Ser feliz o estar permanentemente alegre parece, casi, una obligación. Es lo que psicólogos como Francisco Villar denominan la tiranía de la felicidad, que está causando estragos en niños y adolescentes junto a la falsa creencia de ‘si te esfuerzas, conseguirás todo lo que te propongas’. Villar, especialista en psicología infantojuventil que forma parte del programa de atención a la conducta suicida del menor en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, nos cuenta que los adolescentes sienten una presión mucho mayor acerca de cómo deberían sentirse de la que tenían chicos y chicas de su edad en generaciones anteriores.
Sin embargo, advierte que lo que más daño les hace es “el robo de oportunidades de desarrollar habilidades para la gestión emocional”. Por eso acaba de publicar Con mis emociones siento y pienso mejor (Montena), dirigido a menores de edad, precisamente para ayudarles a gestionarlas de manera adecuada y ayudarles así a tener una vida más plena sin falsas expectativas. Le hemos preguntado cuáles son las claves para conseguirlo.
¿Por qué es necesario que los niños sepan reconocer sus emociones y qué hacer ante ellas?
Porque son sus grandes aliadas para entender el mundo que les rodea, son sus grandes aliadas para mejorar su relación con los otros y su capacidad de adaptación a su entorno, y a los cambios de éste. Pero no solo mejora nuestro mundo externo. En muchas ocasiones, aún sin identificarlas, todos actuamos nuestras emociones, tomamos decisiones rápidas llevados por ellas, tenemos comportamientos con los que nos sentimos más o menos orgullosos que, posteriormente, tenemos que integrar en una narrativa, y que acaban conformando nuestra propia identidad, así, nos ayudan a comprendernos y a configurarnos. Por último, respondiendo a la última parte de tu pregunta, precisamente, para saber qué hacer ante ellas, lo primero que necesito es poder identificarlas. La respuesta breve sería, porque se vive mejor cuando soy capaz de reconocerlas, como primer paso para gestionarlas.
¿Cómo pueden ayudarlos sus padres desde que son pequeños?
En estos tiempos de tanta información, de tanta confusión, la mejor estrategia que pueden usar los padres desde que sus hijos son pequeños es conocer cómo funcionan las emociones. De ese modo podrán entender mejor a sus hijos, sus reacciones, y serán más capaces de orientarlos.
Todos los procesos de invalidación emocional, toda la tiranía de la felicidad, viene en ocasiones de la mano de los que más nos quieren y siempre con la mejor intención. Por eso, para los padres es fundamental conocer cómo funcionan las emociones y cómo gestionarlas en general, para todos, para poder así, orientar a su hijo en sus particularidades.
Estos conocimientos nos permiten también ajustar expectativas, que puedo esperar y que no, obviamente no podrán evitar que sus hijos tengan una pataleta, no es este el objetivo, es bueno recordar que las pataletas son “sanas”, cuando se producen en su etapa evolutiva. Una pataleta a entre los 2 y los 4 años es sana, a los 8 años, los niños dan un paso importante en cuanto a la regulación emocional.
Pero es importantísimo saber, que no solo depende de la maduración, que ese cambio también tiene sus bases en aquellos entrenos de gestión emocional que el niño hace, en aquellas pataletas que el niño presentaba a los 3 años.
En caso de que no hayan recibido una adecuada educación emocional en la infancia, ¿es demasiado tarde si empiezan a recibir esa educación en la adolescencia?
En relación a las emociones, más que una buena educación, se hace necesaria una buena práctica. El niño vive, experiencia y luego puede, por ejemplo, poner palabras a las emociones y las vivencias. No se espera que un niño pequeño pueda poner palabras, pero el adulto sí puede. Si ves a tu hijo con una clara expresión de enfado, no hace falta que le preguntes cómo estas, ya lo sabes. Con decirle honestamente, “vaya, veo que estas enfadado”, ya estas ayudando a ese reconocimiento. Una de las grandes funciones de las emociones es precisamente informar al otro de mis estados, sin necesidad de palabras, eso el niño lo tiene que experienciar, no hace falta que las ponga él. Eso en cuanto a la identificación y la comunicación.
