Hace apenas unos días el comité de 50 expertos que el Gobierno había creado para analizar el impacto de las pantallas en niños y adolescentes daba a conocer sus conclusiones y eran más que claros al respecto: cero pantallas hasta los 6 años y limitaciones de uso hasta los 16. El motivo es que la exposición a las pantallas afecta al cerebro infantil y adolescente, algo que profesionales de reconocido prestigio como María Couso, pedagoga especialista en neuroeducación y divulgadora, llevan años advirtiendo. Tras la reciente publicación de su último libro, Cerebro y pantallas (Ed. Destino), hemos hablado con ella y nos explica con detalle de qué manera perjudica a los menores esa exposición a dispositivos digitales.
¿Cómo afecta la exposición a las pantallas al cerebro infantil?
Todo lo que hacemos en nuestra vida deja inevitablemente una impronta en nuestro cerebro. En el caso de las pantallas, esa huella se genera a nivel cognitivo, emocional, social y de salud incluso física.
Nuestro cerebro en desarrollo es más sensible a los agentes externos precisamente por la plasticidad con la que cuenta. Un estímulo como la pantalla con un uso reiterado impacta necesariamente en nosotros. Nos quita posibilidades de estimulación en un entorno real dejando tras de sí consecuencias en la atención, la empatía, el control de impulsos, el lenguaje, el sueño, la motricidad o la visión.
En concreto, ¿cómo afectan las pantallas al control inhibitorio?
La velocidad de exposición de las imágenes en cualquier pantalla hace difícil que nuestro cerebro procese con profundidad lo que sucede pero, sobre todo, que se libere gran cantidad de dopamina por la expectativa de placer por ver qué viene después. Esta necesidad constante de un ritmo acelerado, impide el entrenamiento de la reflexión a través de un tempo lento, lo que desciende nuestra capacidad para controlar las respuestas a veces automáticas y sin procesamiento en situaciones que requieren justo lo contrario.
Si a esto le sumamos una pantalla táctil, que con su fácil accesibilidad con un dedo o incluso con la punta de la nariz, hace un combo peligroso dado el primitivo desarrollo de una función ejecutiva tan importante como es el control inhibitorio durante los primeros años de vida. A los niños pequeños les cuesta por naturaleza esperar. Un dispositivo que no solo no te enseña a esperar, sino que te entrena la falta de espera, no parece ser una buena idea.
¿Es posible reeducar el cerebro de un niño acostumbrado a las pantallas o, según la edad que tenga, ya no hay nada que hacer?
Siempre es posible reeducar el cerebro. Constantemente. Pero lo que también es cierto es que a medida que crecemos, todo nos cuesta un poco más y el aprendizaje se hace un camino más tortuoso a medida que cumplimos años. Creo fehacientemente que siempre hay posibilidad de enmendar aquello que un día se torció. Lo que no podemos es esperar a descubrir si esto puede enmendarse. La prevención es la mejor cura. Y por ello tenemos que trabajar desde una perspectiva protectora en lo que se refiere al desarrollo del cerebro de nuestra infancia y adolescencia.
La exposición habitual a pantallas entre los 3 y los 5 años se asocia, dices en tu libro, a una menor mielinización en áreas del lenguaje y de funcionamiento ejecutivo; ¿cómo?
El hecho de que un niño menor de 3 años se exponga a pantallas de forma regular se ha comprobado que genera que las áreas neuronales en nuestro cerebro vinculadas al lenguaje, desciendan su ritmo de maduración. Esto trae como consecuencias retrasos del lenguaje o una mayor prevalencia de lo que conocemos como hablantes tardíos. Mediante una estimulación adecuada por parte del entorno y de una retirada a tiempo de la exposición masiva a pantallas, siempre podremos generar una atención adecuada. Lo que desconocemos es si esa intervención podrá enmendar lo ya desviado al cien por cien. Nunca se sabe con seguridad cuál va a ser el efecto de esa exposición a pantallas porque cada cerebro es diferente y por tanto, la variabilidad de consecuencias es inmensa.
Adviertes también del poder adictivo de las pantallas; ¿la exposición temprana a ellas puede ser la semilla para otro tipo de adicciones (drogas, juego…) cuando sean mayores?
Esto sí que se ha estudiado. El hecho de que tu cerebro necesite de una alta frecuencia de liberación y de grandes dosis de dopamina con las pantallas, te hace susceptible de vivir adicciones en otras áreas que aparentemente pueden ser inconexas. El cerebro se comporta de manera semejante cuando hay una adicción sin sustancias a cuando esta se da con sustancias y generar estos usos problemáticos durante una etapa de desarrollo tan importante como es la infancia o la adolescencia, puede ser fácilmente la puerta de entrada a otros consumos. Es algo así como comprar boletos para un sorteo; cuanto más grande es la cantidad de números que tengo en la mano, mayor es la probabilidad de que me toque.
