Con Necesito un abrazo (Ed. Timun Mas), la psicóloga Isabel Rojas Estapé inicia la colección 'La neurona exploradora', que bajo el lema "entenderse más para quererse mejor" tiene el objetivo de acercar a los niños y a sus padres al intrincado mundo de las emociones. Hemos charlado con ella.
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¿Desde cuándo tienen los niños conciencia de sus propias emociones?
Los niños comienzan a desarrollar conciencia de sus propias emociones desde muy temprana edad, aunque el grado de comprensión y gestión de las mismas varía a medida que crecen y según lo que les pasa y van aprendiendo. Por eso, es clave que los padres les enseñemos de emociones desde que son pequeños. De hecho, desde los 0 a los 2 años, los niños son pura emoción. Se rigen por necesidades básicas que les generan emociones, pero no son conscientes del todo de estas emociones. Expresan la emoción con llanto o risa, pero no tienen la capacidad de identificar o nombrar lo que sienten.
Hacia los 3 años, aproximadamente, los niños empiezan a reconocer algunas emociones, como estar felices o tristes, y pueden expresarlas verbalmente. Por ejemplo, podrían decir 'estoy enfadado', cuando algo no les gusta, aunque aún no comprenden completamente por qué se sienten así ni cómo regular esas emociones. A los 5 años los niños empiezan a desarrollar una mayor conciencia emocional. Pueden identificar y nombrar más emociones, como la sorpresa o el miedo, y empiezan a darse cuenta de que los demás también tienen sentimientos. Aunque todavía les cuesta gestionarlas, ya muestran un mayor nivel de comprensión.
A medida que se acercan a la edad escolar, los niños tienen una mayor capacidad para entender y reflexionar sobre sus emociones. También comienzan a identificar emociones más complejas como la vergüenza o el orgullo, y empiezan a ser más conscientes de cómo sus emociones influyen en su comportamiento. Los niños con 7 años aproximadamente empiezan a desarrollar una comprensión más profunda de las emociones propias y ajenas. Pueden analizar por qué se sienten de cierta manera y empiezan a aprender estrategias para regular sus emociones. Por eso este libro está hecho para adelantar la edad de conciencia de la emoción, pero también su interpretación y gestión.
Comentas en el libro que "una de las claves de la salud psicológica es que los niños aprendan a detectar qué les pasa, por qué les pasa y a saber cómo gestionarlo", ¿estamos preparados para ello o necesitamos que nos ayuden a descubrirlo?
Como sociedad hemos avanzado en la importancia que damos a la salud emocional de los niños, aunque por desgracia aún falta mucho por hacer. Los padres/profesores deberían estar más preparados en el conocimiento de las emociones. Para enseñar a los pequeños, los mayores deben de saber también. Por eso, estos cuentos narran una historia en la que se aprende sobre emociones, sobre cómo detectarlas, entenderlas y gestionarlas y además cómo responde el cuerpo ante esas emociones (lo que se conoce como somatización) y qué podemos hacer cuando estamos viviendo o experimentando esas emociones.
Además, el libro cuenta al final con unas paginas para los padres, para que entiendan y aprendan, pero también unos juegos y ejercicios que se pueden hacer con los hijos. Así se creará un espacio de conversación entre padres e hijos que ayudará a unir lazos. Muchos aún no estamos del todo preparados para enseñarles a detectar, entender y gestionar sus emociones de manera adecuada. Esto se debe a varios factores: la falta de educación emocional en los propios adultos, el ritmo acelerado de la vida diaria y la influencia de tecnologías que a veces dificultan el contacto con las emociones profundas.
¿Cuáles son las barreras más importantes para que el niño conecte con su emocionalidad?
La primera gran barrera es la falta de educación emocional propia. Es decir que el niño no sepa de emociones. Si uno no sabe sobre un tema, es muy difícil que pueda enfrentarse a ello. Por eso, la primera barrera es no haber sido educado en el mundo de las emociones. En ese sentido, la familia juega un rol fundamental. Si en una familia no se expresan las emociones, o no se sabe hablar de ellas o gestionarlas, es muy difícil que el niño adquiera un buen manejo de las mismas. Y en este punto también hay que ser conscientes de que, en un mundo cada vez más acelerado, muchos adultos no disponen del tiempo o la paciencia para detenerse y ayudar a los niños a procesar lo que están sintiendo. La falta de momentos de atención y conexión emocional entre adultos y niños dificulta que estos últimos puedan explorar y entender sus emociones.
Otra barrera a considerar a día de hoy es el uso excesivo de las tecnologías, de las pantallas, pues interfieren con tener relaciones sociales reales, con personas y por tanto puede llegar a costar más ponerse en el lugar de otros y tener empatía. Los niños necesitan tiempo de interacción real, con personas, y juego sin tecnología para explorar sus emociones y desarrollar habilidades sociales. Por último, también hay que considerar que hoy en día los padres esperan tener hijos pluscuamperfectos: con demasiadas extraescolares entre otras cosas. Por eso, los niños que se enfrentan a grandes expectativas de éxito académico, deportivo o social a menudo sienten que sus emociones no importan o que no tienen tiempo para lidiar con ellas. Esta presión externa puede hacer que se desconecten de su mundo emocional para centrarse en cumplir con las expectativas de los demás. Lo que hace que en muchas ocasiones aprendan a ocultar sus emociones por miedo a ser rechazados o juzgados por los demás.
