Educar es un proceso de cocción lenta y, a veces, incluso un poco enrevesado”, nos dice el pedagogo Luis López Murria, profesor de niños con problemas complejos de diversa índole en la Unidad Terapéutica de Salud Mental Infantil y Juvenil Acompanya’m del hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. Acaba de publicar Educar en llamas (Ed. Temas de hoy), que es todo un manual que nos ayuda a entender la mente de niños y adolescentes y que da estrategias sencillas y, sobre todo, muy útiles para ayudar a cualquier persona que se encuentre en la tesitura de educar, una tesitura complicada, “pero también confortable”, asegura. Hemos hablado con él y nos ha revelado importantes claves para lograrlo.
Tu libro, ‘Educar en llamas’, es un manual de supervivencia y pedagogía. ¿Por qué los padres (y también los profesores) necesitamos un manual de supervivencia?
Similar a la famosa frase de Spider-Man, “educar es un gran poder, y todo poder exige una gran responsabilidad”. Creo que nunca viene mal tener cerca un manual del que poder echar mano para aprender algunos consejillos bien masticados y a los que poder recurrir en caso de duda o incluso si se necesita pedir auxilio.
Uno de nuestros propósitos es, obviamente, ayudar a cualquier persona que se encuentre en la complicada, pero también confortable, tesitura de educar. Y lo hacemos a través de sugerencias y estrategias que explicamos de una manera sencilla y con un puntito irreverente.
Además, las ilustraciones de Nando Vivas facilitan a que padres, madres y docentes se puedan ver reflejados y sentirse menos solos ante situaciones límite en las que cuesta decidir cómo intervenir y que en más de una ocasión te hacen sudar la gota gorda.
Por supuesto, desde un enfoque cercano y con una buena dosis de humor, cuento anécdotas personales de cuando yo era un pésimo estudiante o algunas historias en las que me he visto inmerso tanto personal como laboralmente con mi alumnado. La idea es comprender que educar es un proceso de cocción lenta y a veces incluso un poco enrevesado. Intento crear una comunicación con el lector “de tú a tú”, donde transitemos juntos todo este proceso. Pero también validar que la mayoría de dificultades que nos encontramos por el camino, normalmente son compartidas.
Creo que este es un manual divertido, con un punto descarado con el que reírse cuando el lector se reconozca en algunos momentos, tanto en el lado del que educa como en el lado del niño y adolescente que también fuimos hace tiempo.
En el libro hablas de la importancia del juego y, en concreto, del juego simbólico en la primera infancia, que después se irá transformando en juego social. ¿Y si, por algún motivo, nos saltamos la etapa del juego simbólico y el niño no ha aprendido a jugar de este modo? ¿Qué consecuencias puede conllevar?
Es verdad que en el libro se habla de esto en el desarrollo de los niños y niñas. Lo habitual es que lo haya, ya que, cuando no aparece durante esta fase es un tanto peliagudo y algo muy específico. No es que simplemente se pueda saltar sin más, es un tema algo más complicado que eso. Creo, también, que entraríamos en terreno pantanoso. Además, es un asunto relacionado directamente con la psicología evolutiva y, como soy pedagogo, para este caso no dudé en consultar con compañeros, como es el caso del psicólogo clínico Fran de Pedro. No hay nada como rodearse de un gran equipo cuando uno tiene una duda. Bajo su experiencia y con la documentación que he llevado a cabo acerca de este tema, durante la fase del juego simbólico se desarrollan determinadas habilidades, sobre todo sociales, que después serán útiles, como por ejemplo, en el juego social u otros espacios de socialización. Sin juego simbólico pueden aparecer también otras dificultades en otras áreas. Esto no quiere decir que estas limitaciones sean para nada irrecuperables.
Sabemos que la adolescencia es una etapa un tanto difícil en la que nuestros hijos dan forma a su propia identidad; ¿qué debemos hacer para acompañarles y guiarles en esta etapa?
Cada vez que se habla de adolescencia, es indispensable recordar cómo éramos nosotros a esas edades. Es cierto que el contexto, la sociedad, las redes sociales, la forma de educar en los centros educativos o como nos comunicamos, ha ido avanzando a una velocidad desorbitada que, como adultos, nos resulta difícil adaptarnos. Los adolescentes, por su parte, lo viven de una manera que, incluso, a nosotros nos cuesta comprender. Su forma de ver el mundo o sus intereses distan mucho de la nuestra en ciertos aspectos.
