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Valeria Moriconi© Valeria Moriconi

Psicología

Valeria Moriconi, psicóloga experta en duelo: ‘Tenemos que hablar de pérdida a los niños’

¿Cómo decirle a un niño que ha fallecido un ser querido? Una pregunta y una respuesta difícil que la especialista nos aconseja cómo afrontar


20 de febrero de 2025 - 13:32 CET

En el afán de los adultos por proteger a los niños, resulta complicado afrontar con ellos situaciones tan difíciles como la muerte de un ser querido. ¿Cómo le damos la noticia? ¿Es adecuado permitir que vayan al funeral? Sobre todo ello hemos hablado con Valeria Moriconi, psicóloga experta en duelo, miembro del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y directora de la consulta Abiertamente Psicología (@abiertamentepsicologia). “No nos daría tanto pavor hablar de la muerte a un niño si tuviésemos pedagogía de la muerte”, nos dice. ¿Qué es lo que tenemos que saber al respecto?

El miedo más grande para un niño es la separación y la soledad

Valeria Moriconi, psicóloga experta en duelo

¿Qué debemos tener en cuenta a la hora de decirle a un niño que ha fallecido un ser querido?

Hay que decirle la verdad; lo que pasa es que, cuando un adulto se enfrenta a verbalizar que ha fallecido alguien, esa verdad se hace inaguantable. Y más todavía cuando la tenemos que transmitir a una persona que muchas veces es la persona que más queremos en el mundo, como con un hijo, un nieto, un sobrino... y que consideramos como altamente vulnerable porque es un niño o un adolescente. Entonces, esta verdad se nos atraganta, y aún así sigue siendo la mejor respuesta.

Evidentemente, la verdad debe estar adaptada a la edad del desarrollo de la persona que tenemos enfrente. Tenemos que entender que el concepto de muerte es un concepto multidimensional y multifacético que vamos adquiriendo con el tiempo y con el desarrollo. No es igual hablarle de la muerte a un niño de 4 años que a un niño de 7 o de 8, que a un niño de 12 o ya a un adolescente. ¿Por qué? Porque con el desarrollo vamos adquiriendo los tres ejes fundamentales sobre el que construimos esta dimensión de muerte a nivel racional. Luego, a nivel emocional es otro proceso, porque, por mucho que entendamos lo que es la muerte (y nos pasa también a los adultos), poder digerir la muerte y pasar por las emociones que desenvuelve la pérdida es otro camino.

Volviendo a la a la parte más racional, lo que tenemos que entender es que la muerte es universal, o sea que todos los seres vivos mueren. Lo que tenemos que especificar a un niño, en el sentido amplio, en todas las edades, que absolutamente todo lo que vive muere.

Y otro concepto importante es que es irreversible. No se puede volver atrás de la muerte. Esto es especialmente importante en los niños más pequeños, que tienen todavía un pensamiento mágico. El pensamiento mágico es lo que nos hace pensar que si digo “ojalá te mueras”, te vas a morir, o bien que si pienso o sueño algo, se puede convertir en realidad. Hay quitar ese mito que se puede transformar en culpa.

El tercero de los conceptos es que el cuerpo deja de funcionar porque es una angustia muy grande para los niños. Pueden pensar en que, si se sepulta el cuerpo, no puede respirar bajo tierra o, si hay una incineración, que puede sentir dolor… Hay que explicarle muy bien que ese cuerpo deja de funcionar y que ni puede respirar, ni puede sentir dolor, ni puede hacer todas las cosas que hacemos los seres vivos.

¿Es adecuado decirles que la persona que ha fallecido está en el cielo o en una estrella?

Este es un ejemplo de reversibilidad o de pensamiento mágico, pues la primera pregunta que un niño se puede hacer es “cómo ha subido al cielo": "¿ha cogido un avión, ha cogido una escalera larguísima? Y, si se ha ido, puede volver”. Todo este lenguaje metafórico, dependiendo de la edad del niño, no es aconsejable si antes no le damos una explicación más amplia; es decir, “no sé realmente dónde se ha ido, me gusta imaginar que está aquí”, por ejemplo.

