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rafa guerrero© GettyImages

Entrevista

Rafa Guerrero: ‘El cerebro no tiene como misión que seas feliz, sino que sobrevivas’

El reconocido psicoterapeuta acaba de publicar nuevo libro, ‘Trauma’, en el que comparte con los lectores, por primera vez, la experiencia que atravesó en su infancia al respecto


21 de mayo de 2024 - 18:24 CEST

Tendemos a creer que un trauma se produce por un evento dramático que todo el mundo reconoce fácilmente y, si bien un acontecimiento de este tipo (un accidente, la muerte de un ser querido, un atentado…) puede provocarlo, el trauma puede ser consecuencia de otras muchas variables, no siempre evidentes ni siquiera para los más allegados al afectado ni para el afectado mismo. Así lo explica Rafa Guerrero, psicoterapeuta especializado en trauma y apego, en su último libro,  Trauma. Niños traumatizados, adultos con problemas   (Libros Cúpula), en el que comparte su propia experiencia personal al respecto, junto a la historia de varios de sus pacientes. Un gesto admirable y generoso, pues ayuda a visibilizar una situación que, a pesar de ser muy común, está silenciada o no se le da la importancia que merece y, por tanto, es un grave problema emocional que no está atendido como debiera en muchas personas. De todo ello hemos hablado con el prestigioso psicólogo, que nos explica cómo se produce un trauma y qué es necesario para sanar esta “herida del alma”, como él mismo la llama.

¿Cómo viviste el trauma? ¿Te sigue afectando de alguna manera hoy en día?

No deja de ser una exposición, que siempre da un poco de vértigo, pero creo que es algo que a la gente no solamente le gusta, sino sobre todo le ayuda. La verdad que le di muchas vueltas porque nunca he contado absolutamente nada de mí y al final decidí que sí, que quería ir de la mano con todo lo que cuento de mis pacientes. ¿Qué puedo añadir a lo que ya has leído? Pues que como todos los padres, los míos lo hicieron lo mejor que pudieron y que supieron. Sí que es cierto que ellos se centraron mucho en ese ámbito más académico (que fuéramos a un buen colegio, que tuviéramos los estudios necesarios), más cognitivo, más de rendimiento y de resultado. Y esa parte emocional, esa parte de acompañamiento, es la que más coja estaba. Yo sufrí las consecuencias, pero como también la sufrieron mis padres cuando eran pequeños, porque mis abuelos tampoco tenían ese andamiaje emocional. A la gente que me sigue, que me lee, le resulta novedoso porque no me conoce, pero para mí es parte de mi historia. Me preguntabas si me sigue afectando a día de hoy; por supuesto. Al final la infancia es una etapa tan vulnerable que todo lo que se hace bien sirve para un futuro, y todo lo que queda en el aire o lo que queda silenciado, lo que no es gestionado de manera adecuada, uno lo acarrea y le dedicas la vida entera a ir sanando esas dificultades, esas carencias y esos traumas que tenemos todos, nos guste o no nos guste, seamos conscientes o no seamos conscientes.

Los psicólogos siempre decís que los primeros tres o seis años de vida del niño son claves para su desarrollo; teniendo esto en cuenta, aquellos padres que se den cuenta de que están provocando un posible trauma a sus hijos cuando estos ya son algo más mayores (8 ó 10 años, por ejemplo), ¿pueden enmendar el error de alguna manera o ya las bases se han sentado y no va a ser igual?

Vamos a poner un ejemplo. Esto es como un arbolito que te acabas de comprar y lo plantas en el jardín de tu casa. ¿Qué prefieres, que el arbolito vaya creciendo recto, bien y fuerte o que vaya torcido? Todos queremos que crezca sano y que crezca fuerte y recto, pero resulta que se empieza a torcer hacia un ladito, que está muy débil y necesita unos cuidados extra. No es algo infrecuente y siempre se pueden hacer cosas para que este árbol vaya más o menos recto, no hace falta que sea perfecto. Lo mismo pasa con el ser humano, que estamos motivados y con ganas de crecer de manera sana; de hecho, el cerebro siempre tiende a la salud mental. Otra cosa es que las circunstancias en el ambiente donde yo me estoy desarrollando me lleven a desarrollar una patología, un trastorno o un problema de salud mental. Al final el entorno es tan determinante que hace que a veces enfermemos y que a veces tengamos situaciones que, aunque pertenezcan al pasado, están ahí y no se olvidan.

Decimos que venimos aquí para disfrutar y para ser felices. No, venimos aquí para sobrevivir, y quien sea feliz, que lo disfrute porque es un lujo ser feliz. El cerebro no tiene como misión que tú seas feliz; el cerebro tiene como misión que sobrevivas. Todo lo que ha sido impactante emocionalmente y donde uno lo ha pasado mal, donde a uno le han hecho daño, donde uno se ha sentido vulnerable, donde uno se ha sentido sometido y donde uno estuvo a punto de perder la vida porque sufrió un accidente de tráfico, un desastre natural o una violación o un abuso... el cerebro no lo puede olvidar. Lo tiene grabado a fuego. No solamente es que no lo puede olvidar, sino que no lo debe olvidar, que esto es lo que yo trabajo con los pacientes en consulta, que ese acontecimiento que es tan desagradable, que te da tanto miedo, que te provoca tanta rabia, tanto inconformismo, vamos a reducir la intensidad emocional, sí, ese es el objetivo terapéutico, pero yo no quiero que lo olvides porque es un momento muy importante y ha supuesto un punto de inflexión en tu vida. Claro que se puede reconducir (en algunos casos más y en otros casos, menos), depende de muchas variables.

