Decidirse a acudir a una clínica de fertilidad para ser madre puede ser el último paso de un largo camino de obstáculos: de llevar demasiado tiempo intentando sin éxito el embarazo de forma natural a varios abortos fallidos, pasando por problemas de salud o de fertilidad. Estas son las razones por las que la mayoría de mujeres optan por someterse un tratamiento de reproducción asistida. Una carga emocional que es ya de por sí demasiado pesada y a la que se une, por lo general, la que puede provocar el propio tratamiento. Y, una vez iniciado el proceso de ser madre mediante reproducción asistida, uno de los momentos más angustiosos y que más estrés y ansiedad suele producir en las mujeres es la betaespera.
¿Qué es la betaespera?
“Cuando hablamos de betaespera nos referimos al período de tiempo que transcurre entre la transferencia embrionaria o la inseminación artificial y la realización de la prueba de embarazo, la cual puede dar lugar a un resultado negativo o positivo. Por lo tanto, se trata de una de las fases del tratamiento que más tensión emocional puede generar, ya que están implicados muchos sentimientos y emociones, como la tristeza, ansiedad, ilusión, miedo, esperanza…, que se entremezclan entre sí”, explica Marta Valiente, psicóloga especializada en medicina reproductiva de la clínica Equipo Juana Crespo.
Así lo corrobora Elena, una paciente de la clínica que ahora está embarazada de tres meses. Ha pasado por la betaespera en tres ocasiones: “la primera vez es en la que más nerviosa estaba porque todo era nuevo y las otras dos veces tuve más miedo porque sabes que la respuesta puede ser negativa, pero ya lo vives sabiendo un poco lo que es la experiencia de las veces anteriores”, nos cuenta.
La betaespera que peor ha vivido, que más difícil le ha resultado, ha sido precisamente en la tercera. El motivo es que en el segundo intento logró quedarse embarazada, pero acabaría sufriendo una interrupción del embarazo. “Esa tercera vez es la que con más miedo he vivido porque tenía miedo de que, a pesar de que había sido positivo, se pudiese interrumpir el embarazo en algún momento”, confiesa. “Ahora estoy muy contenta, pero es verdad que esta se ha hecho especialmente larga”.
En el caso de Elena, la angustia ha sido muy similar tanto en el período de espera para saber si la implantación del óvulo fecundado había sido exitosa como las semanas posteriores al positivo en el test de embarazo por sus circunstancias. Como nos indica la psicóloga, “es bastante frecuente que la preocupación y la angustia puedan derivar en ansiedad, especialmente en contextos de alta carga emocional como son los tratamientos de reproducción asistida”.
En estas situaciones, “la preocupación constante y la angustia pueden ser indicadores tempranos de ansiedad”. De ahí la importancia de acudir a terapia psicológica para hacer frente, con ayuda de un profesional, a estos sentimientos antes de que deriven en un trastorno de ansiedad. Y esto es importante hacerlo, en primer lugar, por el propio bienestar de la mujer, pero también de cara a la consecución del embarazo, puesto que “la evidencia científica sugiere que el estrés puede tener un impacto negativo en la tasa de éxito de los tratamientos de fertilidad”, como indica Marta Valiente.
¿Cómo hacer frente al estrés que surge en la betaespera?
“El estrés puede actuar a través de diferentes mecanismos y a lo largo de las distintas fases del tratamiento”, añade. Por eso, el trabajo de un psicólogo al respecto pasa por evaluar los factores estresantes que puedan estar interfiriendo para poder así “implementar las estrategias de control y reducción del estrés” adecuadas a la paciente con el objetivo de mejorar no solo la calidad de vida de los pacientes, sino también las posibilidades de éxito del tratamiento de reproducción asistida. “Lo mejor que nos encontremos, tanto física como psicológicamente, va a contribuir en que el tratamiento vaya lo mejor posible”.
En el caso de Elena, su actitud ha sido clave, al igual que el apoyo de su pareja. “Intento ser muy positiva, pero sí que es cierto que después del aborto que he tenido, me entró el bajón”. Nos cuenta que, tras pasar el tiempo reglamentario, en la clínica siguieron intentando estimularla, con lo que eso conlleva en cuando a medicación, los pinchazos... y “ver que quieren sacar algo más y solo consiguieron sacar uno”. Además, el óvulo que consiguieron extraer debían analizarlo genéticamente, debido a que el aborto espontáneo se había producido por un problema cromosómico del bebé.
“Ahí me dijeron que, si genéticamente el óvulo que habían sacado no estaba bien, igual me tenía que replantear otras opciones porque podía estar perdiendo el tiempo al seguir intentándolo con óvulos míos”. Ahí es cuando Elena peor se ha visto emocionalmente: “es como lo he tenido la mano, sí que me he llegado a quedar embarazada y, de repente, todo el esfuerzo se me va. Ahí se me fue un poquito la la cabeza, por así decirlo”.
Reconoce que plantearse recurrir a la ovodonación fue duro: “yo tenía muy claro al principio que quería que fuese, por así decirlo, mío -aunque mío va a ser igualmente, sea de una donante o no-, pero al principio las expectativas que tú te haces o lo que tienes en mente es, cuando ves que a lo mejor ese sueño no se puede cumplir, el decir o aquí paro o hasta dónde puedo llegar, si puedo llegar hasta una ovodonación sin que eso repercuta psicológicamente en mí”. De hecho, el duelo gestacional es una etapa por la que pasan muchas mujeres que recurren a la ovodonación y que requiere, en muchos casos, de ayuda psicológica. Elena confiesa que ha habido varios momentos, sobre todo después del primer embarazo, en los que se ha replanteado si continuar o o no con el proceso.
Decidió seguir adelante con la buena fortuna de que ese único óvulo que lograron extraerle en Equipo Juana Crespo ha sido el que le ha permitido quedarse embarazada (ya ha pasado el período crítico de las doce primeras semanas de gestación). “Es verdad que mi pareja me apoya muchísimo y que yo intento ver el lado positivo de las cosas, pensar que hay cosas peores y que esto no lo es todo”.
En cualquier caso y, tras ver el periplo por el que ella ha pasado, Elena recomienda a las mujeres que opten por la vitrificación de óvulos cuando son más jóvenes de cara al día en el que sientan que ya quieren ser madres: “yo me miré, con 35 años, y estaba perfecta en cuanto a reserva ovárica y demás, y en cuestión de dos tres años todo fue en contra”. A ella le surgió el instinto maternal más tarde y eso le ha traído, como hemos visto, muchas complicaciones. Animaría a las mujeres o daría más facilidades para que se congelen óvulos porque, cuando ves que te llega ‘esa llamada’ y ves que no puedes cumplir ese sueño, es un poco frustrante”.