Cuando se le pregunta a los niños qué es lo que más les gusta del colegio, muchos suelen indicar que el momento del recreo. Es un espacio y un tiempo donde pueden ser ellos mismos y expresar cómo son y cómo se sienten. Además, el patio tiene muchos otros valores.
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Laura Camas Garrido es profesora de la Facultad de Educación en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y miembro del Observatorio del Juego Infantil de España. Con ella abordamos la importancia de este elemento en la jornada de los escolares.
¿Qué funciones tiene el patio para los niños?
En el recreo, los niños pueden dar rienda suelta a su deseo de aventura y curiosidad, además de relacionarse con libertad con el resto de compañeros. Pero es importante señalar que ese tiempo tiene, además, otras funciones. "A nivel físico, el cuerpo libera las tensiones acumuladas de la carga mental de las aulas, se fomenta la actividad física y el desarrollo motor", comenta la experta. Y a nivel social y emocional les permite exponerse a situaciones adversas en las que "con imaginación y creatividad tienen que empatizar y aprender a ser resolutivos".
"A menudo, a través del juego en el recreo expresan sus deseos, preferencias y diferencias y perciben con empatía las de otros. Con espontaneidad aprenden a cooperar y a confiar, pero también a regularse emocionalmente ante el conflicto. Se alegran al encontrar similitudes en sus diferencias y se asombran al percatarse de sus diferencias entre aquellos que parecían similares. En el margen entre la imaginación y la realidad que ofrece el juego expresan, experimentan y ponen a prueba creencias y valores que no siempre se atreven a plantear", detalla.
Por todo ello, el recreo es un espacio con una alta potencial educativa que hay que valorar como corresponde. Y donde debe hacer una exposición equilibrada y saludable a distintos tipos de juegos, desde el juego libre inventado hasta el juego estructurado.
¿Por qué no es adecuado dejar a los niños sin recreo?
Cuando el niño se queda sin recreo como consecuencia o castigo ante una acción que no ha estado bien por su parte, se está cometiendo un error. "Ante un comportamiento disruptivo infantil, pensamos que al quitarles algo que les entusiasma tanto como el recreo, serán capaces de recapacitar, rectificar y cambiar su pensamiento o su comportamiento en futuras ocasiones. Nada más lejos de la realidad.", señala Laura Camas. Hay varios fallos en este planteamiento.
El castigo tiene que servir para concienciar y reflexionar
"En educación, el castigo tiene que servir para concienciar y reflexionar sobre el daño causado, las consecuencias de sus actos, la oportunidad de cuidado perdida y la responsabilidad de reparar lo dañado. Este es un proceso complejo que requiere el acompañamiento y la ayuda del adulto", señala. Que el niño se quede sin recreo no ayuda en ese proceso. Al contrario, se siente incomprendido y percibe que ha perdido algo que no estaba en juego: su tiempo de descanso y recreo. "Con este tipo de castigo, aprende a respetar la norma por sumisión a la propia norma, algo que no educa. Podrá intuir que su comportamiento no era el adecuado porque ha sido privado de algo que disfrutaba, pero no será capaz de identificar el bien que ha ignorado y de asumir su responsabilidad de cuidado", añade.
El juego es una necesidad vital para los niños
Al igual que los menores tienen unas necesidades claras en cuanto al descanso y la alimentación, también las tienen con respecto al juego y no siempre somos conscientes de ello. "En general, se suele pensar que el juego es una actividad poco importante o seria, sin embargo, tenemos ya muchas investigaciones que muestran que es una actividad espontánea lo suficientemente valiosa como para impulsar su bienestar y su desarrollo infantil en múltiples dimensiones. Jugar es tan valioso como aprender", aclara la experta. Y para muchos menores, ese tiempo de recreo en el colegio es el único del que disfrutan al día para llevar a cabo actividades lúdicas.
¿Hasta qué punto debe intervenir el adulto en el recreo?
Una de las recomendaciones que hacen desde el Observatorio del Juego Infantil es que el adulto debe "dar un paso atrás en el juego". Es habitual, que los adultos asuman un papel directivo y tomen un rol protagonista, lo que limita la imaginación de los niños. En este sentido, "es importante que se coloquen en el rol de espectadores, como si fueran observadores o testigos, sin intervenir directamente", comenta la profesora de la UCM.
Si son los propios niños los que piden que intervenga, el adulto ha de adoptar un papel secundario y colaborador, ya que son los niños los que tienen que asumir lo que pasa en ese espacio. "Ahora bien, ello no significa que el adulto se desresponsabilice; ha de saber acompañar y, en caso de conflicto, debe intervenir, mediar y ayudar en la resolución, estableciendo las condiciones mínimas y los límites de la seguridad física, psicológica y social durante el juego", señala.
Una de las ocasiones en que el papel del adulto puede ser más funcional es cuando hay algún niño que está solo en el recreo, una tendencia que se ha reforzado desde la pandemia por COVID, ya que trajo algunos cambios de hábitos, en el sentido de jugar poco tiempo, en espacios cerrados y en solitario. Cuando un niño está solo en el recreo puede haber varias causas detrás, pero el profesor debe intentar transmitir la importancia del grupo, "invitarles a pensar cómo un juego puede ser más divertido no sólo para sí mismo sino para los demás". "Una posible estrategia es la práctica de juegos cooperativos que incluyan distintas formas de agrupamiento, por ejemplo: grupo-clase, grupos de distintas edades, cuartetos, trío o parejas", recomienda.
"Por otro lado, en el ámbito de la familia, es fundamental que seamos conscientes de la importancia de esta necesidad de jugar desde una conciencia grupal. Acciones sencillas como ir semanalmente al parque infantil del barrio pueden generar el sentido de pertenencia suficiente como para ser y sentirse parte del grupo, de la comunidad y de la sociedad", añade Laura Camas.