El 37% de los estudiantes universitarios sufre estrés o ansiedad, según una encuesta de Nido Living, lo que ha llevado al 23% de estos estudiantes, según la citada encuesta, a plantearse seriamente abandonar la Universidad, decisión que, como bien sabemos, sería determinante en su futuro profesional. En la mayoría de los casos, se trata de un tipo de estrés que los expertos han dado en llamar ‘estrés académico’, más conocido en otros países de habla hispana como ‘estrés universitario’.
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La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo define como “una reacción de activación fisiológica, emocional, cognitiva y conductual ante estímulos y eventos académicos”. Se trata de un tipo de estrés o malestar emocional bien diferenciado, “que se desencadena ante situaciones relacionadas con el ámbito académico en diferentes etapas educativas”, tal y como indica la psicóloga educativa María Jesús Campos Osa (@mariajesuspsicologa, en Instagram), quien subraya que, si embargo, el estrés académico no es ningún trastorno psicológico, sino una emoción que se desencadena en situaciones académicas. “No se debe patologizar todas las emociones. Debemos diferenciar que este estrés surge en situaciones puntuales y se deben adquirir estrategias para gestionarlo”, recalca.
¿Por qué se da el estrés académico en algunos estudiantes?
“Detrás del estrés y la ansiedad que sufren las estudiantes puede haber diferentes causas, porque depende mucho de cada persona y de su afrontamiento ante determinadas situaciones”, señala Campos. “Una de las causas puede ser una inadecuada planificación y organización de tiempos y contenidos, que conduce a que se tenga poco tiempo para estudiar grandes volúmenes de contenido”.
Por supuesto, un factor a tener en cuenta en cuanto a que limita el aprovechamiento del tiempo son las distracciones con dispositivos digitales, según añade la especialista, que habla también de la autoexigencia personal, “es decir, proponerse objetivos elevados, querer alcanzar una nota concreta”, lo que puede desencadenar malestar cuando no se consigue esa meta. “Además, en ocasiones, no se cuenta con imprevistos que pueden suceder y esto va a aumentar el malestar”.
“Otro factor puede ser el deseo de cumplir expectativas de otras personas, pensando en lo que esas personas quieren del estudiante. Esto aumenta la autoexigencia y no se permite cometer un error porque se puede ver el fallo como un fracaso”. En cualquier caso, María Jesús Campos destaca que los factores que ocasionan el estrés académico dependen “de las circunstancias personales, de cómo se afronten los momentos de exámenes y de las habilidades emocionales para regular sus emociones”.
‘Cómo sé si mi hijo tiene estrés académico’
Reconocer que nuestro hijo, tenga la edad que tenga, es fundamental para poder ayudarle para evitar posibles consecuencias de que esta situación se alargue en el tiempo o que, incluso, se cronifique. Hay que tener en cuenta que el estrés académico, al igual que cualquier otro tipo de estrés, no solo tiene manifestaciones psicológicas, sino que puede tener también manifestaciones físicas que lleguen a afectar a su salud.
En cuanto a los síntomas psicológicos, podemos encontrarnos con que nuestro hijo se muestra más irritable, más inquieto o da muestra de mayor tristeza, le cuesta más concentrarse o tiene ciertos problemas de memoria. Cuando los síntomas traspasan la barrera de los psicológico a lo físico, pueden tener dolor de cabeza o de estómago con mayor frecuencia, sentirse más cansados de lo habitual y más somnolientos (aunque puede también que lo que les produzca sea insomnio); pueden, además, tener taquicardias y resfriarse mucho más a menudo de lo que lo hacían antes. Si vemos que se repiten varios de estos síntomas, sería adecuado consultarlo con su pediatra o médico de familia o con un psicólogo.
¿Cómo hacer frente al estrés académico si hay que seguir estudiando y la exigencia no disminuye?
Esa es la pregunta clave, puesto que difícilmente podremos ayudar a nuestro hijo a reducir su nivel de estrés académico cuando la exigencia en este mismo plano se mantiene inalterable (o incluso, aumenta en época de exámenes). “Lo primero es saber parar y dedicarse tiempo a una misma para identificar ese malestar y gestionarlo”, recomienda María Jesús Campos. “Para ello es importante conocer y emplear estrategias para reducir el malestar, por ejemplo, técnicas de relajación y respiración, realizar alguna actividad física o artística que ayude a cambiar el foco de malestar. De esta manera se ayuda a regular la activación fisiológica y los pensamientos que se desencadenan, y a partir de ahí poder realizar una nueva planificación y organización con un nuevo punto de vista, y centrado en la realidad”.
La psicóloga educativa hace hincapié en la necesidad de salir del “bucle de estudiar y estudiar sin escuchar las señales del cuerpo”, puesto que esto no va a ayudar al rendimiento académico ni a sacar las notas esperadas, sino más bien todo lo contrario, puesto que dificulta mantener la atención, al tiempo que el malestar emocional se desborda, según explica.
Partiendo de esto, ¿qué es mejor hacer en las vacaciones de verano? ? ¿Es adecuado desconectar del todo o es preferible seguir manteniendo algún tipo de contacto de cara a las materias del siguiente curso? “El verano está para desconectar, descansar y realizar actividades diferentes a las que se hace durante el año o que no se pueden realizar por diversas circunstancias”, responde la psicóloga.
Recuerda que difiere mucho el aprendizaje en función de la etapa educativa en la que se encuentre nuestro hijo y en función también de los contenidos y materias de las mismas; “sin embargo, durante el verano se puede seguir aprendiendo con otras estrategias, recursos y materiales. Por ejemplo, podemos seguir reforzando inglés viendo series, aprendiendo canciones, escuchando entrevistas, jugando a juegos de mesa en inglés o a través de plataformas interactivas. El objetivo es alejarse de un planteamiento puramente académico y disfrutar de otras actividades o dinámicas que también son aprendizaje”.