Es una época complicada en la que te defines como persona, las hormonas van que vuelan, te inclinas por una u otra ideología, te desarrollas a nivel madurativo y sexual. Surgen las primeras citas, fiestas, discotecas, etc. Además, suma a esta etapa que un adolescente no tiene la misma sensación de peligro que tienes tú y sí de impunidad, sumado con unas ganas locas de vivir nuevas experiencias.
¿Cómo los acompañamos? Creo que es importante hablar con ellos, dialogar y dejar que se expresen, y cuando se les da su espacio, ayudamos a que se abran poco a poco. Intentar conectar con ellos a nivel emocional, y empatizar con el momento personal e individual que estén viviendo. Ellos están aprendiendo a expresar nuevas sensaciones y pensamientos y nosotros, como adultos, debemos responsabilizarnos y acompañarlos en ese proceso.
Por supuesto, hay que definir ciertos límites, pero siempre desde la comprensión, el cariño y explicitando los motivos de estas normas. Debemos evitar la confrontación y el típico “por qué lo digo yo y punto”, aunque en algunas ocasiones recurrimos a esa frase cuando no damos con otro remedio. Sabemos lo que vendrá después si actuamos desde un lugar menos razonable, seguramente se rebotarán y ya tienes el cirio montado en casa. Cuando prohibimos algo sin una explicación clara detrás, no hay un criterio pedagógico ni educativo. Así que el diálogo, si es posible, siempre desde la calma y la comprensión, es la herramienta más útil.
Otro camino y que, olvidamos a medida que van creciendo, es seguir haciendo planes, invertir tiempo juntos, pero tiempo de calidad. A estas edades es difícil porque ellos van a querer priorizar su grupo de colegas, pero no hay que desistir, se puede negociar, hacer algo en lo que ellos estén interesados. Seguro que si estiras del cable encuentras algo que no sea estar sentado delante de una pantalla. Hay que saber gestionar sus decisiones, aunque a veces cueste lo suyo porque como adultos, ahora nos pueden resultar muy locas.
Entender el contexto y la sociedad en la que nos encontramos actualmente es vital. Si para nosotros no es fácil para ellos tampoco. Son adolescentes, no son ajenos al momento que están viviendo. Se han comido una pandemia y un confinamiento, están hiperestimulados a través de las redes sociales y presionados por la sociedad. Es una época extraña, a veces incluso diría que surrealista, así que también tienen sus inquietudes, sus deseos, sus preguntas y sus expectativas vitales de futuro, que a más de uno les quitará el sueño por las noches. Simplemente, podemos parar y escucharles un rato de vez en cuando, te lo van a agradecer.
Dices que “nuestras acciones, opiniones y comportamientos son determinantes en el desarrollo personal” de niños y adolescentes, en su autoestima, autoconfianza, en el autoconcepto… ¿Cómo?, ¿qué debemos tener en cuenta para que todos esos aspectos se desarrollen de manera adecuada en nuestro hijo?
Cuando estamos educando, la forma de comportarnos y de comunicarnos con ellos es fundamental. Además, creo que cualquier situación es buena para educar. Podríamos decir también que aquí entra en juego algo que puede parecer una tontería a simple vista, pero no lo es, y es el sentido común.
Hay algunos aspectos a tener en cuenta para que, dichos elementos que mencionas, se desarrollen de la forma más adecuada posible. Un entorno seguro, un vínculo emocional fuerte y sano, una comunicación fluida, comportarnos de manera adecuada cuando compartimos tiempo con ellos, estimularlos intelectualmente o dar ejemplo. Y remarco lo de dar ejemplo, que no es fácil. Promover la resolución de conflictos a través del diálogo, desde la calma, fomentar la autonomía personal o la expresión emocional.
Luego hay algo que abordamos que me parece superimportante y es el refuerzo positivo. Elogiar el esfuerzo y todas aquellas acciones por pequeñas que sean y que se han hecho correctamente. Obviamente siempre con cabeza. El elogio es un instrumento que nunca falla, lo puedes usar de forma infinita y de momento, es gratis.