Niño muy triste abrazado a su madre© Getty Images

¿Qué pautas debemos seguir a la hora de darle la noticia del fallecimiento de esa persona?

A mí lo que me gustaría transmitir es que hacemos lo mejor que podemos y cualquier cosa que decimos siempre está vinculada por una emoción enorme que es el amor hacia el niño o la niña que tenemos delante. Los padres, los adultos, nos sentimos muy perseguidos por “lo hecho mal y le he causado un trauma”. Hoy en día lo escucho mucho y los traumas no se causan así, por una frase mal dicha.

Lo primero que tenemos que hacer es darnos un tiempo, un tiempo breve, adaptado a la situación, que puede ser de una hora, dos horas, media tarde… Un tiempo en donde podemos respirar, donde podemos soltar nuestras emociones como adultos, en donde nos podemos confrontar con otra persona a la que queremos que nos dé seguridad... porque nosotros también somos personas que hemos perdido a alguien y estamos atravesando una situación de vulnerabilidad emocional y tenemos que transmitir una noticia muy dura a una persona a la que queremos muchísimo y a la que sentimos que tenemos que proteger. A partir de ahí nada puede ir mal porque el amor nos protege.

Hay que decirle al niño la verdad; lo que pasa es que, cuando un adulto se enfrenta a verbalizar que ha fallecido alguien, esa verdad se hace inaguantable

Valeria Moriconi, psicóloga experta en duelo

En segundo lugar, lo que tenemos que hacer es construir un lugar de seguridad para este niño, con tiempo para responder a todas las preguntas con calma. Tenemos que dejarnos ver embargados y aplastados por las emociones que estamos sintiendo; tenemos que transmitir que estamos ahí y que estamos disponibles. Y, por mucho que estemos tristes, que no estamos derrumbados ni estamos asustados.

El miedo más grande para un niño es la separación y la soledad. Por eso hay que transmitirle que, dependiendo de quién haya fallecido (porque no es igual que fallezca un padre, una madre, un abuelo, un hermano, un compañero de clase... ), que en ningún momento va a estar solo, desamparado. Siempre habrá una persona a su lado que le protege y que va a estar cuidado y va a poder solventar todas sus necesidades.

¿Podemos utilizar con ellos algún tipo de metáfora o simbolismo que les ayude a entender lo ocurrido?

En los niños, entre los 2 y los 6 años, lo interpretan todo en relación a sí mismos, por lo que pueden estar muy seguros que ellos han sido causa de esa desgracia porque, como decíamos antes, tienen ese pensamiento mágico por el que no pueden diferenciar lo real de lo imaginario. Por eso creen que la muerte es reversible.

En esta franja de edad, el uso de las metáforas es ambivalente porque, si la utilizamos, hay que explicarle qué es una metáfora, porque si le dices que se ha ido a una estrella, el niño se imagina que esa persona se ha ido andando y se sienta encima de una estrella (un poco la imagen del Principito). Hay que explicarle que “yo me imagino el sitio donde se ha ido” de este modo.

Si hay una creencia religiosa, hay que explicarle esos valores religiosos. Cada familia tiene una estructura de valores y es indispensable respetarla, pero explicando. Hay que explicar con frases cortas, evitar el discurso larguísimo porque los niños pierden la atención, y utilizar frases que den seguridad y miradas a la seguridad que necesita el niño, que es de acompañamiento de sus necesidades y de tener una imagen tranquilizadora de lo que está pasando o lo que puede haber pasado.

¿Es útil recurrir a libros infantiles ilustrados dedicados al acompañamiento o a la explicación del duelo?

