Ayudar a nuestros hijos a identificar sus propias emociones y a reflexionar sobre ellas es una de las enseñanzas más importantes que podemos transmitirles porque “nuestro objetivo como padres no es eliminar los obstáculos de su vida, sino acompañarlos con la seguridad y la confianza que necesitan para abordar y superar los diferentes retos de la vida”. Y esta afirmación procede de dos expertos como Isabel Cuesta y Daniel Pérez, psicóloga certificada en Disciplina Positiva y neuropsicólogo infantil, respectivamente, padres de tres hijos y creadores del proyecto Educa en Positivo, con el que llevan años ayudando a miles de familias en aspectos clave de la crianza. Hemos hablado con ellos con motivo de la publicación de su segundo libro ilustrado dirigido al público infantil, Mis emociones molan (Ed. Beascoa), pensado para que sirva de apoyo a los niños a la hora de encontrar sus propios recursos de regulación emocional.
¿Por qué es necesario que los niños aprendan, desde pequeñitos, a identificar sus emociones?
Para favorecer que crezcan con una buena salud emocional y mental. Las madres y los padres no podemos evitar que ocurran dificultades en la vida de nuestros hijos, pero sí podemos prepararles para la vida. Y prepararles para la vida implica que entiendan que no hay emociones buenas y malas, que todas son necesarias, que nos dan una información importante y que podemos aprender a transitarlas sin hacernos daño a nosotros mismos, ni a los demás.
Hay que tener en cuenta que evitar las emociones y distraer para que no las sientan, les da un mensaje muy peligroso: sentir esto está mal, no he de sentir esto, así que he de buscar otra actividad que me haga sentir placer o alivio inmediato. Este es el caldo de cultivo para posibles adicciones, por lo que un buen acompañamiento emocional es el mejor preventivo.
¿Qué van a aprender sobre ellas en vuestro libro?
En el libro presentamos emoción a emoción, explicando de una manera muy sencilla qué mensaje nos está intentando transmitir nuestra frustración, tristeza o envidia, por ejemplo. Para ello nos apoyamos de situaciones cotidianas que resultan familiares y con las que se sentirán muy identificados. Además, abordamos la importancia de no etiquetar, ya que no somos nuestro comportamiento, así como ofrecer una pregunta para que mayores y pequeños puedan reflexionar juntos.
¿Cómo de importante es que también sepan reconocer las emociones de los demás?
La empatía es una habilidad crucial del ser humano. Gracias a ella nos conectamos con los demás y podemos ampliar nuestro sentimiento de comunidad. El ser humano necesita de los otros para sobrevivir, por lo que esta conexión es necesaria. Por ejemplo, una buena manera de favorecer la empatía sería preguntar “¿cómo crees que se ha sentido tu amigo cuando le has quitado el juguete?” en lugar del habitual “¿cómo te sentirías tú?”
¿A partir de qué edad pueden reconocer las emociones en los otros?
Depende de la madurez de cada peque. La teoría de la mente dicta que, aproximadamente, entre los tres y los cuatros años, se desarrolla la capacidad de comprender los estados mentales de uno mismo y de los demás.
¿Cómo enseñarles empatía a los niños desde edades tempranas?
Es una buena idea que los adultos actuemos con empatía. Cuando los adultos entendemos que los comportamientos de los niños son solo la punta del iceberg y buscamos llegar al origen, nos resultará más fácil acompañar a nuestros hijos en la búsqueda de soluciones. Esto implica actuar con empatía, ponernos en su lugar y no enfocarnos solo en acabar con la conducta.
De la misma manera que identificamos el llanto del bebé como una petición de ayuda, porque tiene hambre, sueño o necesita un cambio de pañal, los comportamientos de nuestros hijos esconden siempre un propósito. Eso es precisamente lo que enseñamos a las familias en nuestros entrenamientos, cambiando la interpretación, nuestra emoción cambia y podremos actuar con más empatía y comprensión.
