Del mismo modo que la depresión postvacacional está siendo cuestionada en los adultos por parte de los profesionales, cuando hablamos de niños la situación es la misma. Le hemos consultado al Dr. Manuel Antonio Fernández, neuropediatra (www.elneuropediatra.es) sobre si existe la depresión postvacacional en niños y su respuesta es clara: "Rotundamente no". "Una depresión es algo serio y grave. Es un trastorno, una enfermedad en la que se producen una serie de alteraciones del funcionamiento de los mecanismos cerebrales que regulan las respuestas emocionales y el estado de ánimo. Una situación absolutamente involuntaria en la que es fundamental contar con atención especializada tanto médica, como psicológica", detalla.
Esto no significa que, al igual que los mayores, los niños no puedan sufrir esa adaptación a las nuevas rutinas que trae consigo la vuelta al centro escolar y el fin de las vacaciones. ¿Qué se puede hacer ante ello?
Una adaptación que no siempre es fácil
Durante las vacaciones de verano, los horarios se relajan, muchas rutinas se dejan de lado y las obligaciones son mucho menores. La vuelta a todo ello cuesta. "Existe una situación de estrés, ansiedad, o podríamos llamar desasosiego. Aparece después de periodos vacacionales relativamente largos, de más de 3-4 semanas, en los que la vuelta al trabajo de los adultos, o en este caso, al colegio de los niños, puede resultar complicada de asimilar", comenta el especialista.
La buena noticia es que los síntomas suelen ser siempre "leves y transitorios". De hecho, como apunta el neuropediatra, sin hacer nada, tan solo recuperando los patrones y las rutinas habituales del periodo escolar, la situación se resolverá sin muchas dificultades. Pero conviene estar atento al malestar que puede manifestar el niño o el adolescente. La señal más habitual son los problemas de sueño, que suelen ir acompañados de "comportamientos que podríamos definir como de irritabilidad".
La realidad es que "pasamos de un periodo de alta actividad física, pocas rutinas y sueño tardío, a la situación casi opuesta. Hay que acostarse temprano para despertarse temprano, y tenemos muchas horas de clase sentados en el aula", comenta el Dr. Manuel Antonio Fernández.
La mejor forma de volver a la rutina
A pesar de que estos síntomas son leves y transitorios, y se van resolviendo con el paso de los días, para minimizar estas molestias lo mejor es prevenirlas y para eso hay que ir adaptando los horarios y las rutinas de la vuelta desde unos días antes para que el retorno a las clases no suponga un cambio tan drástico con respecto a las vacaciones.
"Todo lo relacionado con la rutina se puede optimizar con planificación. Soy un defensor a ultranza de los hábitos, las rutinas y las costumbres. Evidentemente de las buenas", subraya el especialista. Y aclara: "Más bien debemos ser unos extremistas, en el mejor sentido de la palabra, si es que lo puede tener, de la estabilidad. Y no lo digo por capricho o por una ideología o corriente científica conductista, todo lo contrario. Lo defiendo en base a los procesos de funcionamiento y desarrollo neurológico de nuestro cerebro, especialmente en la infancia".
Al cerebro no le gustan los cambios bruscos, "necesita estabilidad y adaptación". Por eso, unos horarios más o menos estables tanto en las rutinas básicas de sueño, comida, hora de levantarse, como en las actividades diarias, "ayuda a que nuestro cerebro gestione mucho mejor esos procesos".
¿Y qué sucede si la adaptación tarda en llegar?
Hay diferentes situaciones que hacen que el niño o el adolescente tarden más en adaptarse a la nueva rutina. Por ejemplo, un cambio de etapa escolar, un nuevo centro, una nueva clase con compañeros distintos... e incluso otras circunstancias familiares como un traslado de ciudad, la llegada de un nuevo hermano o una separación de los padres. Todo esto añade dificultades a la hora de volver al ritmo del colegio. En estos casos, hay que estar muy pendientes de cómo van reaccionando los menores y observar si hay algún cambio sustancial en sus hábitos de sueño, de comida, si se muestra retraído o si está muy irritable (los niños pueden manifestar la tristeza por esta vía).
No obstante, como comenta el Dr. Manuel Antonio Fernández, hay que confiar en la capacidad de adaptación de los hijos, que es mayor que la de los adultos: "La flexibilidad del cerebro de los niños y los adolescentes es mucho mayor que la de los adultos". Y apunta que cuando ese periodo adaptativo se atasca hay que revisar el papel que están llevando a cabo los padres: "La inmensa mayoría de los casos en los que esto pasa es más debido a una responsabilidad de los adultos, que de los propios chicos. Si los padres nos esforzamos por seguir estas indicaciones y mantener esa estabilidad flexible en las rutinas, no habrá problemas. En cambio, si no lo conseguimos, estaremos generando una repercusión claramente negativa en nuestros hijos".