El fallecimiento de Darío, de 4 años, fue noticia en casi todos los medios de comunicación españoles hace ahora seis años. Iba en su patinete, feliz, junto a su padre por el madrileño parque de El Retiro cuando un árbol cayó sobre él y apagó su luz. Su madre, Virginia Froilán del Valle, tenía previsto acercarse en breve junto a su hija pequeña, de tan solo un mes de vida, para disfrutar los cuatro juntos en familia. No fue posible. Aquel trágico accidente cambió para siempre a Virginia, que tras iniciar el devastador duelo por la muerte de su hijo, decidió escribir un libro sobre ese proceso para poner en orden su vida, como ella misma nos cuenta.
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“Durante los primeros meses del duelo no eres consciente de absolutamente nada de lo que va ocurriendo a tu alrededor, únicamente sobrevives a un sufrimiento terrible que domina tus días”, explica. Escribir el libro le permitió encontrar la luz en medio de la oscuridad, de manera que el mensaje que transmite en esta obra tan especial, titulada Mamá, eres el amor de mi vida. Siempre a tu lado (Ediciones Luciérnaga), es un mensaje de optimismo que puede servir de ayuda a otras personas pues, como nos relata, el amor es más fuerte que el dolor y permite agarrarte a la vida.
¿Cómo se afronta el duelo por la pérdida de un hijo? ¿Por qué etapas pasaste el primer año?
Enfrentar el duelo por la muerte de un hijo es una de las experiencias más difíciles que una persona puede afrontar. Supone un verdadero desafío para la propia existencia. Siempre digo que cada madre o padre que atraviese por esta situación debe darse permiso para vivir su duelo de manera única.
Con respecto a mi experiencia, llegó un momento en el que comprendí que el sufrimiento era agotador e inmenso y que el dolor no iba a desaparecer por sí solo. Así que decidí hacer algo con él. Me permití sentir y expresar todas las emociones que iban surgiendo, como la tristeza, la ira o la confusión, entre otras. Aceptar mi realidad pasó por reconocer que ese dolor forma parte de mí pero que también está muy presente y con mayor fuerza el amor compartido con mi hijo Darío.
Cuando se produce el fallecimiento de un hijo se inicia el proceso de duelo. Durante el primer año es cuando, generalmente, se comienza a transitar por las primeras fases del duelo. Atraviesas momentos de negación, ira, negociación y depresión. En mi caso, durante esos primeros meses me movía por todas ellas sin un orden lógico. La fase de depresión, donde aparece la tristeza profunda, la desesperanza y la desolación, es donde permanecí durante más tiempo, hasta el cuarto año aproximadamente. A partir de ahí, me adentré en la fase de aceptación, esa etapa en la que se va conquistando una calma y una paz interior que te posibilita seguir en la vida de una manera digna e ir buscando un sentido a la misma. Esta es mi vivencia, pero hay que tener en cuenta que las etapas del duelo no se viven de manera lineal, el tiempo de permanencia en cada una de las fases no está definido y cada persona va a experimentar su duelo de manera diferente, y todas ellas lícitas.
Comenzaste a escribir el libro un año después del fallecimiento de Darío; ¿cómo sacaste fuerza para hacerlo? ¿Te ha servido de ayuda?
Así es, comencé a escribir cuando ya había transcurrido el primer año del fallecimiento de Darío porque sentí la necesidad de poner orden en mi vida. Como he comentado, durante los primeros meses del duelo no eres consciente de absolutamente nada de lo que va ocurriendo a tu alrededor, únicamente sobrevives a un sufrimiento terrible que domina tus días. En este sentido, la escritura me proporcionó la vía para abordar mi realidad: que mi hijo no iba a volver y que yo aún seguía en la vida. Tuvo un efecto liberador porque conseguí encontrar la luz entre tanta oscuridad.
¿Y a nivel familiar y de pareja? ¿Todo se tambalea o se fortalecen los vínculos?
Buscar apoyo en familiares y amigos puede brindar consuelo y comprensión siempre que se realice un acompañamiento respetuoso a los padres en duelo. El impacto que la muerte de un hijo genera en la familia es incuestionable, afecta a cada miembro de la familia de una manera muy profunda. Las dinámicas familiares se alteran y es importante sentir y contar con el apoyo de las personas más cercanas.
Respecto a la pareja, la situación es aún mucho más crucial, se requiere comprensión, paciencia y apoyo mutuo de manera constante permitiendo que cada uno tenga su propio espacio y tiempo para ir procesando el duelo a su ritmo, sin presiones ni expectativas.
Así, en los primeros momentos del duelo todo se tambalea y es cuando hay que mantener una postura muy vigilante con respecto a los padres en duelo y al núcleo familiar, hay que asegurarse de que las necesidades básicas de cada uno estén cubiertas (alimentación, descanso, salud…). Y, con posterioridad, si se ha desarrollado ese sostén dentro de la familia, los lazos familiares quedan fortalecidos pudiendo afrontar el duelo de manera más unida.
Tu hija pequeña tenía tan solo un mes cuando ocurrió el trágico accidente; ¿te ha afectado a su crianza?