Pongamos un ejemplo para entender esto mejor. Un día nuestro hijo estaba rayando nuestra escalera de madera con una piedra. Hizo una cruz en escalones alternos. Mi cuerpo se puso en alerta y el enfado me invadió por dentro. Si hubiera actuado en caliente hubiera gritado, amenazado o castigado. La emoción nace de mi interpretación: ¡se está cargando mi escalera!
En su lugar, respiré hondo y me acerqué sin resultar amenazante para él. Pregunté con curiosidad y me explicó que en el cole, en el supermercado, en el centro de salud, etc. habían marcado con señales el suelo para que la gente guardará la distancia de seguridad para evitar contagios durante el COVID. Por lo que él había decidido hacer lo mismo, para cuidar de su familia y que no nos contagiemos. Esta nueva interpretación cambió mi emoción, del enfado pasé a la comprensión. Tras hacerle unas cuantas preguntas, se dio cuenta de que no era realmente necesario marcar la escalera e incluso buscó una solución para eliminar los rayones. No quedó perfecta, pero el aprendizaje fue tan grande que cada vez que lo veo me emociono de haber elegido este tipo de educación para mis hijos.
Hacéis una referencia muy clara a las etiquetas que a menudo se ponen a muchos niños; ¿por qué debemos evitarlas?
Las etiquetas son muy fáciles de poner y muy difíciles de quitar. Pueden condicionarnos mucho más de lo que pensamos. Un niño al que denominamos vago, intenso, pesado… se lo creerá y actuará en consecuencia, ya que es la forma en la que ha identificado que pertenece al grupo. Si le decimos que es buena, perfecta o muy lista, la presión por cumplir con la expectativa puede llevarla a sufrir inseguridad, ansiedad o tendencia al perfeccionismo. No hay etiqueta buena.
¿Qué debemos tener claro los adultos a la hora de enseñar a los niños a gestionar sus emociones?
Todo lo que queremos que aprendan ellos, primero lo tenemos que aprender los adultos. El cambio, realmente, comienza en nosotros. La mayoría no hemos sido educados en entornos donde nuestras emociones hayan sido aceptadas y acompañadas, por lo que ahora supone un gran reto para nosotros aprender y llevarlo a la práctica. Nuestro piloto automático es fuerte, pero con constancia, aceptando que nos vamos a equivocar muchas veces y haciendo equipo en familia, se puede conseguir un gran cambio. Las familias que se entrenan con nosotros aseguran que los gritos disminuyen notablemente, los castigos dejan de ser necesarios y aumenta la cooperación y el entendimiento.
¿Es para ello necesario que antes aprendamos los adultos a gestionar las nuestras propias?
Efectivamente, es necesario que nos reconciliemos con nuestras emociones para poder acompañar las de nuestros hijos y las del resto de personas con las que nos relacionamos. Pero el mensaje es muy esperanzador, gracias a que por nuestros hijos somos capaces de cualquier cosa, ese es el mejor motor para llevar a cabo el cambio, que no solo mejorará nuestro ambiente familiar, sino también el resto de nuestras relaciones interpersonales. Es una inversión en mejorar nuestra vida y la de las personas que forman parte de ella.
¿Qué pautas daríais para ayudar a los padres de aquellos niños a los que les cueste especialmente gestionar sus emociones y tengan menor tolerancia a la frustración?
En primer lugar, que rebajen sus expectativas. A veces pensamos que explicando al niño la emoción, ésta dejará de desbordarse. Por otro lado, en el ejemplo de la frustración, ¿quién siente más frustración, el niño o el adulto al ver a su hijo frustrarse?
La mejor pauta sería entender que nuestro objetivo como padres no es eliminar los obstáculos de su vida, sino acompañarlos con la seguridad y la confianza que necesitan para abordar y superar los diferentes retos de la vida. Leer Mis emociones molan puede ser un primer gran paso para empezar a entender las emociones y poder acompañar las de nuestros hijos y las nuestras propias.