Beatriz Muñoz

Entrevista

Beatriz Muñoz te descubre la clave para cultivar la inteligencia emocional de los niños

Hablamos con la reconocida docente y técnico de neurodesarrollo con motivo de la publicación de su libro ‘Emociones infantiles’, toda una guía para los padres sobre el cuidado emocional de sus hijos


5 de julio de 2024 - 15:45 CEST

Si hay algo que de a un niño las herramientas más valiosas y esenciales para desenvolverse en su vida actual y futura, ya como adulto, esa es la inteligencia emocional. La mayoría de padres y madres son conscientes de la importancia de este concepto, el de inteligencia emocional, y de que sentar las bases de la misma en la más tierna infancia es clave, pero ¿cómo hacerlo? Si los propios progenitores no han recibido la adecuada educación al respecto, ¿pueden ayudar a sus hijos a desarrollar y fomentar este aspecto tan importante? La buena noticia es que sí es posible. Beatriz Muñoz, docente y consultora en Inteligencia Emocional, técnico de Neurodesarrollo y guía Montessori (conocida en redes sociales como Bei, @educandoenconexion.es), explica cómo. Lo hace en el libro que acaba de publicar, ‘Emociones infantiles’ (Ed. Grijalbo), que es una auténtica guía para la construcción de la inteligencia emocional de los niños. Hemos hablado con ella y nos ha dado las pautas clave para lograrlo.

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¿Por qué es necesario fomentar la inteligencia emocional de nuestros hijos desde su más tierna infancia?

La inteligencia emocional es, entre otras cosas, la capacidad de convertir nuestras emociones en aliadas y no en enemigas. Por supuesto, cualquier momento es bueno para conseguir llegar hasta aquí; en la vida adulta, es posible, y a la vez, muy trabajoso; en la infancia, el camino es llano y agradable. Sucede un poco como con los idiomas, los podemos practicar en cualquier momento de nuestra vida, y en los primeros años el aprendizaje será más sencillo y duradero. 

Y, al mismo, tiempo, no tiene mucho que ver enseñar inglés a nuestros hijos que fomentar la inteligencia emocional, sino que es bastante más complejo, empezando porque nuestro acompañamiento emocional está teniendo impacto en cómo se está construyendo el vínculo entre nosotros, y de este acompañamiento depende que construyamos un apego más o menos seguro.

Una mayor inteligencia emocional va a permitir relaciones más saludables, mayor bienestar, mejor salud mental e, incluso, mejor rendimiento académico; pero, por encima de todo, va a permitir que nuestros hijos se vinculen de forma segura con nosotras.

¿Cuál es la piedra angular para ayudar a construir la inteligencia emocional de los niños?

De las cuatro dimensiones de Inteligencia Emocional que cito en el libro (percepción y expresión, asimilación, comprensión y regulación emocional), para mí la más importante es la regulación emocional: la capacidad para vivir las emociones tal y como vienen -sin evitarlas ni estancarnos en ellas- y de, llegado el momento, volver a la homeostasis (equilibrio).

Llegar con esta habilidad a la vida adulta tendrá mucho que ver con que nuestras figuras parentales - o docentes o reparadoras- hayan podido regular nuestras emociones en nuestra primerísima infancia, y poco a poco, nos hayan dado espacios seguros para que, dentro de nuestra relación, podamos regularnos en su compañía. 

Pero la regulación emocional también incluye la que para mí es la habilidad parental número uno, esa que si tuviera una varita mágica, regalaría a todas las figuras parentales: la reparación emocional. Porque las relaciones implican estar en contacto con otras personas y esto, implica, en ocasiones, dañar. Si en la relación con nuestros hijos e hijas dañamos, se produce una ruptura en el vínculo. Reparar es volver a anudar ese hilo invisible que nos une y va más allá de una disculpa, implica que las personas adultas nos hagamos cargo de lo que hemos hecho o no hecho, nos responsabilicemos, y des-culpemos a la otra personita de sus acciones, favoreciendo que, poco a poco, pueda responsabilizarse de sus actos.

Así que, en resumen, la piedra angular para ayudar a construir la inteligencia emocional de los niños es el vínculo de apego seguro que desarrollan con sus padres o cuidadores. 

