Lucía Ruz es la autora de Mujeres madres (Ed. Vergara), un libro que aspira a ser más que un libro. La autora tiene un pódcast con el mismo nombre dirigido a mujeres que son madres, pero que quieren hablar de otros temas más allá de sus hijos.
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En las páginas de la obra se revisa el modelo tradicional de maternidad, a la vez que se hace una reflexión sobre la identidad como mujer y cómo la experiencia de ser madre condiciona todo tu ser. Hemos hablado con Lucía Ruz.
Las mujeres hablamos constantemente de la maternidad, sin embargo, las madres recientes se quejan de que “nadie les había contado la realidad”. ¿Qué es lo que falla?
Más que una queja, es una sorpresa, aunque no de las bonitas. Al menos así lo fue para mí. Me sorprendió que estando el mundo lleno de madres, hubiese cosas de las que nadie hablase y que fuesen grandes secretos guardados tras generaciones y generaciones. Y aquí hay que hacer una diferenciación importante. Por un lado, hay factores que afectan a todas las mujeres que son madres, independientemente del contexto histórico y sociocultural en que lo sean, que son aquellos de carácter físico, mental, hormonal... Todo lo que nos pasa a las mujeres en nuestros cuerpos y mentes con la llegada de la maternidad; la pérdida de control sobre tu cuerpo, los cambios hormonales, la modificación cerebral (que desde los 70 se conoce como matrescencia)... Se habla muy poco sobre todo esto y sobre los efectos en tu vida que estos cambios van a producir. Yo en mi libro he intentado incluirlos todos, o todos los que conozco, para poder contar lo que a mí nadie me había contado.
Pero, por otro lado, hay un factor importantísimo que hace que nuestra maternidad sea radicalmente diferente a la de generaciones anteriores, y que por lo tanto nuestras madres o abuelas, aquellas que iniciaron su maternidad alrededor de los sesenta no podrían contarnos aunque quisieran. Pues maternaron en un contexto social, político y económico muy diferente al nuestro. Donde el papel de la mujer estaba muy definido y enfocado al matrimonio y la maternidad. Y aunque entiendo que esto debiera ser muy frustrante para muchas mujeres con aspiraciones diferentes o más allá de la maternidad, la expectativa que había puesta sobre ellas era una: ser una buena esposa y una buena madre.
Sin embargo, para las mujeres que somos madres ahora, la expectativa ha aumentado, los roles que encarnamos ya no son solamente el de esposa y madre. Las mujeres que somos ahora madres tenemos que encajar distintos roles que la sociedad espera de nosotras, y esto dificulta la tarea de ser mujer y madre. Y de esto, nadie te avisa.
Comentas en el libro que debemos abogar por “un enfoque más equilibrado de la maternidad“. ¿Qué papel tiene cada uno en este cambio?
Ser mujer y madre es un desafío, y aunque lo que significa combinar ambos roles ha ido evolucionando y modificándose a lo largo de la historia, nunca ha sido tarea fácil. Además, parece ser que ahora nos enfrentamos a una situación especialmente compleja y abrumadora cuando pretendemos encajar los roles de mujer y madre.
En generaciones anteriores, sobre todo nuestras abuelas, o las que fueron madres antes de los sesenta o setenta, que fue cuando empezó a gestarse un cambio en el papel de la mujer en la sociedad con la revolución feminista, el valor de estas mujeres se medía en base a su capacidad para ser madres y cuidar del hogar, por lo que el rol estaba claro, solo era uno.
Sin embargo, en la actualidad, las mujeres podemos tomar otras decisiones con respecto a nuestra carrera profesional o tiempo personal fuera de la maternidad. Lo que pasa es que no es fácil llegar a la expectativa que hay puesta sobre ambos roles. Y es por eso que considero que debemos abogar por un enfoque más equilibrado de la maternidad, en que las mujeres puedan tener libertad real para tomar decisiones con respecto a su carrera profesional y su maternidad, y poder vivir así una maternidad más auténtica y satisfactoria, sin sentirse presionadas por las expectativas sociales. Porque aunque pudiera parecer que tenemos libertad con respecto a nuestras decisiones, todavía existe mucho juicio social si una mujer abandona o pausa su carrera para criar, y también sobre el caso contrario, mantener intacta su carrera y no encargarse del cuidado de sus hijos. Y en otras ocasiones, no tener libertad de decidir porque el sistema no las sostiene, y tener que reducir la jornada para poder conciliar, aunque estén así mermando su capacidad económica.
Las madres que trabajan fuera de casa se exponen a una doble exigencia y a una doble presencia. ¿Cuáles son las facturas que pasa esta situación?
La doble presencia y la conciliación serían otros de los factores que nuestra generación está sufriendo de manera diferente. La mujer se ha ido incorporando gradualmente al mundo laboral, y ya el sistema no se sostiene sin el trabajo de ellas.
El caso es que en nuestro país las mujeres parecen estar sosteniéndolo todo. La estadística disponible en relación a las reducciones de jornada y excedencias por cuidado del menor siguen siendo solicitadas en su mayoría por mujeres, por lo que son ellas las que están sosteniendo el trabajo en el hogar, mientras que también trabajan fuera de casa. Tienen una doble jornada, y esta doble jornada es un factor de riesgo para la salud, inevitablemente. Porque tienen que responder a su trabajo asalariado, y también al doméstico. Y esta doble presencia o doble jornada, que parece ser más común en las mujeres, genera problemas de salud, mental y física. El estrés, con sus efectos, no llega de forma aleatoria, el estrés se genera, y se genera cuando vivimos vidas así. Inevitablemente.