¿Cómo pueden favorecer los cuentos esa conexión infantil con las propias emociones?
Los cuentos son una de las mejores herramientas para educar en casi cualquier aspecto al niño. A través del cuento, el niño imagina, piensa y crea en su mente, y eso es fantástico para la creatividad. Pero es que, además, con los cuentos, los niños se identifican con los personajes, adquieren vocabulario emocional y si el padre o la madre cuenta bien el cuento, también adquieren conocimiento físico y conductual.
Por otro lado, al seguir la historia de un personaje, los niños se ponen en su lugar y comprenden cómo se siente ante diferentes situaciones. Esta experiencia fomenta la empatía, ya que aprenden a reconocer y comprender las emociones de los demás, lo que también los ayuda a reconocer sus propias emociones. Y, sin duda, los cuentos crean momentos de conexión emocional con los adultos: leer un cuento juntos proporciona un espacio de intimidad y confianza entre el adulto y el niño, que este siempre va a recordar pues, en ese ambiente relajado y seguro, el niño se siente más cómodo para abrirse emocionalmente y conectar mejor con lo que está sintiendo o incluso para poder tener una conversación con el padre.
En este primer título de la colección hablas de la tristeza. ¿Se manifiesta de forma diferente en niños y adultos?
La tristeza es una emoción natural y universal que experimentamos todos los seres humanos ante situaciones de pérdida, o separación, una decepción o un dolor emocional. Con el tiempo, la tristeza va cambiando y según la sufrimos vamos adquiriendo conocimiento para saber sobrellevarla y canalizarla. Por eso, se manifiesta de forma distinta en niños que en adultos.
Ante la tristeza, el adulto se expresa con el llanto, con falta de motivación o con la dificultad para concentrarse. Sin embargo, en los niños una de las características mas importantes es que el niño se aísla, se mete en “su burbuja” y deja de hacer las cosas que le gustan: jugar a ese juego con el que siempre se divierte, comer el plato que siempre le gusta… Lo que sí suele ocurrir entre pequeños y mayores es que el sueño se ve modificado en ambos casos. Sea como fuere, la tristeza es una señal de que algo en nuestras vidas necesita ser procesado o comprendido. Aunque es una emoción dolorosa, es necesaria para el crecimiento emocional. La clave está en permitirnos sentirla, gestionarla de manera saludable y buscar apoyo cuando sea necesario.
Al final del cuento das consejos para que los padres ayuden a sus hijos a enfrentarse a la tristeza, ¿cuáles son las recomendaciones básicas?
La idea base es saber detectar la emoción en el hijo, intentar detectar qué le ha podido llevar a estar así y, una vez se descubra, enseñarle a que sepa qué hacer cuando se está sintiendo así. De hecho, el libro tiene unos ejercicios para aprender a gestionar la tristeza. Son unos ejercicios que los padres pueden hacer sus hijos y así de forma indirecta también pueden aprender. Pues no podemos olvidar que nuestros hijos aprenden más por el ejemplo, lo que ven, que por lo que les decimos. Y en este punto es fundamental que un padre aprenda de emociones para así ser ejemplo en casa y enseñar a sus hijos.
Además de la historia, en el libro cuentas a los niños nociones básicas del cerebro para que ellos puedan beneficiarse de este conocimiento. ¿Crees que esto les da herramientas para poder conectarse mejor con sus emociones?
Ponerles nombre a las cosas desde el inicio ayuda al niño a formar su cabeza y sus ideas. Mi padre y mi hermana Marian en sus libros explican conceptos de psiquiatría, de psicología y neurociencia que han ayudado a muchas personas a comprenderse. Y cuando uno comprende se sana, de ahí nuestro lema “comprender es aliviar” y esto es de aplicación también en los niños que son pura curiosidad y siempre quieren saberlo todo, incluido qué les sucede, por qué…
Con mis cuentos intento que se familiaricen con un vocabulario neurocientífico, pero adaptándolo al lenguaje de los niños. En mi casa, con mis hijas, hablamos de Neurita con naturalidad, y si esta ha sacado o no esas pompas que huelen tan mal llamadas cortisol. O si, por el contrario, tras un abrazo, las pompas son de colores porque está saliendo la oxitocina. No hay que saber todo, pero sí ciertas cosas que les pueden ayudar en varios momentos. Por ejemplo, aprender a respirar y coger aire si están nerviosos o con pensamientos “feos”.
Enseñarles sobre el cerebro fomenta la curiosidad natural de los niños, motivándolos a explorar más sobre cómo funciona su mente y cómo pueden mejorar su bienestar. Esta curiosidad puede convertirse en un ciclo positivo de aprendizaje y desarrollo emocional continuo y eso es lo que intento plasmar en los cuentos: hacer fácil lo difícil, para que así lo entiendan y puedan “hablar con su Neurita para así aprender a regularse”.