¿Qué relación hay, entonces, entre trauma y memoria? Porque, en ocasiones, la persona o el niño traumatizado no recuerda el evento que le produjo el trauma

El trauma lo que hace es que fragmenta la memoria, pero ¡que viva la fragmentación de la memoria! Cuando una persona está traumatizada, todo la sintomatología que se pone en marcha es una verdadera bendición. Igual que a nivel externo se buscan mecanismos para evitar el dolor, lo que está detrás de muchas adicciones (no digo que a todas las adicciones se llegue por un trauma, pero a un porcentaje importante de ellas sí), a nivel interno pasa exactamente lo mismo: se produce un una ruptura de la concentración, se produce una ruptura de la memoria y, gracias a Dios, porque tú imagínate lo terrorífico que debe ser para un niño el estar viviendo con su madre y con su padre y que uno de ellos sea un abusador, sea un maltratador, un acosador... O lo terrorífico que es para un niño ir al colegio y encontrarse todos los días con tres niños que le hacen la vida imposible. Eso es terrorífico. Entonces aparece, afortunadamente, la famosa disociación, que lo hace es ayudarte a poder sobrevivir.

La memoria se fragmenta y luego, para sanar, ¿qué hay que hacer? Hay que tratar de poner encima de la mesa todo aquello que recuerdes y que a lo mejor no recuerdas conscientemente, pero tu cuerpo lo tiene guardado. A pesar de que este acontecimiento traumático ocurrió cuando este chiquitín tenía nueve meses, eso está guardado. ¿Él lo recuerda? No, no lo recuerda conscientemente porque el hipocampo, la estructura del cerebro, que es la memoria, no está desarrollada, lo cual es bueno. Pero que no lo recuerde conscientemente no quiere decir que no haya dolor, que no haya trauma, que no haya rabia.

‘Trauma. Niños traumatizados, adultos con problemas’ (Libros Cúpula)© Libros Cúpula

¿Qué relación hay entre trauma y apego?

Es una relación superdirecta. El apego es esa manera que tenemos de de vincularnos y de relacionarnos con los demás que nos aporta o bien tranquilidad o bien inseguridad, que nos aporta aspectos positivos o aspectos negativos, en función del estilo de apego que tengamos. El apego tiene que ver con absolutamente todo, tiene que ver con la salud, con la enfermedad, con la satisfacción, con los miedos... y, por supuesto, tiene que ver con el trauma. Es decir, tener un estilo de apego seguro no es garantía de no tener traumas, pero sí es un factor de protección porque la persona que tiene un apego seguro es una persona que tiene herramientas, es una persona que confía en sí misma y es una persona que no tiene ningún problema en reconocer que se siente triste, que siente miedo y no tiene problema en pedir ayuda. Pero una persona con apego inseguro tiene mayor probabilidad de desarrollar un trauma y tiene mayor peligro de caer, por ejemplo, en una adicción, lo cual no quiere decir que una persona con apego seguro no vaya a caer bajo ningún concepto en la adicción, pero el apego seguro es un factor de protección y el apego inseguro es un factor de riesgo.

¿Cómo detectar un trauma ‘no visible’, no producido por un único evento dramático que todo el mundo reconoce, sino por algo sostenido en el tiempo que los adultos de referencia pueden desconocer?

El abanico de la sintomatología del trauma es muy grande y la línea que diferencia al trauma de otros trastornos es muy delgada. Aspectos que nos pueden llamar la atención, por ejemplo, en el ámbito social, que nos encontremos con un chiquitín de 4, 5 ó 6 años que sea excesivamente inhibido a la hora de relacionarse, que le dé mucha vergüenza, que sea muy parado... Todo lo que son extremos nos tiene que llamar la atención. Que sea un niño muy agresivo y que constantemente reaccione enfadado, que todo le moleste, que se siente irritable. También que sea un niño que habitualmente no se concentre puede llamar la atención. Ya sabemos que en un niño de 4 años eso es normal, pero si más adelante, cuando tiene 5 ó 6 no puede sostener esa concentración o te mira, pero sabes que no está conectando contigo, que muestra dificultad también para el vínculo, para la relación; que es un niño especialmente inquieto, o que sea un niño en el que observemos un cambio en el patrón alimenticio o la hora de dormir, que le cueste mucho dormirse, que tenga muchas pesadillas, que se despierte frecuentemente, que tenga muchos miedos, que lleve a cabo conductas de exploración sexual que nos llamen la la atención… Todo eso hay que tenerlo en cuenta. No digo que eso va a implicar sí o sí que hay una problemática detrás, pero es algo que nos llama la atención. Síntomas puede haber muchísimos. Por ejemplo, un niño que parece distraído, que no te mira a los ojos, que está está en su mundo. Hay niños que son muy fantasiosos y son completamente sanos, pero lo que denominamos fantasía, a veces es síntoma de la disociación, que es característica de estar desconectado, porque hay tal sufrimiento que se tiene que explicar.

