, “qué suerte”... ¿Y si hubieras puesto una matrona? Justo ayer le escuché a Francisca Fernández decir “una matrona más una cesárea menos”. Pues más matrona sería el resumen para todo. 

¿Por qué son tan necesarias las matronas?

Porque son las profesionales que están formadas para atender ese momento. Entonces estamos cubriéndolas con otro tipo de profesional, pero quien está formada para atender los procesos sexuales y reproductivos de las mujeres son las matronas: ellas están formadas en fisiología, que es lo que necesitamos, mientras que lo que nos encontramos en los paritorios es personal que está formado en patología. 

Cuando tú tienes a un médico delante, ese médico no ha sido formado para acompañar un parto fisiológico; ha sido formado para acompañar un parto patológico y para resolver los problemas. Y ¡qué bien! porque, gracias a la medicina y gracias a los médicos, cuando hay un problema lo podemos resolver. Pero cuando no hay un problema, ese médico ahí no sirve para nada. Las matronas nos acercan a la fisiología (que yo creo que es lo que nos de lo que nos han alejado con este, con esta experiencia de la maternidad) y las matronas son las que nos devuelven a ella. A través de la fisiología todo se vuelve mucho más sencillo. 

¿Cómo prepararnos de manera verdaderamente consciente para lo que es de verdad la maternidad?

Yo creo que no se puede. Yo creo que, por más que te prepares y leas, no se puede. Invito a las mujeres, más que a leer (y mira que yo escribo libros), a hablar entre ellas porque la teoría nos lo pone todo como muy intelectualizado. Aún así, hay algo que tienes que atravesar, que es que te conviertes en otra persona y para eso no te puedes preparar. Lo justo sería que, al menos, sepas que te va a pasar algo muy grande; lo que está pasando ahora es que no nos avisan mucho de que esa es la ‘movida’ y el susto es mucho mayor.

Saber que te va a cambiar la vida en serio y con profundidad me parece guay. Aún así, yo creo que no se puede porque lo veo en las embarazadas que escuchan y piensan “bueno, eso te ha pasado a ti, pero a mí no me va a pasar”. A mí misma me pasaba: tenía mi bebé pequeño y veía una mujer con un niño de 4 años gestionando una rabieta y pensaba “¡uf!”. Y luego todo llega, amiga. A veces tampoco estamos muy preparadas para escuchar 100% la movida porque también hay mucha soberbia de “bueno, yo lo haré distinto”. Sí, compañera, cuando quieras te damos la bienvenida, te estamos esperando.

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