En La historia más fascinante del mundo (Ed. Molino), Odile Rodríguez de la Fuente descubre a través de un reloj de 24 horas todos los acontecimientos que han conformado el Planeta Tierra y nos han traído hasta aquí.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Con un lenguaje visual muy cuidado y atractivo para los más pequeños, la autora hace un repaso imprescindible por los hitos del desarrollo y nos anima a reflexionar sobre la desconexión presente entre ese mundo natural del que formamos parte, pero al que prestamos poca atención. Hemos charlado con ella.
Comentas en tu libro que uno de los primeros recuerdos que tienes es el de tu padre contándote historias de sus viajes. ¿Cómo te influyó esa experiencia?
Tener la suerte de asomarme al mundo a través de los ojos y cuentos de mi padre tuvo una influencia definitiva en mi carácter. Me llevó a soñar e imaginar lugares recónditos de nuestro planeta, a asombrarme ante los portentos de la naturaleza y sentir una curiosidad insaciable por todo lo que nos rodea.
Resaltas también que necesitamos que nos cuenten historias desde que somos niños para entender lo que nos rodea. ¿Cómo aconsejas que sea ese momento entre padres e hijos?
Un momento íntimo y sagrado. Un momento donde el espacio y el tiempo se detengan para que ambos viajen llevados por la imaginación y la emoción. Ese tipo de momentos marcarán a padres e hijos y forjarán un vínculo profundo entre ambos.
Una gran parte de los niños vive en ciudades y alejados de la naturaleza, con la que tienen poco contacto. ¿Percibes que las nuevas generaciones no se sienten integrados o parte de ella?
Robarles la oportunidad a los niños de explorar y jugar en la naturaleza puede tener consecuencias considerables en su desarrollo. Los estímulos infinitos de la naturaleza no se pueden comparar con los que ofrece una ciudad o las pantallas. Los olores, el horizonte, las estrellas, los ciclos, la belleza, la aventura… todo ello ayuda a los niños a desarrollarse plenamente con un sentido de pertenencia a algo mucho mayor que ellos mismos. No en vano, muchos déficits, alergias, intolerancias y trastornos infantiles y juveniles están asociados a un déficit de naturaleza.
¿Crees que esa poca relación con el mundo natural influye a la hora de que el niño o el adolescente se preocupe activamente por lo que pasa en el Planeta?
Esa es otra de las consecuencias. En primer lugar, yo pondría cómo nos afecta física, anímica y espiritualmente no tener contacto con la naturaleza y, en segundo lugar, cómo le afecta al propio entorno que nuestra especie se sienta ajena a él. Sin duda, no sentir ese vínculo de amor y respeto por la naturaleza nos lleva a enajenarnos de nosotros mismos y de la vida en todas sus formas y expresiones.
En tu libro explicas 4.600 millones de años de evolución en 24 horas, ¿qué es lo más fascinante de todo ello para los niños?
Buffff. Todo. Es difícil extraer qué les atrapa más, porque, desde el inicio, la historia de nuestro planeta es fascinante. El hecho de ser, literalmente, polvo de estrellas, cómo se formó la luna, cómo se formaron los océanos, por qué el cielo y el agua son azules, cómo aparece la vida, por qué hubo una época en la que las plantas e insectos fueron gigantes, cómo se crea el petróleo y el carbón, cómo eran los dinosaurios y cómo desaparecieron, los cambios climáticos del pasado...
¿Cómo podemos conseguir que los niños se asombren ante el maravilloso espectáculo de la vida en la Tierra?
Lo primero y más importante es que estén en la naturaleza. Sacarles a excursiones, a ríos, montañas, playas… y dejarles jugar y explorar. A partir de ahí, su curiosidad innata los llevará a hacernos preguntas y ahí es cuando podemos recurrir a libros y vídeos para profundizar. El asombro y la curiosidad, así como la biofília, son innatas. Sólo tenemos que apoyar a nuestros hijos en su despertar a la vida y probablemente ellos nos contagien a nosotros de su asombro.