Posiblemente, la culpa sea una de las experiencias más comunes a todas las madres. ¿Es consustancial al hecho de tener hijos, es algo cultural y, sobre todo, cómo vivir sin ella?
Efectivamente, la culpa es uno de esos sentimientos universales que toda mujer que es madre atraviesa o siente en algún punto de su maternidad. Unas más, otras menos, pero todas solemos conocerla.
La culpa, por definición, es una emoción negativa que surge cuando percibimos que hemos hecho algo mal, o hemos causado daño a alguien. Por lo tanto, la culpa puede ser una respuesta normal e incluso saludable en ocasiones porque hemos actuado de forma contraria a nuestros valores, y nos ayuda a darnos cuenta de ello.
Sin embargo, cuando la culpa se vuelve excesiva puede interferir en nuestra vida cotidiana y afectar negativamente a nuestra salud emocional. Puede hacernos despreciar quiénes somos e incluso cuestionar lo que hacemos y cómo lo hacemos. Se convierte en un elemento peligroso y dañino. Que en el caso de las madres, viene de un estándar de buena madre que existe tanto a nivel social, como internamente en cada una de nosotras.
Comparamos lo que somos con nuestro concepto de madre ideal, y se genera la culpa. Esto es siempre fruto de una expectativa. A vivir sin culpa se aprende, siendo el primer paso definir qué es para ti la madre ideal, y cuánto puedes llegar a parecerte a esa expectativa tuya (no la expectativa social, la tuya).
Si defines a esa madre ideal de forma realista y en base a tus posiblidades reales según tus circunstancias, querer parecerte lo máximo posible a ella no debería ser dañino ni venir acompañado de culpa. Y por supuesto, el segundo paso sería aceptar que no eres perfecta, no solo como madre, sino como ser humano, y que disculparte es siempre mejor opción que martirizarte.
Además, que tus hijos vean que te equivocas y que te disculpas por ello, te hace más humana, no peor madre. Y como bonus, aprenderán que ellos tampoco deben ser perfectos, que equivocarse es parte de la vida, y que su responsabilidad ante un error, es la disculpa, no la perfección.
“Meterse en una cueva con la llegada de la maternidad no solo es común, es normal. Te despides de la que eras y aún no sabes quién vas a ser como madre ni como mujer“, relatas en tu obra. ¿Hay forma de prepararse ante este cambio tan radical?
Una gran forma de prepararte para este cambio es saber que el cambio se va a producir. Yo no lo sabía, ni lo esperaba. Porque lo que esperaba era “volver” a ser quien era. Lo que había escuchado sobre lo que hay que hacer tras tener un bebé: volver al trabajo, recuperar tu cuerpo... y no perderte en la maternidad.
Por lo tanto, solo el hecho de saber que se va a producir un duelo y que alguien te avise, ya me parece un gran paso para afrontar lo que viene. Porque cuando te sientas perdida, o cuando no entiendas qué te pasa, no te reconozcas a ti misma... vas a entender que estás en un proceso de cambio, y que todo lo que te pasa es normal, que no eres rara y que no estás sola.
Para lo que no puedes prepararte es para conocer a tu nueva yo. Porque esto es un proceso que es diferente en cada mujer. La matrescencia, o la segunda adolescencia de las mujeres, es un proceso en el que se forjará tu nueva identidad, y que te preparará para la transición de mujer, a mujer que es madre. Y durante este proceso, lo mejor que puedes hacer por ti y por tu nueva yo, es ser compasiva y paciente.
Reivindicas hablarnos bien, mirar con otros ojos nuestro cuerpo para deshacernos de la tiranía de la belleza en un momento de intenso cambio como la maternidad. ¿Qué nos falta para lograrlo?
La belleza tiene distintas formas de entenderse. Puede ser libre a la interpretación individual, y así deseo que sea para mis hijas. Pero también puede ser una jaula de oro que te encierra, una herramienta de sometimiento social, que a muchas mujeres nos limita con respecto a nuestra seguridad y autoestima.
En la maternidad, que es un momento de cierta pérdida de control sobre nuestros cuerpos, la autoaceptación y la construcción de una imagen positiva del cuerpo son aspectos cruciales, pero que en ocasiones se ven imposibilitados por la expectativa de un molde único en el que no caben todas las mujeres. Y es que a lo largo de la historia, la sociedad ha influido en la relación que las mujeres tenemos con nuestros cuerpos, y la maternidad no ha escapado de esta dinámica.
La presión social y los estándares de belleza generan un juicio constante sobre el cuerpo femenino. Y las expectativas en torno a la imagen idealizada de la maternidad ha influido, y sigue influyendo, en el autoestima de la mujer y en la percepción de su propio cuerpo.
Por lo tanto, el mejor acto de rebeldía que como mujeres y madres podemos tener, es el camino de la aceptación, aunque no siempre es un camino fácil de transitar dada la sociedad en que hemos crecido, y que no debemos confundir tampoco con el camino del abandono. Aceptarse no implica abandonarse. Aceptarse y seguir trabajando en conseguir tu mejor versión es compatible. Implica informarse, trabajar a nivel mental también sobre cómo tener una relación más sana con tu cuerpo y tu aspecto. No compararte, y entender que la representación del cuerpo femenino en medios y redes sociales está generalmente acompañada de filtros y retoques.