La anorexia, la bulimia y cualquier otro Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) se asocian, por lo general, a adolescentes. También, desafortunadamente, a niñas cada vez de más corta edad, pero además ocurre en otras etapas vitales, como el embarazo o el posparto. De hecho, incluso mujeres que nunca antes han padecido un TCA pueden verse inmersas en él tras dar a luz. Hay que tener en cuenta que “la etapa del posparto es una transformación para la mujer que implica un nuevo ciclo vital en su vida, en el cual requiere una gran fortaleza para procesar los cambios psicológicos y fisiológicos junto con atender a una nueva vida”, señala Beatriz de Arteaga, psicóloga perinatal, especialista en terapia familiar sistémica y miembro del Colegio de la Psicología de Madrid.
Por ello, el trastorno alimentario que aparece tras dar a luz suele estar muy relacionado con la depresión posparto. Viene, además, inmediatamente después a un proceso, el del embarazo, en el que, como indica Arteaga, es posible que la mujer modifique la percepción de su imagen corporal y que experimente cambios en sus conductas alimentarias como pueden ser: “una mayor ingesta de alimentos, la alteración con algunos sabores y el aumento de peso, entre otros”.
Sin embargo, muchos de estos cambios son comunes a la mayor parte de mujeres embarazadas, así como la transformación psicológica y fisiológica que se da en el puerperio es común a todas la recién estrenadas mamás. ¿Por qué entonces algunas mujeres que nunca antes han padecido un TCA comienzan a padecerlo en el posparto y otras, no? ¿Existen determinados factores de riesgo a los que es preciso prestar atención?
Factores de riesgo de padecer un TCA en el posparto
Hay factores de riesgo que pueden influir a las mujeres tras el parto de cara a padecer un trastorno de la conducta alimentaria y, en líneas generales, se trata de factores ambientales, culturales, familiares, sociales, físicos o emocionales, según apunta la psicóloga sanitaria. “En numerosas ocasiones ocurre por una falta de apoyo por parte de la pareja y los familiares, la presión por terceras personas sobre la forma de alimentar al bebé, la poca sensibilidad ética de profesionales sanitarios y la ausencia de educación sobre este asunto, la preocupación excesiva por el futuro, los cambios emocionales, la insatisfacción con su imagen corporal que deriva en conductas específicas para modificar su cuerpo, como el ejercicio físico, tratamientos estéticos o dietas restrictivas”, añade la especialista. “Todos estos factores pueden dar lugar a los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) en la etapa del posparto”.
Padecer anorexia o bulimia (o cualquier otro TCA) después de dar a luz “es más complicado en esta etapa vital, ya que es uno de los momentos más vulnerables para la mujer”. Esto implica una mayor probabilidad de sufrir recaídas con la aparición de síntomas más intensos. “Ocurre porque desaparece la preocupación por perjudicar al bebé que estaba durante el embarazo” en aquellos casos en los que la inquietud extrema por la imagen corporal ya empezara a manifestarse durante la gestación.
El factor social también incluye notablemente y hace que afloren más después del parto las preocupaciones acerca de la forma del cuerpo, pues la realidad es que “socialmente se exige la recuperación inmediata y la justificación constante del peso”.
El embarazo como factor de riesgo de sufrir un trastorno de la conducta alimentaria
En aquellas mujeres que sí tienen antecedentes de TCA, es muy importante que ella y su entorno sean conscientes de el embarazo es, en sí mismo, un factor de riesgo de cara a una posible recaída o a un empeoramiento, puesto que los cambios que se producen en el cuerpo de la gestante desde que se concibe al futuro bebé hasta que nace, tanto en el pecho como en la parte abdominal pueden “generar sesgos cognitivos y conductas de compensación respecto al peso y la imagen corporal”.
También “el periodo posparto se considera peligroso y con alto estrés para las mujeres con un TCA, que, junto con el posparto, agravan la dificultad de ambas circunstancias tan estresantes”, advierte Arteaga. “Esto les provoca la restricción del alimento y el abuso del ejercicio físico”. En concreto, la psicóloga detalla que hay una mayor angustia durante la primera semana tras el parto en las mujeres que piensan en su alimentación y en el cambio de peso debido al embarazo. “Existe evidencia sobre el aumento de la sintomatología de TCA en los primeros seis meses tras el parto”.
Riesgos para el bebé de que su madre padezca un TCA
Que una mujer gestante padezca un trastorno alimentario puede afectar al desarrollo y a la salud del bebé, si bien la manera en la que lo hace dependerá de la gravedad y de los síntomas del trastorno. “Al bebé le suele afectar a través de un parto prematuro, el retraso del desarrollo fetal, bajo peso al nacer, la disminución del crecimiento, desarrollo de un TCA, la mortalidad perinatal, la dificultad en el apego, en el temperamento o un retraso en el desarrollo del lenguaje”. Por ello es fundamental la detección y el tratamiento de forma temprana del TCA en la madre, tal y como advierte la psicóloga.
A todo lo anterior habría que añadir mayor probabilidad de sufrir un aborto espontáneo, una hemorragia preparto o de dar a luz mediante cesárea, además dificultades con la alimentación durante el embarazo y la lactancia, así como con la alimentación infantil. “También dificultades con el cuidado del bebé, la vinculación con él, la ansiedad y/o depresión posparto”.
De ahí la necesidad de un abordaje multidisplinar en el que deberían trabajar obstetras, enfermeros, psicólogos, ginecólogos, psiquiatras y pediatras especializados. “El objetivo es adquirir estrategias para conocer y abordar de forma temprana el TCA en el embarazo, parto y posparto para mejorar su evolución, beneficiando así a la madre y al bebé. También elaborar planes de cuidado, ya que muchas mujeres habrían agradecido ayuda para manejar cambios en alimentación, peso y silueta, lo que podría disminuir el riesgo de desarrollar un TCA”, apunta Beatriz Arteaga. “No obstante, las revisiones muestran hipótesis del infradiagnóstico de estos trastornos en el embarazo”.