En uno de los consejos que aparecen al final del libro, menciono que hay que tener en cuenta que, “educar no es un proyecto de arquitectura”. Cada persona es única y los chavales, te guste o no, van a desarrollar su propia personalidad, sus actitudes, sus valores, etc. Estarán influenciados por la música, sus propias amistades o la sociedad. Hay una innumerable cantidad de variables que, te guste o no, nunca vas a poder llegar a controlar. Por eso es importante darles una buena maleta de herramientas y aprendan a reaccionar de forma sensata al mundo en el que viven.
Hablas también de estereotipos y das consejos a padres y profesores sobre cómo evitarlos, pero… ¿Es esto posible cuando esos estereotipos siguen más que presentes en la realidad? ¿No puede dar lugar a confusión en los niños que, por ejemplo, en casa reciben un mensaje al respecto y en el colegio otro?
Aprovecho que mencionas familia y colegio para hacer un pequeño inciso, ya que, también lo comento en uno de los 10 consejos finales del libro. Tendemos a olvidarlo, pero tanto en casa como en el cole, jugamos en el mismo equipo y los objetivos de escuela, madres y padres, realmente son los mismos. Sería guay proponernos como meta educar de forma conjunta intentando evitar los mensajes confusos.
Retomando el tema es cierto que en la sociedad hay un millón de estereotipos y que son difíciles de evitar. Los hay de todas las clases, y eso es algo que hay que aceptar, está claro. Creo que hay que abrazarlos y educar desde una perspectiva adecuada, desde el respeto y la tolerancia.
He tratado de mostrar varios tipos de estereotipos y los prejuicios que van de la mano, pero me centro sobre todo en aquellos que tienen que ver con el apartado de la expresión emocional. En pleno siglo XXI todavía seguimos asociando un determinado tipo de sentimientos por cómo esperamos que se comporten las niñas o los niños en función de su género. Seguimos pensando en términos de “fuerte” o “débil”. Desde que somos pequeños se nos quedan impregnados estos estereotipos emocionales y es un error. Esto nos condiciona en gran medida en cómo expresamos nuestros sentimientos y en qué situación nos encontramos. Acabamos reprimiendo emociones porque existen determinados prejuicios que socialmente no están bien vistos. Todos hemos escuchado alguna vez “llorar es cosa de niñas”.
Por eso digo en el libro que, al menos, deberíamos reflexionar sobre el vocabulario que utilizamos y cuándo lo usamos y dejar de invalidar algunas emociones porque son de chicos o de chicas.
¿Cuál es la clave para regular la conducta en un niño? ¿Y en un adolescente?
Si hubiera solamente una clave para regular la conducta de un niño, de un adolescente o incluso de un adulto y, además, yo tuviera la respuesta, sería archi millonario. Je, je. Es broma.
Primero de todo, la forma de actuar ante un enfado difiere dependiendo de cada niño o niña. No hay una fórmula mágica que sirva para todos y que además siempre sea la misma o funcione siempre.
Hay algunas estrategias que pueden servirnos para amortiguar la situación, pero ya te aviso que fácil, fácil no va a ser.
Lo primero de todo es que nosotros intentemos mantener la calma y actuemos mostrando tranquilidad, o al menos disimularlo. Los gritos a la primera de cambio nunca ayudan, aunque a veces nos sentimos en la necesidad de pegar alguno. Suelen contribuir más a desahogarnos nosotros cuando estamos desbordados, que a resolver la situación. Cuando alguien grita mucho acojona bastante.
Si estamos ya en pleno auge de una rabieta, es necesario conectar y poder poner palabras a las emociones que se están sintiendo en ese momento. Obviamente, no es un caminito de rosas en pleno berrinche. Pero podemos tratar de entender qué le está sucediendo y el por qué, e intentar empatizar con la situación. Es un buen momento para validar la emoción y procurar percibir de dónde viene ese enfado. Cuando todo se calme, no está de más, dialogar sobre lo sucedido e intentar analizar la situación conjuntamente con el pequeño para tratar de que mejore.
Creo que lo más importante es conectar, validar y poder expresarse a nivel emocional. En el manual expongo algunas estrategias más, así que os invito echarle un vistazo.
Trabajas como profesor en una unidad terapéutica del hospital Sant Joan de Déu en la que das clase a alumnos con trastornos mentales de alta complejidad; ¿cuáles son las diferencias más destacables en la manera de enseñarles y de educarlos? ¿Qué deberían tener en cuenta los padres de niños con este tipo de trastornos?