Señalas un estudio que se hizo en Australia que concluye que el ruido electrónico al que están expuestos los bebés a partir de los 6 meses de vida supera los 76 minutos diarios. ¿Qué es eso del ruido electrónico y de qué manera les afecta?
El ruido electrónico es el conjunto de señales emitidas por dispositivos que generan interferencias en forma de energía eléctrica en un entorno y tiempo determinados. Lo que se hizo en este estudio en concreto es evitar el sesgo generado por la evaluación mediante encuesta de los individuos analizados (que suelen mentir con facilidad consciente o inconscientemente). De esta forma, con este estudio experimental se dejó patente cuantitativamente mediante un dispositivo medidor en cada hogar analizado, cuánto ruido electrónico se generaba en un ambiente familiar con niños. Lo maravilloso de sus resultados es que son perfectamente objetivos. Los números no nos mienten.
¿Cómo pueden afectar las pantallas al correcto desarrollo de la empatía?
El ser humano es un ser social y emocional por naturaleza. Cuando nos enfrentamos a una pantalla, la falta de información sensorial que nos pueda envolver presencialmente y la distancia con la que nos exponemos a lo que en ella acontece, nos aleja emocionalmente de aquello que deberíamos estar experimentando. Sobre todo en fases de desarrollo infantojuvenil.
Esto se entremezcla con el uso de videojuegos incluso violentos por parte de niños y adolescentes que les lleva a articular toda clase de acciones mediante avatares sobre los que suceden cosas pero que ellos no sienten. Uno no siente dolor cuando al personaje que encarna en un videojuego le hacen daño; pero tampoco siente hambre, frío o amor. Esa falta de experiencia emocional en primera persona merma considerablemente nuestro diccionario de vivencias explícitas en el mundo real y nos aleja de todo aquello que debería construirnos en los momentos más cruciales de desarrollo humano.
¿Existe el uso adecuado de las pantallas en menores de edad?
Existe pero no es un uso autónomo. Los adultos son los que regulan ese uso que hacen los menores. Lo que sí está claro es que antes de los 2 años e incluso 3, cualquier tipo de pantalla, incluyendo la televisión, debería tener un tiempo nulo de exposición. Y no es algo que se diga desde hace poco, pues ya la Academia Americana de Pediatría en 2016 alertaba de este uso y mencionaba que los efectos eran devastadores de no cumplirse con su criterio de salud pública.
A partir de los 3 ó 4, el uso de una pantalla fija puede ser un recurso más dentro de una variedad de actividades que ocupen el mayor porcentaje de tiempo diario. Es aquí donde las familias tenemos un papel relevante para mostrar a nuestros hijos e hijas un conato de autorregulación de los tiempos. La autogestión todavía puede estar lejos pero la educación consiste en esto también.
¿A partir de qué edad crees que es razonable darle a nuestros hijos un smartphone?
Es un tanto pernicioso por mi parte querer hablar de edades porque cada núcleo familiar es un mundo y las características individuales también deben ser tenidas en cuenta. No me gusta mucho hablar de edades como límite en el uso del smarphone. Lo que tengo claro es que, si la comunicación es la razón por la que le entregamos un teléfono inteligente a nuestros hijos, quizás deberíamos plantearnos si no sería mejor dejarles un teléfono sin conexión a la red. Los adolescentes tienen unas características inherentes a nuestra especie como seres humanos que los hace tremendamente sensibles al sesgo de conformidad. Seguir en redes sociales a otros que nos hacen pensar que todo lo que nosotros hacemos e incluso somos está mal, no es una buena estrategia de construcción de autoestima en absoluto. Tampoco es adecuado dar un dispositivo a un ser humano cuyo circuito de recompensa es susceptible de caer en adicción por el comportamiento de la dopamina. Existe una clara correlación entre el aumento de los teléfonos inteligentes entre los adolescentes y los problemas crecientes de atención, salud mental y emocional.
¿La exposición temprana a pantallas puede dar lugar a síntomas susceptibles de confundirse con el TDAH? ¿Cómo distinguirlos?
Por supuesto que sí. Se parecen demasiado las consecuencias de la adicción tecnológica y las características propias del TDAH. Existe una disminución de la atención tanto en el nivel de sostenibilidad en el tiempo, como en el de focalización sobre un estímulo concreto (sobre todo si este no es atrayente en sí mismo). El comportamiento de la dopamina en el circuito de recompensa cerebral también tiende a parecerse. Es tan así que la neuroquímica en los casos de adicción a la tecnología y del TDAH muestran patrones prácticamente iguales.
Sin embargo, las pruebas psicométricas no nos engañan en un entorno de laboratorio. En un entorno natural (en nuestro día a día) es más difícil encontrar diferencias, pero cuando siento al peque y le paso algunos test para revelar cómo trabaja su cerebro, la verdad sale a la luz. En el caso de una persona TDAH no se puede enmascarar la dificultad atencional; en el de las dificultades atencionales derivadas de la pantalla, las pruebas tienden a revelar comportamientos totalmente neurotípicos en ese entorno artificial (laboratorio).