Sí, Gabriela tenía un mes cuando Darío falleció. Una de las primeras sensaciones que se arraigó en mi con gran fuerza fue sentirme fracasada como madre por no haber podido proporcionar a mis hijos una vida juntos.
En una situación así es muy difícil dar la bienvenida a la vida a una hija mientras sufres y lloras la partida de otro hijo.
¿Te ha ayudado ella a sacar fuerzas para seguir adelante?
Gabriela hizo posible mi continuidad en la vida. Aunque al principio solo fuera capaz de proporcionarle cuidados básicos, ella consiguió que nuestra relación se fuera alimentando de amor y logró despertar en mí abrazos, sonrisas y afianzarme en el papel de madre. Indudablemente, en mi hija encontré el principal motivo para seguir viviendo.
Ahora, ¿cómo es tu día a día?. ¿Es posible seguir con las rutinas diarias con ese dolor continuo que “lo abarca todo”?
Tras una experiencia tan devastadora se produce un cambio a todos los niveles. La vida no tiene el mismo significado. Mi mensaje es esperanzador, porque es posible llevar a cabo un proceso de reconstrucción. Mueres para nacer de nuevo y cuando caes por completo puedes decidir quién quieres ser y cómo quieres vivir tus días. En mi caso, me agarro con fuerza a la paz que he conseguido alcanzar tras seis años de un duro proceso en el que aprendí a vivir de nuevo con mi hijo siempre presente.
El dolor siempre formará parte de ti y la herida que la muerte de un hijo provoca deja una huella imborrable y permanente que hay que atender, pero el amor es más fuerte y esa es la verdadera fuerza que te permite agarrarte a la vida. Cuando despiertas ese amor y te ocupas de alimentarlo, los días se convierten en grandes oportunidades de aprendizajes continuos. La muerte de un hijo no se supera jamás, pero si podemos convivir con ella y dar lo mejor de nosotros, ahí está la clave, vivir los días siendo consciente del dolor que habita en ti pero también de los pasos que vas dando y de todo el bien que nuestros hijos aportaron y siguen proporcionando a nuestra vida. Vivir sin ir más allá del momento presente es otra de las cosas que he aprendido durante el duelo y que me aproximan a esa tranquilidad y felicidad que hoy en día llena mis días.
Señalas en el libro que la sociedad y las personas que rodean a unos padres en duelo deben entender que el dolor por la muerte de un hijo dura toda la vida. ¿Es habitual que haya por parte de estas personas comentarios o comportamientos desafortunados que pueden herir a los padres?
Aunque la intención de las personas sea buena, lo cierto es que determinados comentarios y algunas conductas se quedan muy lejos de proporcionar una ayuda efectiva y amorosa a unos padres en duelo. Considero que el motivo por el cual se producen este tipo de situaciones es que existe, de manera generalizada en nuestra sociedad, un miedo a la muerte que impide mostrar empatía y compasión en momentos así. No vivimos la muerte de manera sana, deseamos que todo pase muy rápido y no prestamos la verdadera atención que merece, al ser el único acontecimiento seguro que tenemos desde el momento en que nacemos.
¿Cuál es la mejor manera de ayudar a alguien cercano que haya pasado por lo mismo que has pasado tú?
La escucha sin juicios, abandonar cualquier tipo de expectativa sobre su recuperación y desplegar todo tipo de acciones humanas basadas en el cariño y la empatía son los pilares básicos para que se produzca un acercamiento amoroso a unos padres en duelo. Si te posiciones en este lugar, evitando aconsejar y mostrando un absoluto respeto a su proceso y a su hijo fallecido, se darán las mejores condiciones para que se pueda producir esa ayuda que necesitan.
¿Qué le dirías a una madre o a un padre que acabe de perder un hijo?
El duelo por la pérdida de un hijo es un proceso largo y doloroso, y hay que darse permiso para afrontar ese dolor y no evadirlo. El sufrimiento agonizante que irrumpe en los primeros momentos va cediendo en intensidad y es ahí cuando se pueden dar pequeños pasos para avanzar en el difícil camino que se tiene por delante porque la muerte de un hijo es algo permanente e inmodificable. Sin embargo, el sufrimiento que produce no lo es, ya que poseemos la libertad de elegir con qué actitud vamos a afrontar lo sucedido y tenemos la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros en honor a nuestros hijos.
Es fundamental permitirse vivir ese dolor para ir transformándolo y que ese camino nos permita llegar a la aceptación de la muerte de nuestro hijo, a asumir la realidad sin pretender cambiarla. No cerrar las puertas al amor de nuestros hijos y buscar la manera de encontrar una nueva forma de amar. El amor de y hacia un hijo no desaparece nunca.
No hay un camino predeterminado para ir sanando y que cada padre o madre iniciará su propio proceso, que es único. Lo importante es permitirse sentir todas las emociones, incluso las más dolorosas y no juzgarse por ellas. Los altibajos forman parte del duelo y hay muchos momentos en los que no se quiera continuar, pero también aparecerá la fuerza para hacerlo y la esperanza en los momentos más oscuros.