En relación a la gestión de ellas, es todavía más sencillo en la infancia, la vida nos ofrece constantemente oportunidades ecológicas para ensayar la gestión de las emociones. Contamos con sobrados escaparates por la calle con pequeños objetos a la vista que atrapan la atención de nuestros hijos, que les hace pensar que su vida no puede seguir si no tienen ese objeto, un objeto que dos minutos después olvidarán. Un viaje en transporte público, una sala de espera. Todas esas oportunidades de gestión emocional, de tolerancia a la frustración, de tolerancia a la espera, son esenciales para transitar la adolescencia unos años más tarde.
Yo sería menos exigente en relación a las emociones en la infancia, te diría más bien que “con no torcerlos sería suficiente”. Lamentablemente, tengo la impresión de que, últimamente, siempre con la mejor intención, los estamos torciendo. Si buena parte de la gestión de las emociones tiene que ver con las oportunidades de experiencia, de hacerse propuestas para poder gestionarlas, y si, como nos dice el principito, las cosas importantes solo se ven con el corazón.
Aquí puede radicar uno de los errores, no ver todas esas experiencias “adversas” como lo que realmente son “oportunidades”, y querer ahorrárselas a nuestros niños, incapacitándoles así para gestionarlas en ese momento y en el futuro.
Nunca es demasiado tarde, hasta los adultos experimentan una mejora de su calidad de vida cuando son capaces de mejorar su gestión de las emociones. Hasta las personas que tienes serias dificultades emocionales mejoran en tratamiento. Nunca es tarde, es mejor a tiempo, pero no olvidemos que, en algunas ocasiones, puede ser demasiado pronto. En la mayoría de aspectos del desarrollo de nuestros hijos, o en ninguno, es funcional ese lema que ha tenido tanto éxito “cuanto antes mejor”, en la mayoría de ocasiones es sencillamente falso, cuando no dañino.
Teniendo en cuenta que la adolescencia es una época de grandes cambios, ¿cómo podemos ayudar a los adolescentes a gestionar sus propias emociones?
Como te he dicho, y como me recuerda siempre una amiga pedagoga, si piensas en la gestión de las emociones del adolescente, vas quince años tarde. Los elementos fundamentales de la gestión emocional de la adolescencia, se inician en la infancia, con todas esas experiencias emocionales descritas anteriormente. Si conseguimos poner al niño en una posición proactiva en relación a la gestión emocional con cosas como -Hijo: "Mamá, me aburro"; Madre: "¿Y qué vas a hacer?"
Si conseguimos que los niños puedan hacer esos entrenos cotidianos y ecológicos de tolerancia a la frustración y a la espera, ya tendremos unas bases fundamentales. Durante la adolescencia, tanto si lo hemos hecho como si no, tienen que entender y comprender que las emociones no son negativas, que son involuntarias, que son solo información que nos puede ayudar a entender el mundo y la realidad, pero que no son la realidad.
Tienen que saber que son respuestas, no objetivos ni medios. Tienen que saber que lo más normal en la adolescencia, es estar enfadado en muchos momentos, triste en otros, tienen que aprender a no juzgarlas ni juzgarse por ellas, y tienen que saber hacerse sus propias propuestas de gestión, solo después de intentarlo, deberían recibir orientación y ánimo para volver a hacerlo.
¿Debería haber educación emocional en los centros escolares? ¿Cómo debería ser?
Bueno, eso se lo dejo a los que diseñan los contenidos o el curriculares. Todo el mundo mira la escuela con deseo, sabemos que es el lugar donde encontramos a todos los niños, un lugar que puede aproximarse a esa deseada equidad. Hay niños cuyos padres les leen en casa, hay otros que no ven a sus padres hasta tarde, llegan preocupados y cansados y no pueden ofrecerles las mismas oportunidades. Los centros escolares son lugares donde todos los niños, por unas horas, tienen un ambiente compartido.