¿Cuál es el papel del silencio en la configuración de un trauma infantil?

El silencio lo que hace es provocar el trauma. Acontecimientos estresantes y acontecimientos desagradables los tenemos todos. Todos los días vivimos acontecimientos que nos provocan miedo, que nos provocan incertidumbre, que nos provocan asco, que nos provocan rabia... es completamente normal. Las emociones están cinceladas para poder protegernos y para poder liberarnos. Pero somos una especie tan vinculada, tan de grupo, tan de manada, que si yo, ante mi grupo de referencia, ante mis padres, tengo que callar y tengo que tragarme mi rabia, mi asco, mi vergüenza porque tú no me lo permites por los motivos que sean, eso se convierte en acontecimiento traumático, como cuento en el libro. Es decir, no solamente el trauma se da en situaciones que todos reconocemos como traumáticas, como el 11-M, que fue traumático. Hay acontecimientos que, aunque nos parezcan muy inocentes, se pueden convertir en traumáticos. En Darwin tratamos hace unos años a una niña que tenía fobia a las gambas. ¿Cómo puede ser que tenga fobia a las gambas? Pues porque se atragantó con una gamba y estuvo a punto de morir, con lo cual adquirió una fobia.

Cualquier estímulo es potencialmente traumático. Y no pasa nada porque sea un acontecimiento emocionalmente desbordante. Donde sí que pasa es cuando yo no permito que mi hijo, que mi pareja, que mi tío, no pueda expresar eso porque es un dolor muy grande, porque el cuerpo es como cuando está el agua hirviendo y lo que haces es poner la tapa la olla. ¡Vamos a darle un poco de salida a todo esto! Si encima le pones la tapa a la olla, esto está a reventar. Ese es el papel del silencio.

El silencio, el callar, es lo que hace que ese acontecimiento desagradable se convierta en repugnante, en hipervergonzoso, en humillante. Hace que yo me sienta sometido, que me sienta no respetado. El silenciar es lo que hace que se convierta en traumático. Y la sociedad en la que vivimos es tremendamente silenciadora cuando algo va mal y pongo muchos ejemplos en el libro del tipo: a otra cosa mariposa, eso pasó hace mucho tiempo, no hay que pensar en cosas negativas porque la vida es muy bonita y hay que aprovecharla… Todo este tipo de mensajes están socialmente aceptados, que hasta incluso podemos decir tú y yo en cualquier momento, con muy buena intención, pero no haciendo nada más que callar el trauma. Cuando el niño está llorando, lo primero que le decimos es “venga ya, ya”; ¿cómo que “ya”?. No hay cosa más terrorífica que tu propia madre, tu propio padre, tu tío, tu abuela, cuando tú estés mal, te estén cortando. Sí, lo hacen con buena intención, pero no le estás dejando ser. Es decir, “tú solamente me quieres si yo estoy contento; si estoy enfadado, si estoy triste, no me quieres”. Y eso es lo duro de trastornos tan graves como la depresión. Nadie quiere estar con alguien triste y nadie quiere estar con el depresivo. Y el depresivo lo que necesita es estar con alguien que le quiera, que le acepte contento, alegre, bailando y como se siente ahora, que es triste. Y esto es lo que la sociedad no acepta.

Señalas en el libro que un trauma, ‘una herida del alma’, como lo llamas, también nos puede conducir a la muerte. ¿Cómo?

Esto está más que documentado. René Spitz, que era un famoso psiquiatra que investigó los orfanatos después de la Segunda Guerra Mundial, comprobó que, a pesar de estar bien cuidados físicamente, de todos los niños que quedaron huérfanos y huérfanas, un porcentaje importante de ellos murieron. ¿Por qué? Porque no había vínculo. Porque lo único que hacía ese personal del orfanato era satisfacer las necesidades fisiológicas de estos niños, que eran bebés y niños pequeños; tenían techo, tenían agua, tenían comida y no pasaban frío, con lo cual las finalidades fisiológicas estaban cubiertas, pero un porcentaje importante de ellos murieron porque no había vínculo. No somos una especie que podamos vivir solos; necesitamos del otro. La desvinculación nos lleva a la muerte. Un bebé que está llorando y que no se le atiende, (no digo que se le atienda mal, sino que no se le atiende) ese bebé muere. Igual que hay muchos casos de parejas de ancianos en las que fallece él y, a las dos semanas, ella, o al revés. Es que la tristeza los mata y, cuando uno está solo, se siente triste. Y cuando uno está acompañado se siente bien, aunque esté triste, porque tendemos al vínculo.