Beatriz Cazurro es psicóloga, psicoterapeuta y divulgadora (www.beatrizcazurro.com). En su último libro Atender lo invisible (Ed. Planeta) aborda cómo acercarnos a nuestros hijos desde otra perspectiva, más allá de las pautas generales, para conectar verdaderamente con ellos y ser los padres que necesitan que seamos.
Es un libro que plantea otra mirada sobre la crianza, donde, más allá de las dudas y de la inseguridad, se revela cómo los progenitores deben convertirse en ese lugar seguro que necesita todo niño.
¿Para ejercer la paternidad de una forma sana desde el punto de vista emocional deberíamos curar antes las posibles heridas que tengamos de la infancia?
Sería deseable haber empezado por lo menos el proceso. Es complicado definir qué significa exactamente curar las heridas. Son procesos que no son predecibles en el tiempo. A lo mejor hay cosas que no se terminan de curar, pero aprendemos a encajarlas y a vivir con ellas. Creo que sería deseable conocernos, saber cuidarnos y saber regular nuestras emociones un poquito más de lo que sabemos antes de empezar a ser papás y mamás.
Lo cierto es que mucha gente no lo hace porque no lo sabe, porque al tener un hijo se encuentra con un montón de sensaciones o de experiencias o de recuerdos que ni siquiera sabía que estaban ahí. Hay una posibilidad de ir haciéndolo de forma paralela también; siempre hay una oportunidad de empezar.
Reflexionas en tu libro sobre la crianza respetuosa y destacas cómo a veces no es oro todo lo que reluce... ¿Cuáles serían las bases de la verdadera crianza respetuosa?
Si hablamos en términos teóricos, podemos hablar de conexión, de regulación de las emociones, de autoridad sana, de límites, de firmeza, de calor emocional. Y seguramente para mucha gente eso sean palabras conocidas o lo han visto en redes sociales o lo han leído en algún libro. Hay muchas conversaciones entre los padres y las madres en las que esto se nombra. Pero la base es algo más invisible, por eso el nombre del libro, y es una seguridad sentida. Eso es muy difícil de explicar en palabras porque es una sensación. Podemos hacer el intento de explicarlo, cómo es la seguridad sentida para ti o cómo es para mí, pero es difícil de transmitir con palabras, con consejos o con pautas.
Hay una parte más allá de lo que hacemos: para la crianza respetuosa es importante saber quiénes somos y saber cómo estamos. Y eso no es tan frecuente.
La seguridad no se da haciendo determinadas cosas, sino que "se ofrece cuerpo a cuerpo", destacas.¿Cómo conjugar esto con las dificultades de conciliación que hacen que los padres no estén tan presentes como desearían?
No es una solución individual. Especialmente las madres tenemos esta idea de que solas lo podemos resolver y que solas podemos ofrecerles toda esta seguridad. Pero hace falta un apoyo social y un cambio de mirada general hacia la infancia. Porque se habla de la infancia como una etapa bonita, los niños nos importan y los queremos cuidar, pero las políticas de conciliación no tienen tanto esto en cuenta, por ejemplo, los horarios, la propuesta de tener más horas de colegio en vez de intentar encontrar un equilibrio entre las vidas personales, familiares y las laborales... No es solo un tema personal de los padres y las madres, es un tema social y quizá eso no se está teniendo tanto en cuenta y está afectando a las familias.
No solo importa la presencia física en cuanto a horas, también el estrés, las prisas, la última hora de la noche con las duchas, cenas... Con el cansancio es muy difícil poder transmitir cuerpo a cuerpo esa seguridad cuando estás agotado, cuando no llegas a fin de mes o cuando tienes todavía muchísimo trabajo que terminar cuando se duerman los niños.
Hablando de lugares seguros, reflexionas sobre las redes sociales y la exposición de los niños en ellas. ¿Cómo les impacta?
Se está dando un mensaje quizá no explícito de que su intimidad no merece ser protegida. La intimidad no es sólo sentimientos muy profundos; la rutina del día a día para un niño puede ser muy íntima. ¿Quién me peina? ¿A qué juego? ¿Qué me hace llorar? ¿Dónde estoy? ¿Cómo me tiro de cabeza por primera vez? Son cosas que son muy íntimas y que no quieren compartir siempre con todo el mundo.
Cuando tienen la oportunidad y entienden un poco lo que es compartir con desconocidos, o incluso con familiares conocidos, muchas veces dicen no, 'no quiero, esto es una cosa mía, es una cosa nuestra'. Hay un mensaje de que su intimidad no importa, que se puede exhibir, es un entretenimiento de alguna manera y en los casos más extremos incluso un negocio.
En tu libro hablas de la negligencia emocional como una forma de violencia. ¿Cómo se reconoce esa negligencia emocional?