La medicina preventiva de todas las especialidades mira con deseo a la escuela, por la oportunidad que eso significa. No me corresponde responder a tu segunda pregunta, pero es la esencial y la previa para responder la primera ¿Puede una educación emocional mal aplicada tener efectos adversos en los niños? ¿Los puede confundir en lugar de orientarlos? Pues seguramente que sí, por eso, la segunda pregunta es incluso más importante que la primera, porque el primer principio es no hacer daño, ni siquiera queriendo ayudar, por tanto: ¿Cómo debería ser? ¿Quién la debería hacer? ¿Tiene que ser una asignatura aparte dirigida por psicólogos? ¿Se va a pedir a los maestros que, además de los contenidos, también se ocupen de la educación emocional? ¿Tienen suficiente formación? ¿Ganas? ¿Lo consideran suyo?
Es muy común que los adultos digamos a los niños ‘no te pongas así’, ‘no llores’, ‘no tengas miedo’… ¿Es adecuado hacerles este tipo de imperativos?
Ningún imperativo delante de una emoción tiene sentido, las emociones, como hemos comentado ampliamente, son, en primer lugar, reacciones involuntarias. No decido yo si tengo o no tengo miedo, no decido si me pongo contento o triste, y del enfado mejor ni hablar.
Estos imperativos van contra esta idea fundamental de la gestión de las emociones, a mi me puedes pedir que haga la cama, que acabe los deberes, y yo entiendo perfectamente cómo hacerlo y por qué me lo pides. Cuando hago lo mismo con aspectos involuntarios como las emociones, traslado el falso mensaje de que puedo reaccionar emocionalmente de forma diferente, y de que hay una forma adecuada y una no adecuada de reaccionar emocionalmente.
Con este mensaje, ya no se puede aspirar al elemento esencial de la gestión emocional, la aceptación sin juicio, y fundamenta la crítica de mi propia reacción emocional, como mala, negativa, aparece así la peor versión de las emociones secundarias.
¿Cómo podemos gestionar los adultos la tristeza, el miedo o cualquier otra emoción desagradable en los niños? ¿Cómo ayudarles a enfrentarse a esa emoción que les causa malestar?
Con honestidad y con valentía. Entendiéndolas como lo que son, normales, adaptativas, útiles e inevitables. El adulto no las tiene que gestionar, tiene que permitir el escenario para que los niños lo puedan hacer, y ese siempre es un escenario de calma, acompañamiento y confianza, la confianza de que lo resolverá.
Si a un niño se le muere la mascota, tiene garantizadas muchas lágrimas, y una tristeza totalmente normal durante unos días. Eso no se le puede robar al niño, es suyo, certifica el cariño que le tenía a aquel animal, le permite empezar a entender y asumir las pérdidas. Te sorprenderá lo bien que le sientan esas lágrimas, y cómo va recuperando el ánimo en pocos días.
Lo peor que podemos hacer para que el niño pueda enfrentar esos momentos es hacerlo con temor, con el temor de que no lo puedan superar, pues es el mensaje que los niños darán por bueno, pensarán que lo que les está pasando es terrible, cuando es normal. Los hijos son cajas de resonancia emocional para los padres, pero éstos están obligados a hacer de amortiguadores, de transmitir la tranquilidad necesaria para un acompañamiento, ellos estarán bien.
Hablas en el libro de las emociones secundarias; ¿cuáles son?
Las emociones secundarias son las que surgen de la combinación de las primarias, son aquellas que están influenciadas por el entorno social, por mi consideración de las primarias. Es exactamente lo que acabamos de comentar, cuando un padre transmite a su hijo que no debería tener miedo, o lo ridiculiza por ello, el chico se acabará sintiendo avergonzado ante una emoción tan normal como el miedo.