Los libros ilustrados, y libros ilustrados maravillosos hoy en día que hablan de la muerte a los niños, siempre son un recurso buenísimo porque ayudan, en ese proceso de proyección, de imaginación construida, a tener una imagen tranquilizadora. También ayudan a esa comunicación, a esa vehiculación de la emoción entre adulto y niño porque, como hemos dicho, tampoco para el adulto es fácil construir ese mundo en donde el niño se puede quedar tranquilo.

Además de los cuentos ilustrados, son muy importantes las charlas de preparación porque no es igual explicar una muerte repentina que una muerte por enfermedad y, si ha habido una enfermedad, ese trabajo puede ser paulatino. Puede haber un acompañamiento de la del niño hacia la despedida, hacia la muerte y, posteriormente hacia el duelo.

Hoy en día lo que falta en nuestra sociedad es una pedagogía de la finitud, de la muerte, de la pérdida. No nos daría tanto pavor hablar de la muerte en general y a un niño en particular si tuviésemos esa pedagogía y si tuviésemos esa construcción mental de que somos seres finitos. Yo me dedico a esto y, evidentemente, lo tengo muy presente, pero se habla mucho ahora de que vivimos en una sociedad tanatofóbica, y es real, pero no solamente a la muerte, a cualquier cosa que representa una pérdida. No surge nunca o muy pocas veces la educación a la frustración, a la pérdida, a la tristeza... a las emociones que erróneamente hoy en día se definen como negativas.  

Niño triste, en un cementerio© Getty Images

¿Cómo gestionar esa despedida del niño a la persona que, por una enfermedad, parece que va a fallecer pronto sin herir a esa otra persona, sin que el niño aluda a su pronto fallecimiento?

¿Que estén todos cómodos? Aunque sé que es lo más difícil del mundo, diciendo la verdad. No podemos pretender preparar a un niño cuando no hemos preparado a un adulto. Si tenemos miedo a decir la verdad a un adulto, no nos metemos en la tarea. Un adulto tiene que ser consciente de su situación y, sobre todo, tiene que ser dueño de su vida hasta el final. Una cosa que repetimos mucho en psicooncología y en cuidados paliativos es que “la vida es digna hasta el final”. Tenemos que poder estar en la condición de elegir cómo llevar mis últimos días, cómo despedirme, qué legado dejar y cómo hablar acerca de mí.

Si los familiares protegen al adulto enfermo, es inviable que se pueda hacer esa preparación con un niño porque ni siquiera se lo van a plantear. Si no han hablado con un adulto, ¿cómo hablar con un niño? Mientras todos sabemos que poder realizar una despedida (una despedida sentida, una despedida con conciencia) ayuda muchísimo a la elaboración del duelo posterior.

Una vez que ese ser querido ha fallecido, ¿es recomendable llevar al niño a las ceremonias y actos de despedida como el entierro o el funeral?

No hay una regla absoluta, pero si hay una preparación previa, podemos dar una elección al niño. Si se le explicamos qué es, qué va a pasar, quién va a estar, qué puede ver...si le construimos antes esta escena y le explicamos para qué sirve ese ritual, para qué sirve este lugar y para qué sirve que él esté, le podemos ofrecer la elección de estar porque esto es un acto preventivo para que al día de mañana no se pueda reprochar, no se pueda culpabilizar o no se pueda recriminar no haber estado.

Entonces, si le explicamos que va a haber gente que estará triste pero que también va a haber gente que está muy feliz de haber tenido a esa persona en su vida y que va a rendir homenaje a la vida de esta persona, pues igual ese niño, esa niña o ese adolescente podrá elegir rendir homenaje con el resto de su familia. Y, sobre todo, no sentirse excluido o no sentirse apoyado en un lugar donde lo van a dejar ir, pues el día de mañana se va a acordar de que estuvo con su amigo en el parque tan feliz, tan inconsciente, mientras toda su familia estaba destruida en el tanatorio.

