Un niño que está dispuesto a ayudar a los demás, que es solidario y atento es una virtud, una gran virtud. Sin embargo, cuando esta cualidad es llevada al extremo se torna perjudicial. Es entonces cuando en psicología se habla del síndrome del salvador, “es un patrón de comportamiento en el cual una persona siente la necesidad compulsiva de rescatar, ayudar o cuidar a los demás, a menudo, a expensas de sus propias necesidades y bienestar”, tal y como explica Iratxe López, psicóloga clínica, doctora en psicología y directora del centro Psicología Iratxe López, en Bilbao (@iratxe_lopez_psicologia).
Este síndrome, por mucho que desemboque en el abandono total o parcial de las propias necesidades, viene de la mano de cierta sensación de superioridad del niño que lo padece, que no confía en que los demás puedan solucionar por sí mismos sus problemas. A pesar de todo lo que puede implicar para el menor con síndrome del salvador, la psicóloga puntualiza que no se trata de ningún trastorno mental que esté reconocido como tal en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5), “sino más bien una tendencia a buscar sentirse necesitado”, lo que implica que no se puede diagnosticar. Los psicólogos “usamos esta expresión para referirnos a un patrón de comportamiento”.
¿Qué hace que un niño o un adolescente desarrolle el síndrome del salvador?
1. La relación con los progenitores
Hemos preguntado a Iratxe López por la posibilidad de que la relación del niño con sus padres sea un factor desencadenante y nos responde que ciertamente influir en el desarrollo del síndrome del salvador. “Por ejemplo, si un niño crece en un entorno donde uno o ambos padres tienen dificultades emocionales o necesitan cuidados especiales, el niño puede adoptar el papel de cuidador desde una edad temprana. Esto puede ser una forma de buscar amor, aprobación o estabilidad emocional dentro del núcleo familiar. Si el niño aprende que su valía depende de su capacidad para ayudar a los demás, es más probable que desarrolle el síndrome del salvador en la edad adulta”.
Es lo que le ha ocurrido a Ester López, que se formó como criminóloga para buscar respuestas. “Desde que nací, mi padre me hizo sentir que yo estaba en deuda con él porque yo había nacido gracias a que él se empeñó en traerme al mundo”, nos cuenta. Explica que él era ciego, condición que utilizaba “cuando quería meterse en el papel de víctima”. En el caso de Ester se suma la terrible circunstancia de que sufrió maltrato infantil por parte de su progenitor, lo que agrava, sin duda, aún más el problema: “como buen maltratador, sabía manipularme para que yo sintiese pena por él y para sentirme culpable incluso por las cosas que él hacía y que me hacían daño a mí”, relata. “Así es como aprendí a relacionarme de una forma muy tóxica, metida en un círculo vicioso en el que, además de ser la víctima, me sentía empujada a salvar a la persona que me maltrataba”.
2. La relación con un hermano que padece alguna enfermedad
La psicóloga Iratxe López señala que es también muy habitual el síndrome del salvador en niños que tienen un hermano con alguna enfermedad. “Muchas veces asumen el papel de cuidadores y protectores de ese hermano que necesita cuidados especiales. Por ello, es muy importante que los progenitores tengan en cuenta que, si uno de sus hijos tiene alguna enfermedad, deberán desresponsabilizar al otro hermano de su cuidado” para evitarle una carga que no le corresponde y que los padres pueden acabar depositando en él sin ni siquiera darse cuenta.
“Muchas veces vemos a estos hermanos cuidadores en consulta cuando son adultos”, adiverte. “Suelen acudir porque sienten ansiedad y están saturados. Con el paso del tiempo ese papel de salvadores se ha ido afianzando y ya no solo lo hacen con su hermano, sino que es algo que han generalizado”.
¿Cómo saber si un niño o un adolescente tiene el síndrome del salvador?
El síndrome del salvador suele hacerse más patente en la edad adulta, cuando el individuo tiene más autonomía para acercarse a otros y hacer ciertas cosas por ellos, pero es posible identificar señales del síndrome del salvador en niños y adolescentes, como nos confirma Iratxe López. “Algunos indicadores pueden incluir una tendencia a sobreproteger a otros, a asumir responsabilidades que no les corresponden para cuidar de los demás, dificultad para establecer límites personales saludables y una sensación de autoestima vinculada al cuidado y la ayuda a los demás”, detalla. “Podemos resumirlo en esta frase: mi valía reside en mi capacidad de ayudar a los demás”. Estos menores también son más susceptibles de mostrar síntomas de estrés o ansiedad relacionados con la preocupación por los demás.
La psicóloga clínica pone el siguiente ejemplo para ilustrar esta situación: “imaginemos a una familia con una madre que tiene un largo historial de problemas de espalda. La hija está constantemente pendiente de la madre. Por ejemplo, si van a una cafetería, se asegura de que la madre esté sentada en una silla cómoda o de que tenga la espalda bien apoyada. Evidentemente, no se trata solo de una conducta, sino que tenemos que ver esto de manera repetida”.
Cómo ayudar a un niño a superar el síndrome del salvador
Aunque no haya un diagnóstico para el síndrome del salvador, sí es posible superarlo con ayuda de un psicólogo. “El tratamiento puede incluir terapia cognitivo-conductual para identificar y cambiar patrones de pensamiento y comportamiento poco saludables, así como terapia familiar para abordar dinámicas relacionales disfuncionales”, indica Iratxe López, que subraya la importancia de trabajar al mismo tiempo en la autoestima, el autocuidado y en saber establecer límites saludables.
El objetivo de la terapia es ayudar a la persona a reconocer sus propias necesidades y a equilibrar su deseo de ayudar a los demás con el cuidado de sí mismo. “Muchas veces la terapia consiste en cambiar el foco de fuera hacia dentro; es decir, dejar de estar tan pendiente de lo de fuera para centrarnos también en lo de dentro. De forma más poética, yo suelo expresarlo como: ‘cerrar los ojos a lo de fuera, para abrirlos a lo que está dentro de nosotros’”.
En lo que a niños y a adolescentes se refiere, es fundamental identificar y reconocer los primeros síntomas o señales de alerta para poder acudir a un profesional de la psicología y evitar que se cronifique y que el menor llegue a la adultez con este patrón de comportamiento. “Muchas veces basta con hacer algunos cambios en el sistema familiar y en los roles. En el ejemplo que veíamos antes de la madre con problemas de espalda, si detectamos que la niña tiene esas conductas, podemos decirle: cariño, entiendo que te preocupes por mí, pero no hace falta que tú te encargues de esto; mamá va a buscar el sitio más cómodo para que no le duela la espalda. Tú encargarte de jugar y pasártelo bien. Además, si necesito ayuda, otro adulto puede ayudarme”.
La psicóloga destaca el papel que los padres representan y la importancia de que los hijos los perciban como figuras capaces de gestionar la situación. “Si los niños y adolescentes perciben a sus padres saturados y con pocas habilidades, corremos más riesgo de que caigan en este tipo de comportamientos”, advierte. “Tenemos que entender que los niños por encima de todo aman a sus padres y que harán cualquier cosa por su bienestar”.