En realidad es muy nuevo hablar de emociones. No hace tantos años que se empieza a hablar de la importancia de las emociones en el desarrollo del cerebro, en la autoestima, para la autonomía, todo es bastante nuevo. Yo creo que el reconocerlo, para muchos adultos ahora mismo, es darse cuenta de que eso no se tuvo en cuenta, que no tenemos habilidades a veces ni siquiera de notar en el cuerpo qué es lo que nos pasa, o de saber expresarlo o de no explotar.
De hecho, muchos de los mensajes sociales que había hace años era que las emociones no importan, que había que ignorarlas. Y ahí hay una falta de atención sobre algo que es necesario para un desarrollo sano de las personas y para su bienestar emocional, social y físico. Een la medida en que no se atiende hay una negligencia, aunque no siempre sea con conciencia o con intención de hacer daño.
Me imagino que por eso es tan difícil la regulación paterna, que tú citas como paso indispensable para que los hijos logren también regularse. ¿Cómo deben trabajar los padres este aspecto de la propia regulación?
Cada caso va a ser muy diferente, porque el punto en el que está cada persona adulta es muy distinto. Hay personas que están muy alerta o muy activadas o incluso muy explosivas. Hay otras personas que están muy desconectadas. Hay algunas que están a veces de una manera, a veces de otra. Saber por dónde empezar es complicado.
Pero la idea sí que es poder acercarnos a lo que nos ocurre, a las sensaciones, a las emociones, a todas las experiencias, a los recuerdos y poder estar con la sensación de que podemos estar al lado de eso, que lo podemos expresar, que no nos destruye, que no nos sobrepasa, que hay un yo que puede navegarlo y con una cierta fluidez.
Y el cómo es muy diferente. Hay personas que van a terapia. Hay otras personas que encuentran una relación de pareja, hay otros que lo empiezan a trabajar por medio del canto, del yoga... Hay muchas maneras de empezar y para cada uno va a haber una que le pueda servir y que pueden ser complementarias.
En este libro adviertes también del riesgo de que los diagnósticos invisibilicen. ¿Cuándo un diagnóstico es beneficioso para un niño y cuándo no?
Yo soy partidaria de diagnosticar lo menos posible a los niños porque corremos mucho el riesgo de que se convierta una identidad. A veces ni siquiera queremos, pero los adultos también somos humanos y empezamos a encajar todo lo que les pasa en ese diagnóstico y les limitamos mucho.
Y en ocasiones incluso si ellos conocen el diagnóstico se empiezan a identificar con eso y puede ser un problema. Hay una parte que sería muy madura y muy adulta de poder dejar el diagnóstico un poco de lado, entender que es una descripción de una cierta manera de funcionar, que puede ser un camino incluso para ver cómo empezamos a atender a ese niño o a esa niña o a echarle una mano, pero con una cierta distancia de quién es. Sin olvidarnos de que al final es nuestro hijo y que incluso algunos diagnósticos lo que son es simplemente un reflejo de un montón de cosas que les han ocurrido que se podrían atender y esos síntomas de ese diagnóstico incluso a veces podrían desaparecer.
En esa forma diferente de conectar de otro modo con los hijos, ¿cuál es el error más importante que estamos cometiendo?
Es una pregunta difícil. Creo que hay tanta información y la hemos consumido tan rápido que hay padres muy inseguros de dar cualquier paso. A veces vale la pena decidir sabiendo que tenemos dudas y que a lo mejor nos equivocamos y podemos cambiar el rumbo, antes que estar paralizados por la inseguridad. Nos hemos dejado paralizar por la inseguridad y la culpa, y eso con la intención de hacerlo bien y de no hacer daño, que es la paradoja.
"La psicoterapia infantil sirve solo cuando los padres quieren aprender a ser los padres que sus hijos necesitan", comentas en tu obra. ¿Hay muchos fracasos en terapia por este motivo?
En mi experiencia sí, y es cuando los padres ponen todo el foco en que el niño cambie y no cambian ellos. Yo he ido haciendo un giro, y se ve reflejado en los libros, de ir trabajando con los niños a directamente trabajar con los padres. Muchas veces no es necesario ni ver a los niños, porque viendo a la familia y viendo lo que está ocurriendo se pueden hacer muchísimas cosas.
Yo sí creo que la gran mayoría de los padres que llevan a los niños es con una intención de ayudarles, pero también es una experiencia muy frustrante ver cómo los niños están preparados para hacer un cambio y cuando el contexto no cambia no pueden seguir adelante. Me parece más interesante ahora mismo, por mi experiencia profesional, empezar por otro sitio para evitarles eso. Para evitarles sentir que son el problema, para evitarles la frustración, para evitarles perder la esperanza en un recurso que quizá más adelante cuando sean más mayores sí les pueda servir porque pueden cambiar su contexto ellos.
¿Y los padres están dispuestos a ese cambio de paradigma, de tratarse ellos en lugar de tratar al niño?
Algunos sí. Y los que vienen ahora mismo sabiendo que es así y dicen que sí, ya están comprometidos a ese proceso. Y en el caso de que se vayan o que no les cuadre, su hijo no está metido en medio y así por lo menos el niño no se ha implicado.