La felicidad se suele identificar con la ausencia de dificultades y problemas, pero cuando los niños crecen con este convencimiento caminan hacia la fragilidad y no hacia la fortaleza. En un momento en que la salud mental infanto-juvenil está pasando un momento delicado, el psicólogo Alejandro de Barbieri acaba de publicar Educar sin culpa (Ed. Plataforma), un libro donde se dirige a los padres, para que puedan acompañar a sus hijos en su desarrollo de la mejor forma y sean conscientes de los problemas que conllevan fórmulas erróneas educativas. Hemos charlado con él.
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¿Cuáles son las causas más frecuentes por las que los padres sienten culpa durante la educación de sus hijos?
Pueden ser muchas, pero vamos a resumir en "falta de tiempo". Hoy día los adultos referentes trabajan mucho y están mucho tiempo fuera de casa, al llegar están cansados (los niños también) y la culpa aparece por " no estar el tiempo suficiente". A su vez cuando están, muchas veces no están disponibles emocionalmente, lo cual genera mas estrés y puede llevar a desregulación emocional como gritos o enojos o incluso agresión. La culpa aparece porque temen que su ausencia afecte el sano desarrollo de los hijos, lo cual es verdad, se precisan padres presentes y disponibles emocionalmente y como dice M. Elena Walsh, con "tiempo no apurado" para educar en calma y con alegría.
Otro tema que influye mucho hoy en día es el uso de las pantallas. La culpa aparece porque los adultos permiten que sus hijos accedan a pantallas para entretenerse, y como todo en exceso es malo, esto también conspira para que los adultos se tomen tiempo para estar con sus hijos, jugar, cantar, hacer trabajos juntos, dormir, etc. Vemos los psicólogos que los niños de hoy se alimentan mal, duermen mal, no juegan al aire libre y están muchas horas en pantallas, esto afecta el desarrollo socio-emocional y a los vínculos.
También genera culpa el modo de educar o los estilos de crianza, muchos padres y madres afirman: "Yo no quiero que mi hijo sufra lo que yo sufrí" y de esa manera comienza la sobreprotección. Tienen miedo a la frustración, pero si evitamos que sufran, evitamos que crezcan. Autoridad sana no es autoritarismo ni maltrato, es la firmeza del adulto para sostener el "no" cuando es necesario.
Otro elemento de la culpogénesis es el famoso equilibrio trabajo y familia, en la pandemia se logró que muchas empresas aceptaran lo híbrido; para muchas familias ha sido una gran oportunidad para estar en casa y trabajar sin culpa.
Una de las ideas clave del libro es que "sobreproteger es desproteger". ¿Qué efectos tiene la sobreprotección en los hijos?
Proteger es responder a las necesidades (físicas, emocionales, etc.) de nuestros hijos, pero sobreproteger es cuando hacemos algo que ellos pueden hacer por sí mismos. Cuando lo hacemos igual, esto puede generar falta de autonomía, baja tolerancia a la frustración, ansiedad, pocas habilidades sociales, falta de autoestima, falta de confianza en sí mismos. El mantra que digo siempre es "quítate del medio" para que el adulto se vaya de ese lugar de que "me necesita" y habilite a su hijo a enfrentarse con miedos, a frustrarse y a levantarse luego de una pérdida.
Al sobreproteger desprotegemos porque no les damos las herramientas para que ellos puedan cuidarse a sí mismos cuando nosotros no estamos… En el fondo es creer que nosotros, los adultos, vamos a vivir para siempre. Hay padres y madres que sufren mucho el periodo de adaptación cuando llegan al cole y que no dejan que los educadores realicen su tarea, no se confía en el docente. El docente hoy ha perdido su legitimidad. Antes el docente tenia legitimidad frente a su alumno solo por ser adultos.
Se pregunta en el libro si es deseable querer ser el mejor padre posible. ¿Nos exigimos demasiado?
La vida actual conspira para tener tiempo para nuestros hijos. Y esto abarca también otros vínculos, pero sobre todo en Educar sin culpa abordamos que esta falta de tiempo tiene un costo afectivo (también económico, costos de terapias, por esto el primer capitulo se llama "Menos terapia y más educación"). La presión por ser buenos padres genera una autoexigencia excesiva, cada padre hace lo mejor que puede con las herramientas que puede.
La expectativa de ser padres felices también genera mucha culpa, pues "educar es cansarse amorosamente", implica un monto de energía, pero también aceptar que traerá cansancios, tristezas, etc. Educar sin culpa propone una paternidad más genuina y compasiva, donde los padres puedan ser humanos, cometer errores y crecer junto a sus hijos.
Habla también de la dificultad para sostener el rol de padre actualmente porque los progenitores están muy cansados. ¿Cómo solventar este problema?