La teoría de la emoción construida, desarrollada por Lisa Feldman Barrett, sostiene que las emociones no son universales ni fijas, sino que se construyen. Que los niños y niñas puedan crecer con esta información y puedan construirse desde la responsabilidad y no desde el miedo, la vergüenza y la culpa, me llena de esperanza. Al mismo tiempo, la granularidad emocional, la capacidad de distinguir entre más estadios emocionales, me parece clave, y, es aquí, dónde intervienen todos los materiales que podemos trabajar sobre Inteligencia emocional, pero la clave siempre está en el acompañamiento.

¿Cómo ayudar a los hijos a reconocer y a poner nombre a sus emociones cuando los propios padres muchas veces no son capaces de identificar las suyas propias?

Sin duda, tenemos una gran responsabilidad a la hora de acompañar las emociones de nuestros hijos e hijas. Y, al mismo tiempo, dado que son aprendizajes procedimentales, que aprendimos de nuestras propias figuras parentales, que ellas no pudieron en la inmensa mayoría poder hacerlo,  y que es difícil dar lo que no hemos tenido, es importante ser compasivos con nosotros mismos.

Es necesario que seamos conscientes de nuestras propias emociones y aprendamos a regularlas para poder acompañarlos en este proceso. Es decir, practicar la regulación emocional en nosotros mismos, para lograr ser modelos efectivos y empáticos para nuestras hijas e hijos.

La parte bonita es que hay una grandísima fortaleza en el amor que tenemos por nuestros hijos e hijas, y este amor es una de las motivaciones más potentes que conozco. Además, podemos aprovechar los tiempos que disfrutamos juntos en familia para aprender sobre emociones y al tiempo mejorar la conexión.

© Editorial Grijalbo

'Emociones infantiles', de Beatriz Muñoz

¿Cómo averiguar cuáles son las vías más útiles para nuestros hijos a la hora de autorregularse emocionalmente?

Como he dicho antes, para que un infante pueda autorregularse, primero ha tenido que suceder algo que puede parecer trivial, pero es muy importante: que una figura de referencia (familiar o docente) haya podido acompañar, acoger y regular sus emociones, es decir, su mejor forma de regulación somos las figuras parentales. Gracias a nuestra presencia, podemos ser ese espacio seguro, y este será el germen para que en el futuro puedan regular sus propias emociones.

Es cierto que hay determinadas estrategias que pueden contribuir a que esta regulación emocional sea más eficiente o sencilla. Para saber cuáles son más útiles para nuestros hijos es fundamental practicar la observación, y entender qué les ayuda en qué situaciones. Pueden ser actividades físicas, como correr o saltar; actividades más sensoriales como balancearse;, o actividades más cognitivas, como leer un libro o escuchar música

Siempre es importante ser un entorno seguro y estable para los niños, donde se sientan cómodos expresando sus emociones. La teoría polivagal sugiere que la conexión y la seguridad son fundamentales para la regulación emocional, por eso, fomentar un ambiente de confianza y empatía contribuye a la regulación emocional.

Experimentar con diferentes actividades que pueden incluir técnicas de respiración, yoga o mindfulness, juegos sensoriales, o simplemente tiempo al aire libre, puede ser útil. Cada persona tiene necesidades diferentes, por lo que es importante animar a nuestros peques a probar varias y muy útil crear recordatorios visuales de cuáles son las que pueden venir mejor en cada momento.

¿Cuál es el papel de los límites en el desarrollo de la inteligencia emocional?

Los límites son parte de la vida, y por tanto, de las relaciones. Informar un límite es una forma de comunicar nuestras propias necesidades y, al mismo tiempo, mostrar respeto por las de los demás. Cuando se piensan desde el cuidado y el respeto mutuo, son un modelo para la infancia que les ayudará a entender que sus necesidades y emociones son importantes y también lo son las de las otras personas, y que es fundamental el equilibrio entre ambas.

En mi libro, explico que los límites no son simplemente restricciones impuestas por los adultos; van mucho más allá y se conciben como una estructura que asegura tanto la seguridad física como el bienestar emocional de los niños.