Mejor haría en recordarle que todos tenemos miedo, y que esta es la única forma de ser valientes, porque los valientes son los que enfrentan sus miedos, no los que no lo tienen. La tiranía de la felicidad está haciendo muchos estragos en relación a las emociones secundarias, hay adolescentes que refieren estar tristes o se sienten desdichados por no ser felices, se lamentan y profundizan en su tristeza cuando la contrastan con “lo esperable”, incluso por no ser suficientemente felices “como los demás”.
Las emociones secundarias como estas son generadoras de mucho malestar, algo totalmente evitable, y que se combate de forma exitosa con la aceptación de las primarias, pues sí, soy adolescente y no lo estoy pasando bien últimamente, parece que soy normal. El mensaje contrario seria aquel típico de adultos bienintencionados “de que te quejas, si estás en el mejor momento de tu vida, sin responsabilidades, lo tienes todo, deberías estar feliz”.
¿Los psicólogos habéis percibido cambios en los últimos años en la manera en que niños y adolescentes gestionan sus emociones a causa del uso de dispositivos móviles?
Si, cambios muy notables, los adolescentes gestionan las emociones mucho peor de lo que lo hacían hace unos años. La presión respecto a cómo habrían de sentirse ha incrementado notablemente, la tiranía de la felicidad, los “tú puedes” y si no puedes es que no lo deseabas suficiente. Pero como siempre, en un ámbito tan experiencial como las emociones, el mayor daño ha venido del robo de oportunidades de desarrollar habilidades para la gestión emocional.
Nos han hecho creer que una pantalla en el cabecero del coche para darle un recurso al niño para ir tranquilo durante el viaje, con eso consiguen que hagamos la inversión económica, pero resulta que eso no es un recurso, es un robo de oportunidades de gestión emocional, de tolerancia a la espera de tolerancia a la frustración, de interacción con los padres para buscar alternativas activas de participación, cantar canciones juntos, jugar a “veo veo”, contar coches de colores, inventar historias.
Ya conocíamos lo que podía pasar cuando ayudas a alguien que no necesita ayuda, que posiblemente lo estés incapacitando. Ya conocemos los efectos de usar la distracción como mecanismo de gestionar las emociones, que no enfrento mis retos, que rehúyo el pensamiento, las palabras que forman narrativas que dan sentido a la existencia, que no aprendo a hacerlo con mis propios recursos ni de forma proactiva, sino pasiva “me siento mal, quítame este malestar”.
En torno a un 3% de menores de edad sufren ansiedad o depresión, según datos de la OMS; ¿es posible evitar que desarrollen estas patologías con una adecuada educación emocional o interviniendo ante las primeras señales de alerta?
Todos los esfuerzos que dediquemos a conseguir que nuestros niños y adolescentes adquieran recursos para hacer de la vida un lugar habitable, son la mejor estrategia para conseguir adultos más sanos, mas satisfechos con sus vidas.
Efectivamente la educación emocional y una detección precoz son estrategias útiles, pero también las habilidades sociales lo son, también el conocimiento, cuando conseguimos que los chicos tengan recursos cognitivos para entender y explicarse el mundo, recursos para elaborar estas narrativas que dan sentido a la experiencia, estamos ofreciendo a los niños recursos para evitar estas problemáticas.
Pero acabo con uno que no nos gusta tanto, pero que es esencial, los niños necesitan participar en la vida real, y necesitan hacerlo enfrentando algunos riesgos que les permitan sentirse orgullosos de sí mismos. Los niños necesitan estar en la calle con otros niños, y hacerlo sin supervisión de adultos.
Hace tiempo que está teniendo mucho éxito el concepto de la Antifragilidad de Nassim Nicholas Taleb: los niños tienen que jugar en parques suficientemente inseguros, los colegios tienen que ser suficientemente inseguros, y los padres tienen que ser suficientemente torpes, porque ellos necesitan aprender a arreglárselas por sí mismos, a ser autónomos. Jonathan Haidt, en referencia a Taleb nos recuerda e insiste en que parques absolutamente seguros, colegios absolutamente seguros y padres perfectos son las mejores recetas para crear niños, adolescente y adultos ansiosos.