En caso de que sean niños que tengan una cierta obsesión con la muerte, ¿cómo gestionamos todo esto?  

La obsesión por la muerte, dependiendo de que edad, es muy normal porque la muerte da mucha curiosidad, mucho morbo. ¿Sabes cuando los niño te piden la misma película una y otra vez y el mismo cuento una y otra vez porque necesitan volver a ello para entenderlo bien? No es obsesión, sino necesidad de integración de ese concepto.

Todo lo que no entendemos, todo lo que la mente humana no entiende, tiene que ser repetido y tiene que volver a ser registrado. Por esto hacen preguntas trampa, o que creemos que son trampa, a tres personas diferentes para ver si le dan la misma respuesta, por eso hay esa necesidad de búsqueda de esos temas, de respuestas de informaciones, porque necesitamos entender. Y ¿cuál es el misterio más grande en la vida? La muerte. Entonces, es normal que tengan curiosidad, lo que pasa es que, en la lectura adulta, esa curiosidad se convierte en obsesión y se convierte en algo incómodo. Pero para el niño no es incómodo; realmente es un misterio.

Con los niños que hayan perdido hace algún tiempo un familiar y a los que no se les hizo partícipes en su día de los actos de despedida, ¿qué hacer si piden ir al cementerio? ¿Es adecuado llevarlos o depende de la edad?

Si el niño lo pide es adecuado porque el niño está respondiendo a una necesidad que tenemos que explorar. El niño no es una caja cerrada o, si lo es, tenemos que encontrar la llave, tenemos que encontrar la forma de comunicarnos. Y tenemos la confianza y, como he dicho antes, el amor para poderlo hacer. Nunca tenemos que tener miedo a preguntarle al niño “oye, y ¿por qué quieres ir?”, “¿cómo te imaginas que es?”, “¿qué crees que puedes hacer ahí?”, “¿cómo crees que te podría ayudar esto?”, ¿qué está pasando en ti para que quieras ir al cementerio?”.

Si le hemos protegido y le hemos aislado de esas situaciones y en ese momento vemos que el niño necesita otras cosas, lo único irreversible es la muerte; podemos volver hacia atrás y decirle “mira, he tomado estas decisiones porque en ese momento creía que era lo mejor para ti, porque te quería proteger de algo que a mí me estaba doliendo muchísimo, no quería que te doliese a ti también... Y ahora qué necesitas?, ¿y ahora qué podemos hacer juntos? Yo siempre voy a estar a tu lado y yo siempre te voy a proteger. Y siempre te voy a dar una explicación de lo que está pasando”.

Si el niño es muy pequeño y acudir al cementerio lo relaciona con el pensamiento mágico, puede creer que va a interactuar realmente con la persona fallecida; ¿qué hacer en ese caso?

La necesidad de estar ahí es de comunicación con una persona querida, evidentemente, porque esta comunicación se ha interrumpido. Pues ayudar al niño a ver que yo voy al cementerio y, aunque esa persona no me pueda responder, a mí me ayuda contarle mi día a día. O, cuando le quiero decir algo, lo escribo en un post-it o encuentro un momento en mi día a día donde me paro, me tomo un café, que era la cosa que la abuela más le gustaba, o me tomo un croissant, que eran el plato favorito de la abuela, y encuentro un momento de conexión con ella y, aunque no hable, estoy pensando en ella y ella va a leer lo que yo le quiero decir; a mí me hace estar tranquila y pensar que en este momento estoy en conexión con ella. O sea, darle esa posibilidad de conexión, aunque sea simbólica, evidentemente.

En todo caso, no tengamos miedo a preguntar y a comunicarnos con los niños porque ver que estamos emocionalmente disponibles y seguros en esa comunicación es lo que necesitan. Tenemos que hablar de de pérdida a los niños; no solamente frente a la muerte, sino frente a la separación de los padres, frente al cambio de colegio... educar a los niños a afrontar las pérdidas es importantísimo. 

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