Sostener el rol es realmente difícil en estos tiempos que corren. La pandemia trajo el aprendizaje de que muchos maestros "entraron" en la casa de los alumnos por zoom, así como muchos padres y madres valoran el esfuerzo de los docentes. Pero terminada la pandemia se ha vuelto a la normalidad de que en general (salvo excepciones) cuesta mucho generar alianzas con las familias. Si esto se logra, esto contribuye mucho a la salud mental de las familias.
El desgaste puede generar que los padres se descuiden a sí mismos y su vida de pareja y personal. Por eso uno de los consejos son las estrategias de autocuidado o estilo de vida saludable, que pueden ayudar a que los adultos estén más centrados y con más paciencia a la hora de educar. La mente no está solo en el cerebro, está en los vínculos. Cuidar nuestro entorno (ambioma), tono de voz, si hay música en casa o no, si papá o mamá siempre está enojado o gritando, todo esto condiciona el ambiente donde crece el niño.
Por eso es clave pedir ayuda y generar redes de sostén, con la familia, con la pareja (superando los estereotipos de género), con las familias de la escuela. Es clave descansar; si no descanso, no hay disfrute, y la infancia es un tiempo hermoso para disfrutar, aprender y reír juntos. Si logramos fomentar la independencia de nuestros hijos, eso nos dará a su vez más libertad como padres para nuestras tareas de adultos. Confiamos en ellos a la vez que ganamos tiempo para nosotros. Siempre nos van a necesitar, pero nosotros podemos estar o no y de esa manera habilitamos que ellos crezcan en su autoestima.
"Por intentar educar sin traumas, terminan no educando y siendo víctima de sus propios hijos", recoge en su obra. ¿Cuál es la solución?
Es que hoy en día se equipara trauma a dolor, y no todo dolor es traumático. La infancia incluye dolores, pero esos dolores también despiertan la resiliencia. Estamos acostumbrados hoy en día a que nadie puede sentirse triste, huimos de las emociones, y nosotros los padres sufrimos mucho con el posible sufrimiento de nuestros hijos. De esa manera evitamos muchas veces que sufran y, lo que es peor, es para no sufrir nosotros. Esta inmadurez parental o fragilidad nos exilia de nuestro rol de dar a los niños seguridad y confianza.
El niño precisa un adulto imperturbable. Si siempre digo que sí, no ayudo a los futuros "no" que la vida le pondrá delante. El "no" habilita otros no, humaniza y fortalece la resiliencia. Los padres de hoy cedemos demasiado rápido a las peticiones de nuestros hijos, con la excusa de evitar conflictos. De esa manera no ayudamos a la maduración de la corteza prefrontal que es la que se encarga de la atención, la concentración, el control de los impulsos. Todo esto siempre desde el diálogo y la empatía, pero con la firmeza y ternura necesaria.
Validar las emociones es muy importante para que se sientan comprendidos y aceptados y también aceptar que hay normas familiares, como el adulto tiene que aceptar normas de convivencia y normas en el trabajo. No somos amigos de nuestros hijos, si el padre o madre es amigo, el hijo pierde un padre. Y educar siempre en calma. En resumen, educar no implica evitar las incomodidades sino enseñar a comprender las situaciones de la vida y darles recursos para que atraviesen las situaciones de malestar.
De todas las instrucciones para educar sin culpa que ofrece en su libro, ¿cuáles son las imprescindibles?
Ser adultos nosotros. Establecer límites claros y coherentes. Los niños precisan normas para autorregular sus emociones. La autorregulación emocional lleva a la libertad y a la humanidad. Si no me humanizo, quedo como un animal víctima de mis impulsos. Una autoridad positiva es aquella en la que el padre o la madre actúan como guías, generando confianza y seguridad. Esto ayuda a los niños a desarrollar respeto hacia las figuras de autoridad y hacia sí mismos.
Evitar la sobreprotección, si siempre estamos diciendo que sí a todo lo que quieren, no los ayudamos a crecer y generamos personas inseguras y dependientes. Nuestra adultez nos tiene que ayudar a entender que "que no me necesite" no quiere decir que no me quiera más.
Dar relevancia a pasar tiempo juntos, varias investigaciones muestran que cenar juntos por ejemplo, y que los adultos hablen de su trabajo, ayuda a que los hijos quieran crecer, aprenden habilidades como saber esperar su turno y compartir. Es necesario esto hoy en día en un mundo tan egoísta e individualista, narcisista.
Y, sobre todo, fomentar la idea de autonomía y de ser responsable, ir dando a los chicos responsabilidades (como hacen los maestros) promueve la confianza que ellos tendrán en si mismos, y les dará capacidad para enfrentar desafíos y confianza. Aprender a regularse a sí mismos es otro objetivo clave.