Como gran parte de nuestra generación fuimos educadas en el autoritarismo, quizás incluso acompañados de castigos verbales o incluso físicos, muchas personas asociamos los límites a la violencia. Y nos cuesta poner límites porque no queremos dañar la relación con los niños. Sin embargo, cuando se establecen límites claros y consistentes, los niños se sienten más seguros y capaces, la relación no se daña.

Un aspecto crucial de los límites es que deben ser comunicados con amabilidad y firmeza. Esto implica encontrar un equilibrio entre dar libertad y autonomía a los niños y proporcionar el orden y la estructura necesarios para su desarrollo. Informar los límites de manera respetuosa ayuda a los niños a entender que las emociones son válidas y que es posible encontrar soluciones sin recurrir a la violencia o al conflicto, sin olvidar que en los primeros años de vida somos las personas adultas las garantes de protegerlos y cuidar que esto no suceda.

Explicas en el libro que una de las necesidades emocionales del niño es la de sentirse acompañados; ¿cómo atenderla si los padres y las madres de hoy apenas tienen tiempo?

Es así, es fundamental para el vínculo sentirse acompañados y por tanto, lo es para el desarrollo emocional. Sin embargo, vivimos en una sociedad que no favorece ni valora adecuadamente los cuidados, y muchos padres y madres enfrentan la realidad de tener el tiempo siempre ocupado. Y la infancia necesita todo el tiempo que podamos darles y toda la presencia y conexión posibles. La parte buena, es que hay una parte de esta presencia, que no estamos pudiendo dar por la culpa, que nos ancla. Y esa parte podemos recuperarla.

La culpa es una emoción que suele indicar un conflicto entre nuestros valores y nuestras acciones, darle la bienvenida, escuchar el mensaje que nos tiene que comunicar, y desde ahí, buscar soluciones es clave. Quizás sea posible organizar el tiempo de otra manera; evaluando compromisos, liberando agenda y diciendo que no a los demás para decirnos sí a nosotras mismas. En otras ocasiones será necesario aceptar la situación y vivir el tiempo juntos con la máxima presencia posible, recordando que lo estamos haciendo lo mejor que podemos con la situación que tenemos en ese momento…

Algunas cosas que sí podemos hacer, mientras buscamos soluciones, para que los peques se sientan acompañados, son:

  • El mayor tiempo de presencia posible:  Si el tiempo escasea, incluso momentos cortos pueden ser significativos si son dedicados exclusivamente a ellos, mostrando interés genuino y atención plena.
  • Rutinas diarias: Establecer pequeñas rutinas diarias puede ayudar a crear momentos de conexión. Puede ser durante las comidas, antes de dormir o en los trayectos. Cosas tan sencillas como preparar juntos un “espacio seguro” con estrategias de regulación emocional para toda la familia, poner un moodmeter en la cocina o hacer preguntas como “¿Cómo te sientes hoy?, ¿qué fue lo mejor de tu día? o ¿qué fue lo que menos te gustó?” pueden marcar la diferencia.
  • Validar emociones: Cuando llega el conflicto, en vez de tomarnos personal su comportamiento, podemos recordar el tipo de adulto que prometimos ser. Un buen primer paso es validar las emociones de tus hijos (para que se sientan sentidos, no para que dejen de expresar la emoción).
  • Involucrarlos en actividades cotidianas: Involucrar a los niños en las actividades diarias puede ser una forma efectiva de pasar tiempo juntos al tiempo que realizamos las tareas de logística diaria. Cocinar, hacer tareas del hogar o incluso ir al mercado, pueden ser oportunidades para conversar y fortalecer el vínculo.
  • Pequeños gestos: A veces, pequeños gestos como una nota en el tupper, un mensaje de cariño, o una llamada rápida durante el día pueden hacer que los niños se sientan acompañados y recordados. 

En definitiva, si podemos reflexionar cada día y reparar nuestros errores, validar y comprender sus emociones, escucharlos de forma activa,  y podemos, en vez de tomarnos personal su comportamiento, recordar el tipo de adulto que prometimos ser cuando éramos pequeños y aprovechar las oportunidades diarias para poder serlo, ya estamos haciendo mucho por su inteligencia emocional.