La llave mágica para poder comenzar a trabajar con mi alumnado es el vínculo afectivo. Me atrevería a decir que, prácticamente con el alumnado de cualquier centro educativo del mundo, pero en este caso es más necesario.
Las diferencias son sutiles, hay que tener un poco más de paciencia y el proceso de enseñanza y aprendizaje, en algunos casos, a veces es más lento de lo que me gustaría como docente. Adaptamos los materiales curriculares en función de sus focos de interés y les damos una atención más personalizada e individual. También trabajamos con actividades como en cualquier otro colegio, pero en las que ellos se encuentren cómodos, sepan hacerlas y que tiendan a tener éxito para que, poco a poco, aprendan a gestionar mejor la frustración. Mi alumnado tiene una gran sensibilidad para todo aquello relacionado con el arte, la pintura, la música, la escritura, las manualidades. Eso también lo aprovechamos a nuestro favor para trabajar competencias personales, sociales, digitales y, por supuesto, de lectoescritura, cálculo mental y demás materias.
A los padres y a las madres les diría que disfruten de cualquier objetivo alcanzado y por el esfuerzo que hagan tanto de forma individual como en familia. Se nos olvida que nuestros hijos e hijas, se pasan el día en el colegio como si fuera una jornada laboral, se les suma las actividades extraescolares y el tiempo invertido en casa estudiando y haciendo los deberes. Todo ese esfuerzo, incluso cuando a veces sacan malas notas o han cometido un error, tiene un gran valor.
¿Por qué es importante que sepamos cómo se desarrolla un enfado en nuestro hijo y qué es lo que debemos tener en cuenta?
Creo que es primordial analizar de dónde viene el enfado. No solo los de los pequeños, sino también los nuestros. ¿No os ha pasado que estáis cabreados por algo y se os olvida la razón de ese cabreo?
Conocer las causas, las emociones que han iniciado esas llamas nos capacita para poder abordarlas y, posiblemente, aprender a extinguir el incendio en forma de rabieta. A lo mejor piensas que tu hija se ha enfadado porque no le has comprado el helado que acaba de pedir y realmente lo que sucede es que ha tenido un conflicto en el cole que no ha acabado de resolver, o que no ha dormido bien. Hay cientos de posibilidades más.
Cómo he comentado antes, hay que tener en cuenta tu nivel de paciencia y de decibelios cuando tratamos de responder a una pataleta.
Aseguras que “educar mola” y aconsejas a los padres que disfruten del proceso. ¿Cómo hacerlo cuando parece que nada de lo que hacemos da resultado?
Como docente hay momentos muy complicados a la hora de gestionar un aula y te pones delante de unos cuantos alumnos y alumnas. Hay días que entras a clase y de repente todo está “patas arriba” y es un auténtico caos. Hay semanas que tu alumnado está más nervioso de lo normal porque es primavera o se acercan las vacaciones de verano, o vete tú a saber qué. A veces, simplemente ninguno de los ejercicios que has pasado horas preparando en casa y que pensabas que eran una genialidad, te responden con un “menuda mi***a de actividad”.
Otros días eres tú mismo al que te tienes que enfrentar, puede ser que te hayas levantado con el pie torcido o has tenido algún problema personal del que no consigues desconectar, o que para ti también es primavera y necesitas esas vacaciones que están a la vuelta de la esquina. Pero a pesar de todo, tu alumnado te espera allí sentado, mirándote a los ojos esperando a que marques el trayecto del día. A veces no es tarea fácil.
El asunto es que pase lo que pase, suele haber siempre un pequeño momento en la jornada en el que surge un gesto de cariño, una pequeña broma cómplice o alguien tiene una buena opinión sobre lo trabajado ese día con la que te vas contento a casa o incluso llegan a reconocer la dificultad de tu labor agradeciéndote el esfuerzo al final del día. Ahí es cuando te viene a la cabeza que educar mola.
Por si acaso, si estás en ese punto que piensas que nada da resultado, te dejo una frase que a mí me sirve mucho cuando entro en un bucle negativo, es de Cervantes.
“Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas, a muchas amargas dificultades”.
Y después de las dificultades, educar vuelve a molar.