Raquel Orgillés lleva años dedicada a la divulgación sobre alimentación infantil. El nacimiento de su hija la hizo cambiar de rumbo y la llevó a crear una comunidad en Instagram (@mamamonomarental) donde, además de recetas saludables, comparte el día a día de una familia monoparental.
Acaba de publicar su libro Cocina para crecer (Roca Editorial), donde explica los secretos para hacer del momento de la comida una vivencia feliz en familia. Hemos charlado con ella.
En tu libro dices: “Detrás de cada receta hay un momento para recordar, una etapa de mi maternidad”. ¿Qué es lo que te ha aportado la cocina a la relación con tu hija?
La cocina me ha ayudado mucho durante esta etapa de mi maternidad. La situación laboral, mundial (con la pandemia) y mi postparto fueron muy duros. Me refugié en su alimentación y mejoré la mía a la vez. Cuando los peques empiezan con la alimentación complementaria es como que se añade un ‘trabajo más’ al cuidado del bebé. Un cambio de etapa, que muchas veces cuesta por horarios y situaciones familiares diversas. Yo tuve la suerte de estar encerrada en casa, y eso hizo que me lo tomara como un ritual y logré conseguir que ella viviera esos momentos como deben ser. Tranquilos y con un buen ambiente.
Eres el ejemplo de que se puede dedicar tiempo a la cocina, aunque estés sola al cuidado de tu hija. ¿Cómo lo has logrado?
Pues la verdad es que los primeros días fueron caóticos. Porque la peque con seis meses aún depende 100% de ti. Y, claro, cocinaba con ella en brazos o porteándola. Porque en el suelo aún uno podía hacer mucho más que voltearse. Cuando empezó a sentarse y gatear fue más fácil. Preparé la cocina para que ella pudiera estar. Por ejemplo, creé el cajón de los tesoros. El cajón de más abajo del todo. Donde ella llegaba. Lo llené de cositas que iba viendo por la cocina, con las que ella podía jugar: tapas metálicas, moldes de magdalenas, cucharas de madera, las cubiteras… Y así, esquivando trastos del suelo, iba cocinando y grabando las recetas.
¿Cuáles son las claves para organizarse bien en relación a las comidas familiares? ¿Qué debemos tener en cuenta para que cocinar no se convierta en algo estresante?
Primero de todo es importante saber comprar. Y organizar mentalmente las comidas. Muchas veces, comprar pensando en dos comidas. Por ejemplo: compro pimiento verde para hacer un arroz, pero me sobrará la mitad, pues ya pienso en una segunda receta, como puede ser una tortilla de patatas con pimento. Luego ya depende mucho de los horarios laborales de la familia. Muchas veces, el peque tiene que comer con los abuelos, con familiares o en la escuela infantil. Entonces esas comidas serán las que serán, ya que pocos centros están preparados para el baby-led weaning (BLW). No hay suficiente personal para ello. Así que será una alimentación mixta. Y está bien.
Eres asesora de ‘baby led weaning’, ¿cómo saber si como familia estás preparada para llevarlo a cabo?
Sí, soy asesora de BLW y acompaño a las familias, ayudándolas desde los inicios de la alimentación, siempre que el peque no tenga ningún problema de salud, donde entonces siempre derivo al pediatra o a una nutricionista. Las familias deben dejarse fluir. Y estar de acuerdo todos en querer llevar a cabo el BLW. No tiene por qué ser algo radical ni mucho menos. Puede hacerse de manera gradual. Hay familias, como yo, que se tiran de cabeza con el BLW, y otras que por mil situaciones lo harán poco a poco, ya sea por el ritmo del bebé o por la situación de la familia en sí.
¿Cuál es la clave para ofrecer un menú saludable para todos los miembros de la familia, de manera que no haya que hacer distintas elaboraciones para cada uno?
La clave, para mí, es abrir la mente a la cocina. Observar qué alimentos son los que se han consumido en casa. Qué recetas son las más habituales, y empezar a fusionar una alimentación variada con la de la familia. No hace falta que comamos quinoa si no lo hemos hecho nunca. O sí. Podéis aprovechar este momento para abrir el abanico de posibilidades y juntos probar ideas nuevas en la cocina. Pero, sobre todo, animaría a comprar productos frescos y de temporada. Buena fruta y verdura, pescado fresco, carne a poder ser ecológica o de kilómetro 0. Ir a sitios de confianza. Porque si la base es buena, es fácil comer bien y bueno.
En tu perfil de Instagram y en tu libro ofreces recetas de todo tipo, sin dejar de lado los dulces, pero utilizando ingredientes saludables. ¿Se ha demonizado demasiado esta parte de la gastronomía?
Bueno, yo juego mucho con el dulzor de las frutas y de la fruta seca, como pueden ser los dátiles, los albaricoques, pasas... Y aprovecho los plátanos maduros, las manzanas al horno, etc. Te quedan unas recetas brutales. Eso sí, al principio cuesta hacer el cambio de chip. Porque no dejan de ser ‘dulces’ sin azúcar. Y el sabor es distinto, claro está. Pero una vez te acostumbras, ya está. La dificultad es cuando cumplen el año y ya no te cuento los dos. Y la alimentación del peque se te escapa de las manos. Una vez prueban el azúcar, cuesta volver atrás…
¿Qué consejos darías para que “comer en familia sea pura felicidad”, como se destaca en tu obra?
Yo he hecho un trabajo muy profundo sobre la relación que tenemos con la comida la mayoría de adultos de mi generación. Yo recuerdo que me obligaban a llevarme la bandeja de comida del comedor a la clase si no había terminado. Humillándome porque comía poco y lenta. Eso hace que un niño relacione la hora de comer con algo incómodo, violento, desagradable… Y eso no es lo que yo quería para mi peque. Estudie muy bien las frases que han usado conmigo para no repetir patrones. Y, por ahora, puedo decir que estoy consiguiendo que Nora relacione la hora de comer con un momento agradable, donde hacemos vida social, hablando, comentando el día. Y como ella lo ha visto desde pequeña, colabora en todo lo que rodea la hora de comer: desde poner la mesa, a poner agua en los vasos, a abrir la nevera y coger lo que falte. Y eso me encanta.